Apoyo popular, condena internacional
Un viernes por la mañana un intruso irrumpió en la casa de San Francisco de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y golpeó a su esposo, Paul Pelosi, de 82 años, en la cabeza con un martillo. Estos son los Estados Unidos de América en el año 2022, un país donde la violencia, incluida la amenaza de violencia política, se ha convertido en una característica, no en un error.
Un jueves por la noche, cuando la vicepresidenta argentina volvía a su casa rodeada de una multitud, un hombre burló el cerco de la policía y de los militantes y gatilló una pistola a centímetros de su cabeza. “Cristina, te amo” fue lo último que se escuchó antes del intento fallido de asesinato. El arma no funcionó y la ex presidenta salió ilesa.
Un domingo horas antes del balotaje en Brasil, la diputada ultraderechista Carla Zambelli, una de las principales líderes aliadas del presidente Jair Bolsonaro, fue filmada persiguiendo con un arma a seguidores del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva en el barrio de Jardins, una de las zonas más exclusivas de la ciudad brasileña de San Pablo.
No importa el día de la semana, ni los hechos violentos entre miles en el mundo, todos son perpetrados siempre por la ultraderecha. Uno podría pensar que estas locuras tendrían que ser potestad del sur global, esos lugares donde la pobreza, la marginalidad, la falta de esperanza, el desempleo juvenil, han calado hondo. Pero no, lugares donde el neofascismo se paseaba con un discurso impermeable a las sociedades, ahora comienzan a tener presencia, a ser escuchado. Lugares donde el progresismo negocia retrocesos del Estado del bienestar, la izquierda evacúa utopías y los movimientos nacionales y populares multiplican decepciones. ¿Realmente la derecha avanzó con su vacío y trivial discurso solo por reiterativo, o porque la alternativa no dio solución a nada, perdió el relato y no se le cae una agenda alternativa?
A los expertos americanos les gusta refugiarse en el estribillo empalagoso, «esto no es lo que somos», pero históricamente, esto es exactamente lo que son, desde que los medios concentrados de difusión responden al Departamento de Estado americano en la reproducción de su relato violento en el mundo, se afirma lo que el sistema quiere mundialmente, no solo en la guerra de Ucrania. La violencia política es una característica endémica de la historia política del capitalismo, sobre todo la estadounidense.
Según la revista estadounidense Político, en su artículo ¿Hacia dónde conducirá esta violencia política?, los acontecimientos de hoy tienen un parecido asombroso a los de la década de 1850. Lo importante es que los conservadores de la época desencadenaron un torrente de violencia contra sus oponentes. Fue un periodo durante el que una minoría enojada y atrincherada usó la fuerza para frustrar la voluntad de una mayoría creciente, para mantener sus privilegios, a menudo con el apoyo consciente, e incluso la participación de destacados funcionarios electos.
No hay mucha diferencia entre las fuerzas a favor de la esclavitud y la opresión actual con el sistema financiero. Ni en cuanto a los métodos violentos y antidemocráticos, ni en las políticas que se pretenden consolidar. Los demócratas del sur y sus simpatizantes del norte empujaron cada vez más los límites, empleando la coerción y la violencia para proteger y difundir la institución de la esclavitud, y en la actualidad, para consolidar la concentración del ingreso.
Comenzó con la Ley de Esclavos Fugitivos de 1850, que despojó a los acusados fugitivos de su derecho a un juicio ante un jurado. Como incentivo adicional para los comisionados federales que adjudican tales casos, se proporcionó una tarifa de U$S 10 cuando un acusado fuera remitido nuevamente a la esclavitud, y solo U$S 5 por un fallo dictado contra el dueño del esclavo. Lo más desagradable para muchos norteños era que la ley estipulaba severas multas y penas de prisión para cualquier ciudadano que se negara a cooperar o ayudar a las autoridades federales en la captura de los fugitivos acusados. Los demócratas del sur hicieron cumplir la ley con fuerza bruta, para horror de los del norte, incluidos muchos que no se identificaron como antiesclavistas.
