Moscas a cañonazos
Llevo aproximadamente 3 años viviendo en el barrio, siempre he estado contenta y segura. Recuerdo que cuando realicé mi traslado desde la zona de Los Rosales, estaba algo intranquila. De Los Mallos no sabía mucho, pero de alguna manera tenía la idea de que se trataba de un barrio complicado. Lo único cierto es que hace alrededor de dos décadas se había instalado esa idea en la mente de muchos coruñeses y de muchos vecinos. La idea de que Los Mallos era un lugar algo peligroso, como lo había sido Monte Alto en tiempos. Una mezcla de rumorología, prejuicios, leyendas urbanas. Cierta tendencia a la exageración y un mal momento económico; había dado lugar a que el nombre del barrio quedase ligado con conceptos como el de delincuencia, violencia, adicciones, peligro…
Cuando a un barrio le cae un sambenito así es muy complejo deshacerse de él y mientras permanezca instalado en las mentes de las gentes, causará pérdidas económicas y supondrá una merma de la calidad de vida de sus habitantes. Si no paran de decirte que vives en un lugar peligroso, incluso aunque tú jamás lo hayas sentido así, terminas por sufrir una incomodidad que puede llegar al pánico. El miedo, esa clase de miedo, es siempre malo porque nos sitúa en una posición defensiva, en alerta y de la suspicacia a la sospecha o a la manía persecutoria hay un trecho no tan largo en tiempos de crisis.
La pandemia, el encierrro y todas sus consecuencias personales, sociales y económicas está afectando a nuestro barrio. Desde hace algo más de un año hemos visto crecer la violencia. Somos muchos los que nos hemos preocupado al darnos cuenta de que, a la vista de todos, comenzaban a hacerse presentes situaciones que parecían propias de otros tiempos. Negarlo sería ser muy iluso o no pasear por nuestras calles. Es verdad que ha aumentado la delincuencia y que hay algunas zonas calientes que presentan situaciones preocupantes, pero es una osadía presentar a Los Mallos como un territorio comanche. Es hora de aterrizar esta alarma y colocarla en su lugar.
No matar moscas a cañonazos significa hacer un análisis del problema en sus verdaderas dimensiones. Todos estamos sufriendo las consecuencias de la crisis derivada de la pandemia y con ellas una tensión personal que no puede jugarnos en contra. Suele pasar que en etapas deprimidas, comienzan a surgir dedos acusadores que se levantan con un ánimo vengativo, rencoroso y plagado del miedo que provoca el desconocimiento. La traducción de esta respuesta no es más que el odio injustificado y generalista a grupos de personas que comparten una u otra característica. No es constructiva la actitud de buscar enemigos, ponernos en formación defensiva y despertar sentimientos que demasiados tintes tienen de xenofobia, clasismo y discriminación. La ley, la legalidad, no está reñida con la convivencia y con los derechos humanos, pero el odio sí.
Estamos de acuerdo en que debemos abrir los ojos ante un escenario complejo en el barrio, pero enfrentarnos a él tomando la justicia por la mano o metiendo a cualquiera en el saco no lo va a solucionar. Hay preguntas que debemos hacernos como comunidad: ¿Qué estamos ofreciendo a nuestros jóvenes? ¿Hacemos oídos sordos demasiadas veces a los conflictos? ¿El problema solo me importa cuando me afecta a mí? ? ¿Mis acciones o propuestas son en positivo? ¿Queremos construir o queremos destruir?
Si admitimos que existe un problema, lo primero que hay que hacer es detectarlo de manera concreta y en su objetiva magnitud. Inmediatamente después, buscar soluciones que contribuyan sumando y no restando. Tenemos herramientas, existen fórmulas y mecanismos para gestionar los conflictos comunitarios. Quien crea que la violencia, el odio o la discriminación será la solución… Estará acrecentando el problema.