Deseos y realidades
Las sanciones occidentales a Rusia han tenido más impacto en el resto del mundo que en el principal damnificado para el que fueron y siguen siendo diseñadas. La realidad apunta a tres sectores receptores del golpe. La economía mundial, en principio, debido a la suba sostenida de los precios, el doble por el momento que el ya de por sí, excesivo y preocupante índices inflacionarios del año 2021. Este ya mostraba escandalosas concentración del ingreso, y comenzaba a emerger fuertes riesgos por la seguridad alimentaria, entre otras.
Por otro lado, dos efectos de medio plazo y largo plazo. Uno de sustitución de importaciones, con un marcado sello de desacople económico entre Eurasia y occidente, y por otro lado, el sector financiero que, como consecuencia del abuso del manejo norteamericano de congelación de activos ahorrados en dólares, encendieron las alertas mundiales, despertando la curiosidad de examinar alternativas de ahorro y comercio en diferentes monedas, alterando las expectativas del área dólar.
El aporte inflacionario es una tentación cómoda que invita a descargar todas las culpas sobre el conflicto bélico, evitando explicar los comprobados y desastrosos resultados del modelo de acumulación. Aun con un relato elaborado, homogéneo y fraudulento, el deseo europeo de terminar con la dependencia de la energía rusa colisiona constantemente con la realidad, mientras las medidas de política económica americanas arrastran al mundo a una recesión casi imposible de evitar, potenciando la bipolaridad que se quiere evitar.
Por el otro lado, tenemos el combo americano de medidas de política económica, impulsadas desde el 2021, que generaron un fuerte incremento de la inflación. Con el advenimiento de guerra, las sanciones financieras, el incremento de energía, sus derivados, y la ya conocida desarticulación de la cadena de suministros, inició una crisis potencial en el mediano plazo difícil de sortear. Veamos esto un poco más se cerca.
El creciente déficit comercial de Estados Unidos, que ahora alcanza una tasa anual récord de U$S 1,32 billones, requiere que Estados Unidos venda papel a sus proveedores extranjeros a cambio de bienes u ahorro. Hasta antes del embargo a Rusia, la mayor parte de los papeles que EE.UU. vendió a extranjeros durante los últimos años fue capital de corporaciones estadounidenses –acciones– en lugar de bonos gubernamentales, mucho más seguros por tener renta fija. Los valores de marcado se dispararon cuando la Reserva Federal obligó a bajar las tasas de interés, al reducir su tasa de préstamos a corto plazo a cero y comprar $ 6 billones de valores del Tesoro.
Las tenencias extranjeras de acciones estadounidenses aumentaron de U$S 8,5 billones a principios de 2020 a U$S 13,5 billones en la actualidad, es decir, en U$S 5 billones, mientras que la propiedad extranjera de bonos del Tesoro de EE.UU. apenas aumentó. Es decir, la Reserva Federal compró 6 billones de dólares en bonos del Tesoro, cuyos rendimientos reales colapsaron, y las valoraciones de las acciones se dispararon. Los extranjeros evitaron los bajos rendimientos récord de los papeles del gobierno de EE.UU. y compraron en el auge de las acciones.
Desde comienzo de año, y con mayor fuerza con posterioridad a los incrementos de la tasa de interés americana, las acciones se fueron en picada. Nasdaq 33% tuvo la peor caída desde 1971, cuando se creó; Dow Jones 14% y el S&P 500 Index 20%. Los aumentos de la tasa de interés atentan directamente contra el mercado de capitales y potencian el mercado de bonos. El mayor impacto de la suba de tipos de interés se da en la pérdida de beneficios accionarios. Estos beneficios, ficticiamente creados por el gobierno con créditos a tasa cero a las empresas que utilizaron para recomprar sus propias acciones, generaron un beneficio irreal, una burbuja bursátil. No por mayor venta de sus bienes o servicios, solo por la valorización de acciones.
