Apertura engañosa
Las aperturas en el juego de ajedrez cuentan con diversas variantes. Estos movimientos se podrían equiparar a la geopolítica, ya que el principio básico es el mismo, crearle problemas al adversario y, además, ser capaces de anular el desarrollo de su estrategia. Al parecer, Occidente está fallando en los dos frentes, o está engañando al mundo con movimientos tan majestuosos como los de Magnus Calsen. Europa aparenta estarse hundiendo porque el clima y la economía juegan a favor de Rusia, el horizonte se presenta hostil ante una Ucrania que simula desintegrarse, solo porque la corriente bélica apuesta en favor de Moscú, pero todo esto es una falsificación.
Los riesgos geopolíticos, derivados de la intervención rusa en Ucrania, han introducido una plantilla completamente nueva de lo que se dio a llamar «sanciones del infierno», que de tinieblas tuvieron poco y mucho de autodestrucción. Occidente, y en especial los EEUU, pueden congelar monedas, reservas de oro, confiscar activos privados, inmovilizar depósitos, bonos y hasta expulsar a los bancos de su sistema. Algunos políticos han insinuado que podrían tomar medidas similares con China si brindara ayuda a Rusia, o si sigue amenazando a Taiwán. Esto es más fácil decirlo que ponerlo en marcha, dado el tamaño de la economía china, comparada con la rusa, el alto grado de interdependencia del comercio de la Unión Europea con el gigante asiático y las relaciones económicas entre los EE.UU. y China. Todo esto vuelve muy compleja esta estrategia.
La provocativa visita a la isla de Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes de los EE.UU. Nancy Pelosi, se puede entender de diversas maneras: un simple tour para satisfacer la propia vanidad; una provocación por disposiciones estratégicas del aparato bélico americano, o simplemente por negocios familiares. Las respuestas, el éxodo de empresas chinas de alto potencial de Wall Street, y el nivel más bajo de bonos americanos en tenencia china desde hace años, fraguarían la defensa.
A primera vista el primer movimiento de la apertura, el de Nancy Pelosi, se encuentra plagado de extrañas intenciones. En principio, se le adjudica desviar la atención de las miradas de la prensa de dos lugares incomodos, el avance de las tropas rusas en Ucrania, cronología fuera del libreto occidental, y antes de su visita, utilizar intencionalmente la cuestión de Taiwán para provocar una tormenta de opinión pública creando un ambiente favorable para la aprobación de la Ley CHIPS y Ciencia, lo que suponía en ese momento una hábil “combinación de golpes” contra China, y de paso, distraer a los estadounidenses del escándalo en el que están envueltos ella y a su esposo.
Paul Pelosi, el marido de la congresista, realizó una compra de U$S 5 millones en acciones del gigante de los semiconductores Nvidia (cuyos mayores accionistas son BlackRock y Vanguard), solo unas semanas antes de que el Congreso de los EE.UU. aprobara la ley CHIPS, con una incidencia directa en los activos de la familia. La iniciativa de ley ofrece un subsidio masivo a la industria, inyectando 52.000 millones de dólares para impulsar la fabricación de semiconductores, y suponía, tal como sucedió, un monumental aumento del valor de las acciones, de 162 dólares a 194 dólares en el caso de la firma en la que invirtió la familia Pelosi.
Cabe recordar que la crisis global de semiconductores fue una de las tantas consecuencias indeseadas de la transformación digital que impulsó la pandemia, pues la demanda internacional mutó y subió a niveles imprevistos, lo que complicó los procesos productivos de muchas industrias. Pero, en el caso estadounidense, la necesidad de inversión se debió al monumental negocio que hicieron las compañías fabricantes de semiconductores al recomprar sus acciones con créditos subsidiados, en lugar de invertir, tal como sucedió con Intel. Este fabricante, uno de los mayores vendedores de chips, fue el que obtuvo, gracias a sus cabilderos, los mayores beneficios de ley, sin ser ni el mejor producto ni el de mayor velocidad.
Aquí hay una pieza interesante de la guerra de los chips. Durante 2021, la parte continental de China importó circuitos integrados por valor de USD 432.550 millones de dólares, de los cuales el 36% (USD 155.718 millones) provino de la isla de Taiwán. Los tres mayores productores mundiales de chips, por velocidad, son: Taiwán Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), Samsung Semiconductor (Corea del Sur) y United Microelectronics Corporation (UMC) Taiwán. Con la ley de CHIPS, EE.UU. estimula su producción interna, pero prohíbe el envío y exportación de equipos para la fabricación de chips o de chips por debajo de los 14 nanómetros. Hay un momento en el que los semiconductores son tan pequeño que su tamaño sólo puede medirse en nanómetros, es una unidad de medida.
