1 año cumpliendo sueños
A quienes me lean:
Para quien no me conozca, me llamo Ana. Soy A. Garci, la que firma alguno de los artículos peregrinos en este medio. Soy periodista, por vocación y ahora con más convicción que nunca.
Hoy cumplo 28 años y esta última vuelta al sol que he perpetrado ha sido trepidante y loca hasta la extenuación. Es decir, ha sido un año de cumplir sueños y hacerlo junto a personas maravillosas y de talla mayor.
Entre otras cosas, este año he publicado mi primera novela. Algo que llevaba imaginando desde que tengo uso de razón porque, si algo he tenido claro desde siempre, es que quería y quiero escribir. El acto, la presencia de la escritura ha sido una constante en mi vida... Más allá de una pasión, se trata de una necesidad innata por contar. Con el tiempo, cuando entré en Xornalismo y comencé a formarme en el oficio del relato, el impulso no hizo más que crecer.
Recuerdo nítidamente la primera clase de Fundamentos del Periodismo Especializado y el trance que sufrí al escuchar hablar al profesor acerca de la función pública de la profesión, sobre la importancia práctica que nuestro servicio podía tener en el mundo. Hubo muchas ocasiones así, en las que confirmé que el contar era lo mío y nada más lo podía ser de aquella manera. Personas cómo Nacho Mirás apuntalaron mi convicción y me enseñaron el motivo de que los cínicos no valgan para este oficio.
Pese a todo, la vida no siempre te pone al alcance de la mano las oportunidades que tú esperas tener. Hay veces que nos rendimos. Yo lo hice, lo admito. Acepté que el tren del periodismo había pasado para mí y mi estación quedaría hermosa como era, pero vacía ya para siempre. Me costó, sufrí mucho por ello al principio, pero al final terminé por guardar esas ansias dentro y traté de reconducirlas hacia otros lugares.
Este último año me ha demostrado que en 365 días se esconden infinitas oportunidades para que tu vida cambie radicalmente y sin remedio, para bien y para mal. Los giros argumentales inesperados se esconden en cualquier recoveco de un día cualquiera, de una fecha cualquiera... Incluso en un año gris. Para mí todo comenzó con la cuarentena. Entonces utilicé todo ese tiempo muerto para escribir, para dejarme llevar por una historia que nacía en mí misma y que me transformó. Escribir me curó, me sirvió para reconciliarme con algunas partes que vivían en una guerra perpetua en mi cabeza... Me descubrí sonriendo, emocionándome de nuevo y confiando en las posibilidades. Escribir lo hizo en mí, fue magia y fue refugio. Después de poner el último punto del epílogo de “El que llama a la puerta”, supe que ya nada sería como antes. Supe que las riendas que había perdido, volvían a estar sujetas por unas manos que eran las mías. Lo supe y aposté por esa catarsis, me la jugué.
La cuestión es que las cosas salieron bien, hubo quien confió también en mí y en la historia y comenzamos a rodar con la novela. Un día me llegó una caja a casa. Dentro había 50 ejemplares de mi primer libro y, vaya, era escritora, pero las cosas todavía podían mejorar.
Escribir un libro lleva consigo un trabajo ingente de pelear con los medios para que te den un espacio. Sobre todo cuando eres una donnadie como yo. Tuve la suerte de cruzarme con personas amables, dispuestas a socorrerme en aquel laberinto de notas de prensa y correos electrónicos nunca contestados. Y, en una de esas serendipias hermosas que tiene la vida, alguien mencionó un medio: “¿Por qué no se lo mandas a EntreNós? Seguro que te publican algo.”
Yo no sabía qué era EntreNós, ni conocía hasta qué punto me estaba perdiendo algo significativo. Busqué el medio, lo encontré y me hicieron sonreír los nombres de sus secciones. Con eso me bastaba para saber que las personas que le daban vida a ese proyecto debían de ser buena gente. Había un teléfono y escribí: me presenté e hice mi petición. En pocas ocasiones la respuesta de los medios había sido tan humana, tan personal, tan de corazón. Marisa me llamó, escuchó mi historia y concertamos una entrevista.
Aquella cita volvería a cambiar mi vida, por segunda vez en un año. A medida que charlábamos, que yo le contaba los entresijos del libro y ella me escuchaba, más patente quedaba que había algo especial en el encuentro. Marisa me entendía, yo la entendía a ella... Rodábamos una carretera con un paisaje muy similar. Allí, entonces, en una sala de un aparcamiento de Los Mallos surgió esa oportunidad que yo había descartado y sepultado para siempre. Salí de aquella sala sabiendo que sería periodista y que lo sería dentro de un proyecto por el que valía la pena dar mi esfuerzo.
No recuerdo el día, aunque debería haberlo apuntado, pero desde aquella tarde he conocido cada día un poco más a Marisa y a Rubén que son el alma viva de este medio y me he convencido de que tengo la fortuna de acompañar a dos personas con mayúsculas. Ambos son dos seres humanos de esos que te hacen creer de nuevo en un mundo mejor, en un mundo donde cabemos todos y donde los principios marcan los senderos de la existencia. Marisa y Rubén son personas auténticas, honestas, genuinas y apasionadas por cambiar el mundo a mejor. Llevan más de media vida trabajando incansablemente por construir otra realidad, por cimentar la vida en lo más bello del espíritu humano: La generosidad, la empatía y la escucha.
Hoy estoy de cumpleaños y hay a muchas personas a las que les debo un profundo agradecimiento por haber hecho de estos últimos 365 días una aventura tan satisfactoria... Pero a ellos, a Marisa y a Rubén, se lo agradezco de forma especial. Han confiado en mí, me han regalado una oportunidad que para mí es inconmensurable. Jamás podré explicar el orgullo que siento cuando digo a viva voz que soy parte de EntreNós. Estar al lado de estos dos fenómenos es fuente de crecimiento y felicidad constantes.
Gracias, equipo, por todo. Haremos cosas grandes, seguiremos cambiando el mundo. Sea donde y como sea la aventura, me tenéis a vuestro lado.
Con todo el cariño:
A. Garci