El trabajo (VI)
El trabajo era de comercial, tenía que ir puerta por puerta tratando de conseguir que los potenciales clientes se pasasen al gas natural. En un principio aquello me pareció una buena oportunidad.
Me citaron un día a las 9 de la mañana en las oficinas, que al parecer estaban no muy lejos del centro de la ciudad. Tenía que presentarme allí vestido de traje, zapatos, camisa y corbata. No se requería experiencia previa, tan solo buenas dotes para la comunicación, capacidad para el trabajo en equipo y un gran entusiasmo.
La cosa pintaba bien, o así me lo pareció entonces. Al fin un trabajo decente, pensé, donde seguro que sería bien valorado. Total, que el día en cuestión me presenté allí arreglado de la mejor manera que pude. Las oficinas resultaron ser el reservado de una cafetería en uno de los barrios más o menos peligrosos que aún quedaban por aquel entonces en la ciudad. Aquello estaba lleno de gente vestida de traje, con carpetas, papeles, teléfonos móviles, que en aquella época aún empezaban a ser comunes para su uso normal, y grandes expectativas. Ninguna de las personas que allí había debía de tener más de 30 años. Recuerdo que había mucho revuelo, mucha energía desbocada. Entonces entró el "director de zona" y se hizo el silencio. Todo el mundo ocupó su sitio y empezó el teatro. Más que una reunión de trabajo aquello parecía una terapia grupal para levantar el ánimo debido a la efusividad que había en el ambiente. Se hizo un repaso de los logros del día anterior, se pusieron en común los objetivos a alcanzar para el mes que empezaba a terminar y después se repartieron las zonas de trabajo de ese mismo día.
Daba la impresión de que todo el mundo estaba puesto de cocaína, y es que seguramente lo estaban. No entendía nada. Veía relojes caros, móviles de última generación, ropa muy buena, ojos que brillaban y sonrisas amplias. ¿Realmente pintaba algo yo allí?
Para finalizar la reunión se dio paso a una sucesión de personas realizando un "speech" tras otro, que no era sino una suerte de monólogo previamente aprendido en el que un comercial se enfrentaba a otro, simulando uno de los dos ser un posible cliente, donde el cliente tenía que dar una negativa tras otra de maneras más o menos plausibles a los intentos del comercial por convencerle de que pasarse al gas natural era la mejor opción que podía tomar. El gas natural era al fin y al cabo la energía del futuro. Limpia, segura, barata y sobre todo, moderna. El gas butano era cosa del pasado, además de una representación clara y evidente de pertenecer a la clase media baja o baja de la sociedad. ¿Quién podría resistirse? Viendo aquellos diálogos uno tenía la sensación de estar dentro de un reality show o de un ensayo de un grupo de teatro experimental, pero para nada de estarlo dentro de una reunión de trabajo.
Cada participante en aquel concurso tenía aún menos moral y menos escrúpulos que el anterior. No solo se trataba de ver hasta donde llegaba el ingenio de cada uno, si no de competir con los otros y dejarlos lo más atrás posible en su carrera por el éxito, por encima de cualquier cosa y hasta de sí mismos. Y así, palabra tras palabra, frase tras frase, aquellos animales salvajes conseguían doblegar a la persona que tenían delante hasta dejarla exhausta psicológicamente ante la trepidante voracidad de sus argumentos y la inagotable energía que les proporcionaba el ansia de más ganancias, ya que, claro estaba, todo el mundo allí trabaja a comisión, no había en absoluto un sueldo fijo.
Eso era quizá lo único bueno de aquello, que uno dependía en su totalidad de sí mismo y de su propia capacidad. Sin duda aquello estaba lleno de zonas oscuras, en cuanto a varios asuntos, pero lo que más perplejo me dejó, fue la naturalidad con la que me expusieron que en las cláusulas del contrato había, por así decirlo, unos puntos en letra pequeña que uno debía de exponer, si, pero de manera lo suficientemente velada para que la gente no se diera cuenta de ello. Y es que además del acuerdo con la compañía de gas natural, se te vendía también un seguro de vida a un elevado coste del que luego sería muy complicado revocar el contrato.
En definitiva, se animaba abiertamente a estafar a la gente. En resumen, se trataba de entrar en las casas de personas desconocidas a robarles su dinero de una manera muy elegante. Al fin y al cabo uno vestía de traje y explotaba al máximo sus buenos modales para conseguirlo, y el fin último no era otra que ir escalando lenta pero inexorablemente en la escalera social y económica para llevar la mejor vida posible, lo cual era muy distinto a atracar a cualquiera en un callejón oscuro a punta de navaja para conseguir droga.
Así estuve un par de semanas acompañando a otros comerciales en su trabajo diario para aprender lo mejor de ellos y servirles de apoyo en sus "speeches" con parcos, síes, noes, desde luegos y otros recursos parecidos como asentir con la cabeza, sonreír ligeramente y darle así algo más de solidez a aquella engañifa.
Durante aquel tiempo me sentí más importante, pero también más vil y peor persona, viendo como veía de qué manera se atropellaban día a día las intimidades y las voluntades de las más variopintas personas. Al finalizar la segunda semana simplemente no volví más, pero desde aquel día, y durante una larga temporada, empecé a vestir de traje y a llevar una carpeta negra bajo mi mano, experimentado con las reacciones de la gente a mi alrededor, y aquello me dió una impresión nueva sobre lo que un sencillo cambio en tu estética y en tu actitud pueden llegar a proporcionarte. Bastan la indumentaria y las palabras adecuadas para entrar hasta la cocina en la mente de las personas y hacerte con todo lo que quieras.