Con esta idea se suponía que la guerra de los semiconductores estaba saldada a favor de los EEUU, ya que la fábrica China Semiconductor Manufacturing International Corporation (SMIC) produce semiconductores con tamaño hasta cinco veces más grandes que los TSMC y casi tres con respecto a los de Samsung. Washington lleva intentando por todos los medios que Pekín no consiga crear procesadores de última generación, vetándole el acceso a la tecnología necesaria, menor a los 14 nanómetros. Pero, por azar, la firma de análisis canadiense TechInsights descubrió dentro de una tarjeta gráfica para minería de criptomonedas un chips chino de SMIC con una arquitectura de 7 nanómetros desde hace un año. Adiós al triunfo occidental, China está en la misma página de tamaño y velocidad de Asia y por encima de los EE.UU.
La alianza «Chip 4», entre potencias de semiconductores, en la que provisionalmente participarían Corea del Sur, EEUU., Japón y Taiwán, una coalición contra China, a fin de contrarrestar la influencia de Pekín en las cadenas mundiales de suministro. Hasta ahora, Corea del Sur se ha mostrado reacia a unirse al Chip 4. Aparentemente, existe preocupación por exportar menos semiconductores a China, incluido Hong Kong, que representó el 60% de las ventas al exterior el año pasado. Samsung y SK Hynix también dependen de sus fábricas en China, que suman más del 40% de la producción. La fuerza del comercio y los negocios con China dificultan toda iniciativa, y la novedad de la producción a 7 nanómetros la agrava aún más.
Pero si bien hay aperturas también hay defensas, y la ya de por si frágil, y hasta errónea estrategia de congelar activos a Rusia por parte de la FED, entre otros, y este nuevo desplante en Taipéi, llevaron a la reacción china en el contexto de la escalada de las tensiones con los estadounidenses.
Cinco de las empresas estatales más grandes del gigante asiático anunciaron su intención de dejar de cotizar en la Bolsa de Valores de Nueva York: su capitalización es PetroChina, U$S 132,11 mil millones; Seguro de vida de China, U$S 94,88 mil millones; China Petroleum & Chemical Corp, U$S 70,23 mil millones. Se sumaron Aluminium Corp of China, U$S 10.29 mil millones, el segundo productor mundial de alúmina y el tercer mayor productor de aluminio primario del mundo; y Sinopec Shanghai Petrochemical, U$S 3,77 mil millones, una subsidiaria de Sinopec, con una capitalización de mercado de U$S 68,45 mil millones, y una de las empresas petroquímicas más grandes de China, lo que representan en total más de US$ 311 mil millones en capitalización de mercado.
En una bolsa cuyo valor es de 26.6 billones de dólares, el peso de las acciones de la nación oriental no es relevante, y si bien las empresas chinas recaudan dinero en los EE.UU. en la bolsa, hay, además, alrededor de 250 empresas de aquel país que cotizan en los EE.UU. Sería natural que estas compañías reorganicen sus enfoques de financiación, por ejemplo, cotizando en la bolsa de valores de Hong Kong, en lugar de exponerse a los crecientes riesgos políticos en los EE.UU. Ahí es donde entrarán en juego las incertidumbres en las relaciones entre los Estados Unidos y China, cosa que los inversores no quieren. O, que Contemporary Amperex Technology Co. suspenda, como se cree, sus planes de anunciar una planta multimillonaria en América del Norte.
Llama también la atención, en el flanco financiero, que China no se ha quedado quieta ante las sanciones desde la era Trump, el que fuera el mayor tenedor de bonos del Tesoro americano, solo después de Japón. Las tenencias de valores del Tesoro de EE.UU. en China cayeron a U$S 968 mil millones en junio, por debajo de $ 1 billón por primera vez en 12 años. Es probable que un mayor deterioro de las relaciones entre China y los EE.UU. tenga un impacto directo en el apetito de riesgo de China por mantener bonos del Tesoro, y reducir sus tenencias, algo que está haciendo a una velocidad que podría convertirse en un llamado a la precaución. Se podría asestar otro golpe a la posición global del dólar estadounidense, la verdadera columna vertebral de su economía.
Desde la invasión rusa a Ucrania y el posterior congelamiento de los activos rusos, China se ha deshecho de U$S 93.000 millones de bonos del Tesoro, a un promedio de U$S 18.000 millones mensuales. Pero en el trimestre que va de abril a junio se deshizo de U$S 72.000 millones, lo que implica que, a esa tasa, a fin de año se podría haber desecho de medio PBI argentino, unos U$S 250.000 millones, y eso no es bueno para un gobierno que tendrá el Congreso en contra, alta inflación, un rival cada vez menos integrado a Occidente y un mundo en recesión.