El capitán de la catástrofe
Alejandro Marcó del Pont | El tábano economista
El 23 de marzo de 2021, Brasil superó la marca de 3 mil muertes diarias, el mismo día que también sobrepasó las 300 mil desde el inicio de la pandemia. Por cada diez personas que mueren de Covid-19 en Latinoamérica, cinco son brasileñas. La tragedia no se limita a las 400 mil muertes que seguramente alcanzara Brasil cuando este artículo salga a la luz, sino a una dirigencia que asombra al mundo, que no hace prevención de la pandemia, que vacuna en cámara lenta o facilita vacunas a empresarios que no pasaron por el Sistema Único de Salud de Brasil, mientras intenta modificar el recuento del exterminio de sus ciudadanos.
Durante ese lapso de tiempo, el Ministro de Relaciones Exteriores, entre otros, dejó su cargo. De las múltiples causas que se le atribuyen, dentro de un sinnúmero de grotescas tesis, sobresale la férrea militancia contra la adhesión de Brasil al consorcio Covax Facility que articula con la Organización Mundial de la Salud (OMS) para la adquisición y distribución de la vacuna AstraZeneca. Para el excanciller, unirse al consorcio significaba reforzar una OMS manipulada por China, cuyo único fin era frustrar los intereses del expresidente D. Trump e implantar la dominación ¡comunista en el mundo!
Aunque las ocurrentes reflexiones del ejecutivo y su comparsa de ministros son una invitación al sarcasmo, nos atraen muy poco sus desvaríos. Nos interesa, por el contrario, el código geopolítico del establishment de Brasil, la desaparición de América del Sur de su imaginario de integración, su antagónica relación con China, fuente inagotable de dualidad con Estados Unidos, el agro y la industria, los nacionalistas y globalistas.
En dos años, el novel presidente trazó una extravagante configuración de las relaciones con sus pares regionales y con el mundo en general. Su némesis del PT había conformado el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), encumbró al MERCOSUR, lideró la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), logró un alto perfil en instancias multilaterales peleando un asiento con Argentina en el Consejo de Seguridad de la ONU, el FMI y en la Organización Mundial del Comercio (OMC), e incluso logró pequeños avances de una agenda alternativa en el G-20.
Bolsonaro, por su parte, demolió todo lo construido, desde la salida de Brasil del UNASUR, su deserción de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), asumió un desprevenido rol en el Grupo de Lima, donde se discutía la invasión a Venezuela, contribuyó a poner en valor a la Organización de Estados Americanos (OEA), al grado de permitir un golpe de estado en Bolivia. Planteó la irrelevancia del Mercado Común del Sur y amenazó con salir del bloque y volver a una Unión Aduanera como una mera plataforma “a la carta” para firmar acuerdos comerciales según la conveniencia de cada miembro. Denostó al presidente argentino, se alineó con Trump, acusó a los chinos de comprar Brasil, de manejar su electricidad, para pasar a pedirles que ingresaran en las desiertas licitaciones del Pre-Sal o intentar eliminar a Huawei de la puja por el 5G.
Para comprender un poco mejor estas contradictorias políticas quizás sea conveniente contextualizar este análisis en base a los sucesos ocurridos con anterioridad y posterioridad al encuentro sino-americano en Alaska, y en especial a los eventos que se sucedieron de manera subsecuente. Alaska dejó por primera vez al descubierto ante las cámaras de televisión, en tiempo real y con traducción en vivo, la fragilidad e inoperancia de la política exterior americana. Lo que ocurrió después, fue el complemento, la consecuencia de lo sucedido en Alaska. El canciller Ruso Sergei Lavrov fue invitado a China por su Ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, para terminar de coordinar acciones ante los recientes acontecimientos relacionados con Estados Unidos. Reafirmando en verdad, la nueva arquitectura mundial de comercialización, inversiones y pago.
Finalmente, hay un contrapoder expuesto de manera explícita, que está formulando una nueva lógica sistémica, misma que condicionará a Latinoamérica en general, y al gigante sudamericano en particular, por su importancia. Pero, además debe tenerse en cuenta que Brasil está limitado por el lugar que ocupe en la lista de prioridades de los Estados Unidos. Es importante recordar que los actores que desestabilizaron a Brasil desde el 2013, destituyeron a Dilma Rousseff, encarcelaron a Lula e instalaron en la presidente a Bolsonaro, gobiernan el imperio nuevamente: Obama/Biden 3.0, por lo tanto, las decisiones deberán ser largamente meditadas.
Por su parte, Bolsonaro ha conseguido unificar a la comunidad internacional en su contra, exhibiendo el riesgo que significa invertir en su Brasil, a punto tal, que se conoció una Carta abierta de economistas y banqueros, apoyados por más de 500 firmas, que insta a tomar medidas inmediatas y efectivas ante la “falsedad del dilema de salvar vidas o salvar la economía”, que ha derivado en la “sombrías situación económica y social” que atraviesa el país.
La relación del gobierno derechista de Brasil con China se ha balanceado entre la insolencia y la indulgencia. Desde visitar Taiwán y declarar que “hicimos un viaje a Israel, Estados Unidos, Japón, Corea y Taiwán, estamos mostrando con quién queremos ser amigos”, hasta permitir cualquier inversión, si existía la posibilidad que dejó entrever Xi Jinping en 2019, durante su segunda visita a Brasil, que las empresas estatales chinas podrían invertir más de US$ 100 mil millones en obras de infraestructura, promesa que valió para que el gobierno acreditara otros 25 mataderos para exportar carne a China.
