El Trabajo (II)
Acababa de marcharme de casa y el hermano de un amigo me alquiló una habitación que en realidad era el salón de su piso y cuyo mobiliario se reducía a un sofá-cama y una televisión; no había ventana y tenía una luz roja que le daba al espacio un aire diferente pero también muy agobiante.
Por las mañanas además tenía que dejar todo despejado para que pudiera ser usado como salón común y no como mi habitación. No es que aquella situación fuera la mejor, pero de todos modos podía seguir considerándose un verdadero golpe de suerte.
Fue también él quien me enchufó en aquel trabajo. Era sencillo. Tenía que estar delante de una máquina que servía para limar los bordes de los cristales que se habían cortado a medida para su posterior instalación en casas particulares o edificios de nueva construcción. Cogía un cristal, lo ponía en la máquina, limaba cada uno de los cuatro bordes y después lo apilaba al otro lado.
Tenía una nevera con agua y Coca-Cola a tres pasos y mientras hacía el trabajo podía beber y tener los cascos de mí mp3 puestos. Ocho horas al día, jornada partida, seis días a la semana, el sábado solo por las mañanas. A veces me mandaban hacer algún recado, cogía una bicicleta e iba a donde me dijeran con un pedido que entregar o alguna factura que cobrar. Otras veces, las menos, íbamos a alguna obra y echaba una mano con lo que hubiera que hacer. Todo el mundo nos abría paso ya que transportábamos material muy delicado y hacíamos el trabajo de forma rápida y metódica.
Ganaba unos 800 euros. El que era mi encargado, un hombre bajito, regordete, calvo y aburrido, me dijo un día: "Si quieres, puedes quedarte aquí toda la vida." Recuerdo que yo pensé algo así como "Estoy muy agradecido pero preferiría estar muerto a quedarme aquí para siempre y convertirme en alguien como tú."
Al poco tiempo de aquello mi amigo y arrendador fue por allí cuando yo no estaba y le estuvo hablando a mi jefe de mis problemas con las drogas. Él trabajaba más de 10h al día todos los días de la semana en una cafetería del montón que estaba siempre atestada de gente y no cobraba ni 700 euros. Supongo que aquello le parecía injusto. Duré un mes. Estaba a prueba y no me renovaron el contrato. Me dijeron que era porque no tenía el carnet de conducir, lo cual me extrañó bastante ya que cuando me contrataron tampoco lo tenía. Pagué el alquiler y las facturas y me marché de allí.
Anduve de aquí para allá, había conocido a una chica hacía poco y me lo gasté todo con ella en alcohol, tabaco, hachís, cocaína, algunas prendas de ropa y tonterías varias. Hice algunos trapicheos y aquello duró un poco más. Quizá éramos más amigos que nada y yo me confundía, solíamos liarnos pero la cosa nunca paso de ahí. Yo deseaba estar enamorado y aquella parecía ser mi oportunidad. Un día quedé con ella en un parque cerca de su casa y cuando llegué estaba sentada encima de las piernas de otro. Cuando la conocí tenía novio, amigo en común con un amigo mío con el que salimos una noche poco antes de que me despidieran. Los tres bebimos, nos colocamos y en un momento dado en el que su novio charlaba con nuestro amigo en común unos pasos más adelante, ella y yo nos caímos al suelo por un terraplén y borrachos como estábamos y aprovechando la intimidad del momento nos besamos. Ellos lo dejaron esa misma noche y ella yo empezamos a quedar.
Así que aquella situación no debía de sorprenderme en absoluto, sobre todo teniendo en cuenta que no teníamos ningún acuerdo al respecto, pero igualmente me dolió. Después de un mes o dos estaba exactamente igual que antes, compuesto, sin novia y sin trabajo. Quizá peor que antes, puesto que ahora conocía lo que significaban el tener cierta independencia económica y el poder vivir, aunque fuera malamente, por tu cuenta y riesgo; además de tener la fortuna de estar con alguien a tu lado con quien compartirte y atenuar la soledad. Pero al igual que había ocurrido siempre en mi corta vida la suerte no pareció estar de mi parte y todas mis ilusiones se esfumaron entre mis manos.