Navegando por la niebla

Las políticas europeas son un grillete a la sensatez

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El tábano economista

Las economías de Estados Unidos y Europa se enfrentan a múltiples crisis interconectadas, que abarcan desde decadencia económica, desigualdad social hasta problemas de legitimidad política. Aunque estas dificultades a menudo se perciben como problemas indirectos o coyunturales son, en realidad, el resultado de décadas de decisiones políticas y económicas erróneas: desde las «reformas neoliberales» hasta las «guerras interminables». Este panorama ha debilitado el poder político, militar y económico de ambas regiones, cuya influencia global ha dominado durante siglos, pero que ahora se tambalea.

Europa, que alguna vez lideró el desarrollo industrial y tecnológico global, enfrenta un grave retroceso en su capacidad innovadora. Según datos recientes, solo cuatro de las 50 principales empresas tecnológicas del mundo son europeas. En el sector automotriz, Europa, que fue sinónimo de tecnología avanzada, no tiene un solo vehículo eléctrico entre los 15 más vendidos a nivel global. Estas señales evidencian cómo el continente ha quedado rezagado en la carrera tecnológica frente a potencias como Estados Unidos y China.

Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), ha reconocido este problema al afirmar que “Europa ya no está a la vanguardia del progreso”. Sin embargo, Lagarde y otros líderes, como Mario Draghi y Ursula von der Leyen, han sido responsables directos de las políticas que han llevado al continente a esta situación: austeridad fiscal, déficits de inversión y una débil apuesta por la innovación.

El resultado es que Europa podría estar en camino a convertirse en un “museo al aire libre”, bello pero decadente, plagado de deudas y destinado a atraer turistas estadounidenses y chinos. Además, las tensiones económicas internas se agravan por la presión externa. Por ejemplo, el próximo retorno de Trump a la Casa Blanca podría traer nuevos aranceles sobre productos europeos y mayores exigencias para que los países de la OTAN aumenten su gasto militar. Esto colocaría aún más presión sobre las finanzas públicas, ya debilitadas por la guerra en Ucrania y la crisis energética.

Desafortunadamente, Trump es sólo un síntoma de problemas mucho más profundos para EE.UU. y para Europa. Trump no es el verdadero problema, en definitiva, lo único que está haciendo con sus persistentes amenazas arancelarias y su grandilocuencia es develar el tambaleante modelo económico europeo y americano. Si Europa tuviera una base económica más sólida y fuera más competitiva con Estados Unidos, Trump tendría poca influencia en el continente.

Por otro lado, el relato de que los demócratas representan una alternativa radicalmente diferente tampoco se sostiene. La mayoría de los aranceles implementados durante la administración Trump se mantuvieron, e incluso se consolidaron, bajo el gobierno de Biden. Durante el mandato de Trump, estos aranceles generaron 89.000 millones de dólares en ingresos, mientras que bajo Biden la cifra aumentó a 144.200 millones. Esto demuestra que tanto demócratas como republicanos han adoptado estrategias proteccionistas como una respuesta a la pérdida de competitividad global.

Uno de los mayores desafíos económicos de Estados Unidos es su bajo nivel de inversión neta. Entre 2007 y 2022, la inversión bruta de capital fijo representó el 20.5% del PIB, pero al descontar la depreciación del capital fijo (16.1%), la inversión neta efectiva se redujo al 4.4%.

Para comprender esta diferencia es necesario analizar el papel fundamental de la inversión en el desarrollo económico. El ahorro y la creación de capital son procesos complementarios: los individuos, las empresas y los gobiernos ahorran una parte de sus ingresos para financiar proyectos productivos que generen más bienes y servicios. En el caso de Estados Unidos, la baja tasa de ahorro limita la capacidad de invertir en industrias estratégicas, lo que a su vez frena el crecimiento económico y la competitividad global.

Tanto demócratas como republicanos han adoptado medidas proteccionistas para enfrentar los desafíos económicos. Aunque estas medidas pretenden proteger a las industrias estadounidenses, en realidad reflejan la incapacidad estructural del país para competir en una economía globalizada. La creación de nuevas industrias requiere inversiones masivas, pero el bajo nivel de inversión neta de Estados Unidos dificulta este proceso. En el período de mayor crecimiento económico del país, como muestra el cuadro, fue durante el auge de la posguerra, la inversión fija neta representaba hasta el 14.8% del PIB. Hoy, esta cifra es tres veces menor.

Por otro lado, el proteccionismo tampoco logra contrarrestar el ascenso de China. Pekín sigue ampliando su influencia global gracias a su capacidad para ofrecer productos tecnológicos de alta calidad a precios competitivos. En este contexto, muchos países prefieren comerciar con China en lugar de aceptar los elevados costos de los productos estadounidenses.

El deterioro económico de Estados Unidos y Europa plantea preguntas fundamentales sobre el futuro del orden global. La falta de inversión en industrias estratégicas, combinada con una creciente dependencia del proteccionismo, está debilitando su capacidad para liderar en una economía cada vez más competitiva y globalizada.

Tanto el partido Demócrata como el Republicano entendieron que montar una matriz proteccionista es la mejor opción que tienen ante la incapacidad de competir y aunque Pekín sigue siendo el principal objetivo de los aranceles, las relaciones transatlánticas no se han librado de la guerra comercial.