La ceremonia de la confusión permanente
A ningún medio occidental se le cruza por la cabeza que Ucrania pierda la guerra; rectifico, ningún medio occidental se plantea que Rusia gane la guerra. Pero desde diciembre, de manera tenue, turcos, chinos, algunas voces europeas comienzan a hablar de un alto al fuego en el estado actual de las cosas. Rusia se queda con un tercio del territorio ucraniano que ya tiene, y el resto del oeste es el nuevo negocio en disputa, la reconstrucción.
La desinformación, las noticias falsas, se han vuelto el pan nuestro de cada día y en la guerra, por razones entendibles, más. Pero tienen una corta duración, o se pierden entre nuevas noticias para olvidar las anteriores o encubrir las actuales. Los soldados ucranianos pelean de manera feroz, avanzan en ofensivas imaginarias, pero pierden Solderar o Bajmut, para nombrar algunas de los últimos avances que afianzan los territorios aceptados como rusos. Las disputas internas entre los oficiales y el presidente ucraniano, por dejar a las tropas en defensa de un lugar perdido, se filtran en algunos medios. La defensa de Bajmut es un certificado de defunción sin sentido.
Pero la idea del artículo es congelar el mapa que exhibimos. Suponer que un alto al fuego con estas características dejará un país roto. Como ha venido sucediendo desde diciembre, hay un tenue discurso contra el relato oficial, donde parecía que occidente tendría que acostumbrarse a una Ucrania dividida en dos. Un este en manos rusas y un potencial laboratorio de ingeniería social en el oeste, donde BlackRock, multinacionales e integrantes de Davos, se embolsen grandes ganancias con la reconstrucción de Ucrania.
Hay muchos escenarios posibles, más allá que hayamos simulado este con bases en los triunfos militares rusos y el ya de por sí poco entusiasmo mostrado para seguir ayudando a Ucrania. Una consulta, realizada hace poco, indica que el 48% de los estadounidenses son partidarios de la entrega de armas, en mayo de 2022 ese porcentaje era del 60%. Lo que también está empezando a ocurrir ahora es que el apoyo de la opinión pública al suministro de armas a Ucrania se está debilitando, en Alemania desde luego. Una encuesta reciente muestra que el 33% de los entrevistados se declara a favor de seguir apoyando militarmente a Ucrania, mientras que el 50% se opone.
¿Qué pasará si la guerra acaba con una resolución que los ucranios y la mayoría de los occidentales consideran insatisfactoria? La mayoría de las guerras no terminan con una victoria clara de uno de los bandos, de hecho, las guerras no tienen ganador. Esta podría ser una de ellas.
Esta es la hipótesis de cómo podría terminar esta guerra. Se trata de un escenario, no de un pronóstico: la guerra de trincheras continuará. Un Occidente aquejado de déficit de atención acabará por perder la paciencia, ya sea por presión política o porque la distracción la lleve a Taiwán. Lo que sí aumentará será la presión para lograr un acuerdo de paz que garantice a Ucrania la independencia y, quizás, aunque no lo veo viable, una parte de sus territorios. Ucrania no se convertirá en miembro de la OTAN. La Unión Europea ayudará a reconstruir el país y le ofrecerá una relación estrecha, pero sin llegar a la integración plena. Putin seguirá en el poder. No habrá tribunal de crímenes de guerra. Se levantarán las sanciones, pero para entonces Rusia y China habrán formado una alianza estratégica económica y militar.
El académico del American Enterprise Institute, Hal Brands, esbozó un final del juego en Ucrania tal como lo ve la administración Biden. “El objetivo de Washington es una Ucrania militarmente defendible, políticamente independiente y económicamente viable”, escribió. “Esto no incluye necesariamente retomar áreas difíciles, como el este de Donbás o Crimea”. Tal resultado no satisfaría a ninguna de las partes en este conflicto.
Ese resultado preservaría en apariencia el orden internacional “basado en reglas”. Para esto Occidente se tendrá que apresurar a proporcionar a Ucrania tanques de rápido movimiento, vehículos blindados de transporte de personal y artillería móvil en ese momento, solo por temor a que “la dinámica de la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial”.
Los límites de las capacidades de Occidente no son necesarios para formular políticas receptivas que expliquen la razón fundamental para apoyar la defensa de Ucrania, y que por obvias razones estén relacionados con intereses nacionales tangibles: la reconstrucción y la venta de armas. Si se disimula la pérdida, los negocios pueden ser ilimitados.
La justificación del negocio de 1 billón de dólares es perfecta. Ucrania ha sido destruida por los bombardeos y las armas rusas. Miles de personas han muerto, millones han sido desplazadas y/o han huido del país. Su base económica está siendo aniquilada. El PIB cayó un 15% en el primer trimestre de 2022 y un asombroso 37% en el segundo trimestre. Pero el intenso bombardeo por parte de Rusia de la infraestructura energética ucraniana durante el cuarto trimestre ha elevado la tasa de pérdidas aún más al 41% interanual, lo que supone una caída promedio del PIB para 2022 de alrededor del 32%. La producción industrial disminuyó alrededor de un 40% en un año. O sea, Ucrania no puede hacer nada.