Bolsonaro declaró que estaba interesado en aumentar los negocios con China, pero a su entender “todos los países pueden comprar en Brasil, pero no comprar a Brasil”. Esta retorica pierde sentido cuando se develan las cifras de comercio y las empresas chinas en Brasil. Este manifiesto numérico pone al descubierto la dificultad y el desconcierto de generar una política coherente, no solo con Asia, sino con Latinoamérica.
Hoy, en Brasil, hay más de 300 empresas chinas que operan en los más diversos sectores pero concentrados en un 90% en cinco grupos que, por orden de importancia, son: energía, petróleo, finanzas, metales y agricultura. A su vez, de los U$S 61.000 millones que China invirtió en Brasil en el periodo 2000-2019, el 61% lo hizo en petróleo y energía. Que el gigante asiático haya invertido más del 30% en petróleo tiene relación con el hecho que consume casi el 14% de la producción mundial de oro negro y produce solo el 4%. En cuanto a la energía, el deshuese del sector, privatizándolo, da como resultado atractivas inversiones, sobre todo cuando son de utilidad pública, principalmente producción, generación y distribución de energía eléctrica.
El comercio con China describe un paisaje que supera a las inversiones, y no solo pone en perspectiva la capacidad de negociar, sino la importancia que la nación asiática ha adquirido para Brasil sobre todo frente a Estados Unidos. El comercio entre ambas naciones pasó de U$S 2.300 millones a principios de siglo a un monto cercano a los U$S 100.000 millones en la actualidad.
En los últimos 20 años, Brasil ha tenido superávit en 16 de esos años. Lo llamativo es que tres productos ocupan el 82% de las exportaciones brasileñas a China: soja, petróleo, mineral de hierro. En el sentido opuesto, las importaciones brasileñas de China son casi 100% productos manufacturados, sobre todo productos electrónicos, productos químicos, máquinas y equipos. No solo China representa el doble de las exportaciones de Brasil a Estados Unidos, sino que marca fuertemente el sentido de primarización de la economía.
Como muestra el cuadro casi el 28% de las exportaciones de Brasil son a China, lo llamativo es que de los tres productos más exportados, China importa el 63% del petróleo, el 79% de la soja y el 59% del mineral de hierro. Es conocido el fuerte vínculo de Jair Bolsonaro con los evangélicos de su país, así como con los miembros de las fuerzas de seguridad, desde policías hasta parte de las fuerzas armadas. Sin embargo, posiblemente el sector más estratégico que respalda a Jair Bolsonaro sea el agropecuario. Brasil se ha convertido en las últimas décadas, de manera creciente, en un país cada vez más agrario y menos industrial.
Avanzó con fuerza en la autorización de pesticidas genéricos, los cuales, de acuerdo con el Ministerio de Agricultura reducen los costos para los productores. En 2019, Brasil superó a Estados Unidos como principal productor de soja y se espera que la producción del grano llegue a las 130 millones de toneladas para 2021. Resulta polémica, en cambio, la política de vaciamiento de los órganos de control ambiental, como el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y los Recursos Naturales (IBAMA) y el Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE).
Desde el Ministerio de Agricultura, principalmente su ministra Tereza Cristina, quien representa los intereses de la agricultura de exportación y, por ende, los intereses asiáticos, entiende que la decisión por la subasta de la frecuencia del 5G podría ser decisiva sobre el futuro de las relaciones bilaterales con China en los próximos años. Esta es la subasta de frecuencias 5G, telefonía móvil e internet, que también decidirá qué compañías suministrarán la estructura de la red 5G en Brasil.
Inicialmente programada para celebrarse en noviembre de 2020, la subasta se pospuso para 2021. El gobierno brasileño está bajo una gran presión de los Estados Unidos para evitar que la compañía china Huawei, el mayor fabricante mundial de equipos para tecnología 5G, se apodere de la licitación.
Desde los sectores del agronegocio entienden que una restricción a la compañía asiática, arruinaría las ganancias extraordinarias con China, sobre todo debido a la disputa con Estados Unidos, en la que China dejó de comprar una parte de los porotos de soja a los norteamericanos para adquirirlos en Brasil. Pero este conflicto no es solo elegir quién se apodera del 5G, sino quién manda en la batalla de las Big Tech en Latinoamérica. Qué tipo de autonomía puede obtener Brasil y que tipo de desarrollo quiere.
Brasil no puede prescindir de China en cuanto a exportaciones, ya que se ha vuelto cada vez más dependiente de insumos esenciales para la industria brasileña, o como fuente de financiamiento alternativo, y en la disputa por tecnología e inversiones para sostener el crecimiento de la economía nacional. Brasil decidirá si exporta productos esenciales y compra de China todo lo industrializado, idea poco agradable para ABC la región industrial de São Paulo.
La solución parecería ser sencilla, sobre todo con un bloque en ascenso y otro en decadencia. Quizás no solo sea la autonomía, sino que la imagen de Brasil proyecta al exterior sea la que tenga que cambiar. Que otra persona garantice coherencia, estabilidad y sensatez más allá de los negocios. Quizás los últimos movimientos van en ese sentido. Esperamos que no sea un militar.