El aumento de la tasa de referencia tiene consecuencias no solo para las empresas con un costo del crédito mayor, sino que demás obliga a los países a incrementar su tasa de interés, si no quieren que los fondos especulativos se fuguen y vuelvan a EE.UU. Recortan, además, las posibilidades de crédito internacional, destruyen el consumo sin bajar la inflación al atacar el poder de compra de los salarios fijos, y al concentrar el ingreso. Si las ganancias ficticias mermaron en la bolsa, se recuperan con aumentos de precios de los bienes, manteniendo la rentabilidad.
EE.UU. tendrá que vender más bonos a extranjeros si quiere solventar el déficit, con rendimientos más atractivos, más aún después de las expectativas negativas generadas por el congelamiento de fondos a Rusia. Eso significa que los rendimientos reales tendrán que aumentar aún más, ejerciendo más presión sobre las valoraciones de las acciones. Sus consecuencias serán que los extranjeros inviertan menos en EE.UU., devaluando el dólar, lo que impulsará el precio de los commodities en términos de dólar. Y, como consecuencia, los americanos comprarán menos bienes, que resultarán más caros. Recesión a la vista.
Ahora, estas medidas económicas, así como las sanciones, no afectan solamente a Rusia. China también ha recibido sanciones directas y a empresas para evitar competir con ellas. Estos avances sobre sectores económicos estratégicos generan una sustitución de importaciones y un desarrollo autónomo, desacoplado de Occidente, al cual estaban totalmente integrados hasta los fines de la globalización. La industria de fabricación de semiconductores, que fabrica los chips y circuitos que impulsan la electrónica moderna, podría ser un buen ejemplo: ahora es global, pero con las sanciones tiende a fragmentarse y regionalizarse.
Fabricar chips requiere grandes cantidades de conocimiento e inversión de capital, y aunque China es el mayor consumidor de semiconductores del mundo, depende en gran medida de las importaciones. Sin embargo, las sanciones estadounidenses significan que muchas empresas globales de semiconductores no pueden vender en China por esas sanciones.
Si China y Rusia tienen éxito en sus desarrollos, una de las consecuencias será que los semiconductores fabricados, por ejemplo, en China, probablemente utilizarán estándares técnicos diferentes a los actuales. Estos estándares divergentes pueden parecer un problema menor, pero dificultarán que las tecnologías y los productos euroasiáticos y occidentales trabajen juntos. Este desacoplamiento profundizará la fractura entre la innovación digital con occidente. Esto, a su vez, probablemente conducirá a un mayor desacoplamiento de las finanzas, el comercio y los datos.
Como si este revuelto de intereses fuera poco, si Europa persiste con las sanciones terminará implementando políticas graduales, algo más ordenadas que el despotismo de su discurso, sobre todo cuando la realidad se antepone al deseo. Comencemos con las nobles intenciones europeas, no solo de disminuir el gas de Rusia, sino eliminar el carbón y ahora el petróleo. Antes de comenzar con las conjeturas pongamos algunos números en la mesa extraídos del Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio –CREA– que goza de poca simpatía hacia los combustibles fósiles y sus proveedores.
Para arrojar luz sobre quién compra el petróleo, el gas y el carbón de Rusia, y cómo ha cambiado el volumen y el valor de las importaciones desde el comienzo de la invasión, el Centro de Investigación ha compilado un conjunto de datos detallados del comercio marítimo y por oleoductos de combustibles fósiles rusos (el Informe completo se puede consultar aquí):
- Rusia exportó combustibles fósiles por valor de 63.000 millones de euros a través de envíos y por oleoductos desde el comienzo de la invasión. La UE importó el 71% de esto, por un valor aproximado de 44 mil millones de euros.
- Los mayores importadores, por orden, fueron Alemania (€ 9.100 millones), Italia (€ 6.900 millones), China (€ 6.700 millones), Países Bajos (€ 5.600 millones), Turquía (€4.100 millones) y Francia (€ 3.800 millones).