Poner un precio al costo total de reconstrucción de Ucrania sigue siendo difícil, sobre todo porque la guerra no ha terminado. Ciudades enteras tendrán que ser reconstruidas y eso es una gran empresa. Mientras tanto, los especialistas del Centro de Investigación de Política Económica creen que costará entre U$S 220 mil millones y U$S 540 mil millones (la cifra superior es más de tres veces el PIB de Ucrania antes de la guerra) o una media de U$S 380 mil millones, muy cercano a las reservas congeladas a los rusos, lo que debela el misterio de donde saldrán los fondos de la financiación.
El director ejecutivo de uno de los negocios por venir, UkraineInvest, la agencia de promoción de inversiones del país, ayuda a desglosar algunas de estas cifras para que se ajuste al monto esperado. Hasta el momento, los daños a la infraestructura, incluidos puentes, carreteras, viviendas, edificios, etc., así como la infraestructura militar, se estiman en 270.000 millones de dólares. Luego está el costo por el deterioro de los edificios y operaciones comerciales, con pérdidas para la economía ucraniana estimadas en U$S 290 mil millones.
Aproximadamente el 30% de las empresas del país han parado completamente sus actividades, mientras que el 45% ha reducido la producción, la mayoría de las empresas fuertes están en el este, en manos rusas, por lo que el rediseño es realmente complejo. La mayor parte de la factura la pagará inicialmente la Comisión Europea, que está trabajando en un fondo de recuperación para la reconstrucción de Ucrania, inspirado en el posterior a la epidemia de Covid-19.
Por increíble que parezca, la invasión que millones de ucranianos están sufriendo en este momento probablemente no sea el final de sus dificultades. Eso se debe a las expectativas sobre la potencial bonanza comercial que se encontrará en la reconstrucción de la posguerra del país.
En noviembre del año pasado, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky firmó un memorando de entendimiento con BlackRock que hará las veces de Asesor de Mercados Financieros (FMA), una unidad de consultoría especial. En palabras de BlackRock, el acuerdo tiene el “objetivo de crear oportunidades para que los inversores públicos y privados participen en la futura reconstrucción y recuperación de la economía ucraniana”.
Según Investigate Europe, en sus actividades europeas, BlackRock es «un asesor de los Estados sobre privatización» y «está muy ocupado contrarrestando cualquier intento de aumentar la regulación» en Europa. Ucrania ya se está abriendo a la inversión. En diciembre del año pasado, cuando Kiev y BlackRock llevaban meses discutiendo, el parlamento ucraniano impulsó una legislación respaldada por promotores inmobiliarios que se había estancado antes de la guerra, desregulando las leyes de planificación urbana en beneficio de un sector privado que ha estado observando con avidez la demolición de sitios históricos.
En suma, comenzó con la guerra un asalto al parlamento y a las leyes laborales. Mientras los trabajadores ucranianos defendían el país y hacían todo lo que estaba a su alcance para que las cosas siguieran funcionando en tiempos muy difíciles, se impulsaron múltiples reformas que limitaban los derechos en el lugar de trabajo. Primero, se aprobó una ley que relajó la protección contra el despido y aumentó la semana laboral máxima a sesenta horas. A esto le siguió una ley que permitía los llamados contratos de cero horas, una forma radical de trabajo a pedido en el que no se tiene derecho a un mínimo de horas de trabajo y solo se remuneran los servicios efectivamente realizados. Ese cambio en particular no fue aconsejado por BlackRock, sino por la oficina de relaciones exteriores británica.
Con audiencias nacionales e internacionales comprometidas con la recuperación y el desarrollo de Ucrania, es probable que las reformas se aceleren después de la guerra, se espera una mayor desregulación, abriendo aún más el camino para que el capital internacional fluya hacia la agricultura ucraniana. La receta para el éxito, aconsejó ¿BlackRock?, requería una mayor privatización de las «empresas estatales», lo que «deprimirá el gasto público». Este último objetivo de privatización, señaló The Economist, se había “estancado cuando estalló la guerra”.
Verde, digital, neoliberal, esa es la idea de una reconstrucción que llevará a que Ucrania corra el riesgo de convertirse en un laboratorio neoliberal con la menor cantidad posible de regulaciones laborales y con las mejores condiciones posibles para las empresas privadas que quieren beneficiarse de la reconstrucción, como lo fue Chile o Bolivia en algún momento. Ya pusieron los muertos, ahora se necesita el suelo, y el sudor de los trabajadores ucranianos. Alguien tiene que pagar la fiesta americana.