La idea más clara de este apoyo al esclavismo en defensa de la democracia, perfecta definición de oxímoron, lo ha dado el mundo, sobre todo la Unión Europea, con El Salvador, país en el cual, gracias a la competencia de las redes sociales con los medios concentrados de difusión lograron que alguien por fuera del bipartidismo como Nayib Bukele sea presidente y consiga una mayoría absoluta. Pero cuando el resultado es opuesto, o dudan que el personaje no esté alineado, pasa a ser rápidamente antidemocrático, aunque la constitución lo avale, porque lo que está en juego es la potestad de la prepotencia.
Estados europeos donde todavía, cual cuento de hadas, hay reyes, príncipes y princesas elegidos por el poder divino, pero no por el pueblo, pusieron el grito en el cielo cuando en el Salvador se destituyeron jueces de la Corte Suprema de Justicia y al Fiscal General, al igual que organizaciones tan desprestigiadas como la Organización de Estados Americanos (OEA), trató el tema como un atentado contra la democracia. Encabezada por el polémico y golpista Luis Almagro, la organización no es neutral, tienen ideología política y una agenda marcada por Estados Unidos de América. Esto nos impone un argumento en contrario, de manera instantánea, porque si Almagro lo dice, es posible que sea inexacto, adulterado y amañado si no les conviene.
Ante el brutal ataque de la prensa internacional, Bukele fue obligado a rendir examen al reunirse con los cuerpos diplomáticos de potencias extranjeras, OEA, ONU, Unión Europa, para explicarles que no tienen la potestad de hacer que un país sea independiente o no de acuerdo a sus intereses, como Venezuela e Irán, que pueden estar en el eje del mal, pero si Estados Unidos necesito petróleo, son unas carmelitas descalzas.
Para alguien distraído, y de esos viven estos señores, de los distraídos, parecería que quitar a un fiscal general es algo así como una herejía anti-democrática, pero la verdad es que no es así, bueno, en el Salvador sí, en EE.UU. no. Podríamos remontarnos a 1789, con Washington, para demostrar los cambios de fiscales en dicho país, pero de Bush hijo (2001) a la fecha creo que es suficiente. Bush cambió cinco veces a su fiscal, pero cuando Barack Obama llego a la presidencia eyectó al fiscal republicano Michael Mukasey y puso en su lugar a un demócrata llamado Mark Filip, y después lo cambió dos veces más. Donald Trump los cambió seis veces y Biden, en lo que va de su mandato, dos veces. Nadie ha pedido a Obama o a Biden que ayude al equilibrio de poder nombrando un fiscal general republicano, sería absurdo, más cuando es una prerrogativa constitucional. Como dijo Barack Obama, “las elecciones tienen consecuencias y yo gané”.
Para el caso del El Salvador, la parada para poder destituir a la Corte y al Fiscal es un poco más complicada que la americana, pero la constitución lo avala en su Título VI, en su Capítulo III y en el artículo Nº 187. Los miembros del Consejo Nacional de la Judicatura serán elegidos y destituidos por la Asamblea Legislativa con el voto calificado de las dos terceras partes de los diputados electos.
Quién imaginaría un suceso de probabilidades remotas de ocurrencia: que en una cámara de diputados con 84 miembros, el partido del presidente pudiera conseguir 56 votos, y en las elecciones del 2021 el partido Nuevas Ideas alcanzó el 66.46% de los votos, los dos tercios necesarios para tener el voto calificado. Removerlos de su cargo era solo cuestión de tiempo, y sucedió.
Nombrar, remover o cualquier trapisonda que se emparente con los miembros del partido judicial, en el mundo o en América Latina, es un problema. Fiscales amañados con jueces para condenar a candidatos que son rechazados por el establishment (Lula) o magistrados de la corte que entran por decreto presidencial (Argentina), miembros de estudios que defendieron a multinacionales, medios concentrados, etc., es normal. Pero en la actualidad salvadoreña algo más pasa para que las quejas del mundo funcionaran.
El reciente establecimiento de relaciones diplomáticas de China con Nicaragua y las prometidas por Xiomara Castro de relaciones diplomáticas de Honduras con la República Popular de China, en detrimento de Taiwán, así como las ya establecidas relaciones con Panamá, Costa Rica y El Salvador, son indicios que algo no está bien. El Salvador es un caso sui generis no alineado de cambio de rumbo ideológico que Latinoamérica. El gobierno se precia de no estar afiliado a una ideología determinada. En lo interno, representa un nuevo grupo de poder hegemónico emergente que está enfrentado con los intereses de la oligarquía y los políticos de derecha e izquierda, apoyados por la embajada americana.
