El trabajo IV
Todo lo que pudiera. Íbamos por toda Galicia, me pagaba el menú del día y me recogía y me dejaba cerca de mi casa, a las 7, creo recordar. Mi trabajo consistía en cargar y descargar la furgoneta en la casa de cada cliente al que visitábamos y en poner las cosas que íbamos a tratar de venderle ante la vista de su mujer, hijos o lo que fuese en cada caso para hacer presión psicológica.
No estaba mal. Las enciclopedias además de ser algo desfasado eran malas con ganas, solo servían para adornar, y para eso con muy mal gusto. Daba igual el perfil, jóvenes, viejos, parejas, familias, hombres solos. Con la enciclopedia ya vendida mi jefe trataba de vender otra más para completar la colección y además esta venía acompañada de unos "regalos de Madrid exclusivos" de los que apenas quedaban unas pocas unidades y valía la pena aprovechar la oportunidad. Sillones de masaje, relojes, tostadoras, robots de cocina, dvd's...basura. Todo artículos baratos que seguramente se estropearían al año, si no antes, y que continuarían pagando quien sabe por cuantos.
Lo bueno de aquello es que muchas de aquellas personas, la mayoría pobres diablos envidiosos de sus vecinos atrapados en una vida hecha a base de malas decisiones, jamás podrían terminar de pagar aquello; muchos quizá no pagarían ni el primer mes, algunos, los más listos, venderían toda aquella mierda y sacarían una buena tajada sin pagar un céntimo, cosa de la que yo me alegraba particularmente. Y quien sí podía pagarlo, lo único que hacía era tirar su dinero, cosa que también celebraba.
Una vez un viejo en una casa en mitad del monte nos llevó al sótano para enseñarnos unos 50 metros cuadrados de pasillo de suelo a techo forrados en enciclopedias de todas las clases que le había vendido nuestra empresa a su mujer recientemente fallecida, que al parecer, en los últimos años de su vida, no se hallaba en plenas facultades mentales; lo cual desde luego no le supuso ningún impedimento a nadie a la hora de endosarle toda aquella mierda. Después avanzó por el pasillo y tras pedirnos que esperaremos allí, se metió en un cuarto y al salir llevaba una escopeta en las manos mientras vociferaba y nos maldecía en todos los idiomas posibles. Era una actitud perfectamente entendible. El viejo estaba enfadado. Por suerte conseguimos templar los ánimos y salir de allí con vida.
Escenas igual o más deprimentes aún se sucedían de forma habitual en nuestro día a día. Me sorprendía la facilidad con la que un hombre aparentemente bueno y afable como mi jefe, regordete, sesentón y algo pánfilo, era capaz de transmutarse en un animal depredador salvaje y sin escrúpulos cada vez que cruzaba el umbral de la puerta de cada hogar que visitábamos. Tampoco entendía que necesidad tenía de hacer aquello, tenía un restaurante que funcionaba solo, un chalet en el bosque, y dinero más que suficiente como para acabar su vida y la de sus hijos sin ningún tipo de problema. Supongo que se resistía a envejecer y aquella era la mejor manera que encontraba para enfrentar una situación por otra parte ineludible. Tarde o temprano la muerte vendría también a por él con los fantasmas de todas las personas a las que con una sonrisa y muy buena educación les había vaciado los bolsillos y contribuido en gran medida a estropear aún más sus ya de por sí jodidas vidas, y eso, sin duda alguna, es lo que le había impulsado en aquella huida hacia delante hacia ninguna parte.