Guerra en Ucrania: seguimos en la prehistoria
En todas las sociedades humanas, conforme se desarrollan, disminuye la violencia física.
Igual que en la vida personal aprendemos a resolver nuestros conflictos hablando y no a golpes (cosa muy normal en la infancia), en la vida social vamos creando protocolos, mecanismos, instituciones que sirven para arbitrar y resolver los conflictos civilizadamente.
Sin embargo, las relaciones internacionales parecen funcionar con mucho retardo. Nadie se imagina que un conflicto entre comunidades autónomas vaya a ser resuelto mediante una guerra. ¿Por qué un conflicto entre países sí?
Actualmente una guerra consiste en matar para robar. Ya no se conquista al otro país, sino que se lo destruye para saquear sus materias primas o anular su influencia económica: así ha pasado con las principales guerras recientes: Irak, Afganistán, Siria, Yemen... y ahora Ucrania.
Del mismo modo, ya no se enfrentan dos ejércitos en el campo de batalla, sino que se bombardean ciudades llenas de población civil hasta convertirlas en escombros y cadáveres.
La principal diferencia respecto a otras épocas es la inmensa desigualdad de potencial militar. El país agresor siempre tiene un ejército muy superior al del agredido. Más que una contienda es un abuso.
Tras la segunda guerra mundial se crearon instituciones con el fin de dirimir los conflictos sin recurrir a guerras. Sin embargo, está claro que no están funcionando. Y no hay otra salida: o creamos instituciones equivalentes a las que funcionan internamente en un país (parlamentos, gobiernos, tribunales de justicia, etc.) o todo queda a expensas del poderío militar de los países. O la razón o la fuerza.
Seguramente estemos ante el momento histórico más difícil de la humanidad. Tenemos que pasar de la convivencia entre civilizaciones a una civilización planetaria. Hace falta una base común que nos permita convivir. Ya todos los países son interdependientes, por lo que cualquier conflicto termina perjudicando a todos. Las recientes sanciones a la Federación Rusa parecen ser “autosanciones” y no se sabe si terminarán perjudicando más al sancionado o a los sancionadores.
Un primer elemento a compartir es la renuncia a la guerra como forma de resolver los conflictos. Hay varios países, pocos, que ya lo tienen en su constitución, como Bolivia, Italia, Japón... Hay un tratado de prohibición de armas nucleares que los países-miembro de la OTAN se resisten a ratificar. Está claro, que un primer paso hacia el futuro consistirá en un desarme progresivo y proporcional de todos los países. Eso permitirá redirigir la inmensa inversión actual en armamentos en atender a las necesidades cada vez más acuciantes de los pueblos.
Si esto se sometiera a referéndum a la población mundial es obvio que todos votaríamos por el desarme. El país al que menos le interesa este paso, es lógicamente, la primera potencia militar mundial: Estados Unidos. Actualmente es todavía la primera potencia económica, pero es sabido que por poco tiempo: China le adelantará en los próximos años.
En realidad, el poder se concentra a marchas forzadas, ya no en países, sino en multinacionales, y son estas quienes imponen sus guerras, su desinformación, sus vacunas y en definitiva su agenda, a toda la población mundial.
Tras cada crisis, tras cada conflicto el resultado es el mismo: las multinacionales aumentan sus ganancias y los ciudadanos perdemos poder adquisitivo, nos empobrecemos.
Como ciudadanos nuestra responsabilidad es exigir a nuestros gobernantes que no participen en ese juego: matar gente no es una opción. Hay que negociar y resolver. Si las multinacionales nos quieren arrastrar a otro desastre, son ellas las que sobran en la historia, como en otro momento lo fueron los dinosaurios. Avancemos hacia el futuro por medio de la noviolencia activa.