Dentro de este grupo hay importantes sectores del nuevo capital de origen palestino, así como empresarios que pretenden mantener una independencia de criterio frente a los designios estadounidenses como, por ejemplo, el establecimiento y fortalecimiento de relaciones con China, Rusia, países del Golfo o Turquía, así como la implementación del bitcoin como moneda de uso oficial, que de por sí constituyen una extraña migraña para el Departamento de Estado.
La idea acusatoria, y sus obsecuentes seguidores, deberían de tener los parámetros de la doctrina Monroe, y su lema pragmático, “EE.UU. no tiene amigos ni enemigos, solo intereses que defender”, y el caso salvadoreño sería cuestión de intereses. Inquieta, por ejemplo, al Departamento de Estado que el presidente Bukele se estaría desplazando hacia una tendencia favorable a China, sobre todo gracias a la ayuda no reembolsable del gobierno de Pekín para la construcción de una Biblioteca Nacional, un Estadio Nacional, un Tren del Pacífico, un aeropuerto en el oriente del país y una compleja planta industrial que potabilice el agua sulfúrica que produce el lago de Ilopango.
Según los medios europeos, el presidente de El Salvador ha roto los puentes del entendimiento democrático y se ha lanzado a una deriva autoritaria que hace temer lo peor para su empobrecido país, obviando algunos indicadores de su agrado, como un crecimiento del PBI del 10.8%. No importa, a nosotros tampoco nos importa porque no es un artículo de los aciertos o errores de las políticas económicas salvadoreña. Envuelto en la bandera del “pueblo libre y soberano”, se ha subido “al mesianismo tropical”, es indudable que el manejo del léxico y de la imaginación son extraordinarios.
Pero Bukele, pese a su respaldo electoral según los medios, no está demostrando estar a la altura del poder recibido. Populista y autoritario, el presidente va camino de convertirse en un problema más que en una solución. Y justo aquí, en el populismo es de donde abrevan y desprestigian los fascista disimulados, sobre todo para América Latina, y más en estos tiempos, donde la derechista no fascista Giorgia Meloni ganó las elecciones en Italia, o las tropas nacionalistas ucranianas no son nazis.
En un excelente artículo, el filósofo y politólogo brasileño Emir Sader llamado !Populista tu madre!, describe la influencia del discurso político europeo en América Latina que llevó a la descalificación de fenómenos que en Europa tienen un sentido y aquí otro completamente distinto. Para el eurocentrismo, el populismo tiene una connotación siempre negativa, llegando a ser considerado casi como una maldición. Basta calificar de populista a un líder o a un partido para descalificarlo, ni se molestan en explicar el fenómeno. En el mismo paquete ponen a Vargas, Perón, Hugo Chávez, Trump o Bolsonaro, a quienes atribuyen algunos rasgos en común: la demagogia, la manipulación del pueblo, la irresponsabilidad fiscal, que constituyen las características fundamentales del populismo, todas negativas.
Para el neoliberalismo, un gobierno responsable es aquel que favorece el equilibrio fiscal, expresado en estos momentos en el llamado techo de gasto, que recae directamente sobre las políticas sociales y los derechos de los trabajadores. Al contrario de lo que afirma el discurso establecido, los gobiernos de Vargas y Perón supusieron los períodos de mayores logros para los trabajadores, sin generar crisis económicas. Efectivamente, bajo esos gobiernos se incrementó la capacidad de consumo de la clase trabajadora, lo que impulsó el proceso de industrialización como consecuencia de la expansión del mercado interno.
Es cierto que el progresismo ha perdido el rumbo y ha caducado su discurso, pero también es cierto que la derecha ha manifestado y ejecutado políticas que desintegraron el estado del bienestar y nunca dieron solución. Es claro que viene otra época, otro discurso, y que los medios de comunicación, las redes antisociales, como las llama el periodista Horacio Verbitsky, son centrales. Por qué el fascismo avanza y a quiénes va a quitar sus derechos extrañamente lo escuchan, militan y votan.