- Las entregas de petróleo a la UE cayeron un 20% y las de carbón un 40%, mientras que las entregas de GNL aumentaron un 20%. Las compras de gas de la UE a través de gasoductos aumentaron un 10%. Las entregas de petróleo a destinos fuera de la UE aumentaron un 20%, y con cambios importantes en los destinos. Las entregas de carbón y GNL fuera de la UE aumentaron un 30 % y un 80 %, respectivamente.
Los datos anteriores muestran que Bruselas omite la realidad, o cuáles son las verdaderas alternativas de lograr terminar con la dependencia rusa de energía. De todas maneras, las autoridades europeas decidieron un sexto paquete de sanciones, apuntado a terminar con las importaciones de petróleo ruso, que al parecer solo quedara en iniciativa. El problema en este caso es doblemente complejo, por un lado, el petróleo crudo, y por otro lado, los productos refinados del petróleo, que son los que realmente se salieron de contexto.
Europa no necesita deshacerse solo del petróleo crudo, sino de los productos refinados que son un problema mayor. Por lo general, el precio del crudo y el de los productos refinados suben y bajan a la par, casi simétricamente. En tiempos normales, el valor de la mezcla de Texas (WTI) es una abreviatura de precio útil para la totalidad del mercado del petróleo. En este momento, la relación tradicional entre crudos y productos refinados está rota. El WTI está anclado en alrededor de $100-$110 por barril, lo que sugiere que, en términos de barriles, los precios de los derivados no deberían ser mucho más altos, una vez que se agrega el margen promedio de rentabilidad de refinación.
El problema es anterior a la guerra, la capacidad de refinación ha disminuido y las plantas que están operando luchan por procesar suficiente crudo para satisfacer la demanda de combustible. En aras de la simplicidad, la industria mide los márgenes de refinamiento utilizando un cálculo aproximado, llamado «diferencial de grietas 3-2-1», es decir, por cada tres barriles de petróleo crudo WTI que la refinería procesa, produce dos barriles de gasolina y un barril de combustible destilado, como diésel. Analistas de petróleo de Morgan Stanley estiman que, fuera de China y Medio Oriente, la capacidad de destilación de petróleo se redujo en 1,9 millones de barriles por día desde finales de 2019 hasta la actualidad, la mayor caída en 30 años.
La realidad marca que los aumentos de los productos refinados fueron mucho mayores que el petróleo crudo. Por ejemplo, el combustible para aviones, en el puerto de Nueva York, un centro clave, está a 275 dólares por barril, el diésel no está muy lejos, a unos 175 dólares el barril, y la gasolina se encuentra a unos 155 dólares el barril. Esos son precios al por mayor, antes de agregar impuestos y márgenes de comercialización.
Los planes de la Unión Europea de imponer un embargo a las importaciones del petróleo ruso deben ser realistas, porque reducir a cero el comercio de crudo con Rusia no es posible, ni deseable, según Bloomberg. Esto debería incluir, en el paquete “RePowerEU”, inversiones en nuevos oleoductos y gasoductos que es una idea impulsada por Hungría, Eslovaquia y la República Checa, que no tienen acceso al mar y, por lo tanto, no pueden cambiar su dependencia comprando y abasteciendo su petróleo de otros países. O sea, una idea de largo plazo.
El tramo sur del oleoducto Druzhba, que transporta el petróleo de Siberia a Europa, pasa por Hungría, Croacia y Eslovaquia. Sus refinerías fueron construidas especialmente para procesar la mezcla del crudo bombeado por ese sistema. Los productos refinados rusos plantean «un conjunto diferente de desafíos«, y cada país europeo va a tener que buscar vías alternativas de suministro. Por ejemplo, si se quisieran poner sanciones al petróleo, surgiría el dilema, para hacer efectivas las sanciones, si se debe considerar como rusos la gasolina o el diésel producidos en una refinería india que procesa el petróleo suministrado por Moscú. Una iniciativa a la medida de Estados Unidos, y desastrosa en el corto plazo para Europa, deja como la única salida la recesión para bajar la demanda.