Desorden occidental, cautiverio europeo
El grado de desconcierto del Sur Global ante las políticas europeas es de asombro e incomprensión. Su alineamiento irrestricto a la política exterior americana, las sanciones, la obsecuencia económica/energética que lo acerca a la desindustrialización, el resurgimiento bélico y el incremento del gasto militar, no tienen sentido. Todas las reverencias políticas hacia Estados Unidos sorprenden por carecer de beneficios a la vista. De hecho, cada decisión de Bruselas parece más un paso hacia el suicidio que una medida hacia la autonomía, el desarrollo regional o beneficios para la Unión.
La lógica se encuentra descripta a la perfección por el vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, Dmitry Medvedev, quien publicó una anécdota en su canal de Telegram usando el ejemplo de un diálogo entre dos niños finlandeses por su ingreso a la OTAN.
Pekka: —¿Por qué nuestro país se unió a la OTAN?
Matti: —Porque los rusos nos están amenazando.
Pekka: —¿Por qué nos amenazan?
Matti: —Porque nos estamos uniendo a la OTAN.
En un artículo en El Salto, Wolfgang Streeck, director emérito del Instituto Max Planck para el estudio de las sociedades, de Colonia, describe lo que en Italia se denomina dietrismo. Dietro significa detrás, o lo que está diseñado para ocultar lo que realmente se encuentra delante. La idea divide el mundo entre el escenario y las bambalinas. “Lees algo, o lo oyes en la radio o en la televisión, y como dietrista bien versado te preguntas no tanto sobre lo que te están contando, sino por qué te lo cuentan y por qué lo hacen ahora”.
La imagen dietrista sería entonces. ¿Por qué Estados Unidos toma las decisiones que toma y Bruselas se inmola con ellas? Podría parecer un simple acto de vasallaje de la dirigencia europeísta, pero la explicación de tan burda pérdida de autonomía en todos los frentes es un poco más compleja de lo que se ve en el escenario, o al menos es la convergencia de varias fuentes entrelazadas a la vez, defensa, corrupción y el pensamiento político de su dirigencia.
Se podría comenzar exponiendo a quienes dan la cara con las medidas. Los Von der Leyen, Borrell o Lagarde son personajes que tienen tanta deshonestidad que ocultar que, más allá de su posición ideológica proamericana, creen que es mejor llevarse bien con el poder para preservar el suyo propio y evitar terminar en prisión. Son sólo actores en el escenario, no tras bambalinas. Estados Unidos está presionando por una estructura de seguridad al estilo de la Guerra Fría en Europa, donde el temor es el indicador principal que arrastra a los actores del escenario europeo a justificar un relato de servilismo.
Ahora Estados Unidos parecería estar delegando la defensa de Ucrania en Europa. Esta idea se da, ante la falta de capacidad bélica y la necesidad de armamento estadounidense. Se suma a esta idea la ley de reducción de la inflación de Biden, que está colmando a los gigantes corporativos estadounidenses con cientos de miles de millones de dólares en subsidios, socavando a sus competidores europeos, amenazando con la desindustrialización a largo plazo de la Unión Europea, atacando la prosperidad del continente, sin que la salud de la alianza transatlántica se vea en entredicho.
Estados Unidos ha obtenido increíbles ganancias con la energía, sólo por el hecho de desbaratar el modelo de negocio alemán, dependiente de la energía barata de Rusia, y para asegurar lo actuado, saboteando Nord Stream, y descartar por completo las relaciones europeas con Moscú. Si bien la idea americana está siendo seguida al pie de la letra, una agenda proteccionista que discrimina a sus aliados no ha recibido en el término de más de un año reclamos políticos ni iniciativas defensivas por parte de la UE. Emmanuel Macron fue unos de los pocos que se quejó de los altos precios de la energía vendida por Estados Unidos afirmando que no eran «amistosos» y el ministro de economía de Alemania pidió a Washington que muestre más «solidaridad» y ayude a reducir los costos de energía para los europeos. Pero la ley de reducción de la inflación estadounidense fue un mazazo a la economía europea o para la soberanía estratégica.
El concepto no es nuevo. De hecho, la autonomía estratégica forma parte del léxico convencional de la UE desde hace bastante tiempo. Nació en el ámbito de la industria de la defensa y, durante mucho tiempo, su uso se limitó a cuestiones de defensa y seguridad. Durante cierto tiempo el debate se limitó a un enfrentamiento entre aquellos para los que la autonomía estratégica era un medio para recuperar el espacio político frente a los Estados Unidos, y otros, la mayoría de los Estados europeos, según Josep Borrell, para los que tenía que evitarse, precisamente por miedo a acelerar que los Estados Unidos se desentendieran de Europa.
Cuando se habla de amenazas, un asunto importante es el de la relación de la Unión con la OTAN y, en particular, con los Estados Unidos. Al mismo tiempo nadie cuestiona la vitalidad de la relación transatlántica y que la OTAN sigue siendo el único marco viable para garantizar la defensa territorial de Europa. Estas son palabras de Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, es decir, asumieron su dependencia. Entonces muchas cosas comienzan a tener sentido. «Europa es un gigante económico, un enano político y un gusano militar». Esa frase, autoría del exministro de Relaciones Exteriores de Bélgica, Mark Eyskens, se acerca a la realidad en 2023, pero ahora ni siquiera es un gigante económico.
Comienza a surgir el juego tras bambalinas. Medios alemanes reportaron el año pasado que la capacidad militar de su país era tan frágil que, ante un ataque intenso, sus fuerzas armadas solo tenían municiones para resistir dos días de combate, por lo que se anunció sorpresivamente que el Gobierno destinará una partida extraordinaria única de 100.000 millones de euros para equipar a las fuerzas armadas alemanas con armamento estadounidense, entre otros, el avión F35, aviones furtivos.
La necesidad alemana del avión más caro del mundo es que, en caso de ser necesario, transportarían las bombas atómicas de Estados Unidos estacionadas en Alemania hasta su objetivo. «El avión caza F-35 podría ser una de las aeronaves de transporte”, dijo Scholz en una declaración de gobierno ante el Parlamento alemán. Con esto, sorprendió a muchos expertos en seguridad: ¿hay una hipótesis de conflicto nuclear en Alemania?, ¿con quién?
Desde el 2019, cuando Trump increpaba a los europeos que EE.UU. no sería el cajero automático de la OTAN y el presidente Macron se apresuraba a certificar su “muerte cerebral”, se venía ejecutando la planificación de la defensa europea. Tan solo en 2022, según las estimaciones de la propia OTAN, Estados Unidos aportó el 70% del presupuesto total del organismo, con más 821.830 millones de dólares. Según las mismas estimaciones, los cinco países que más recursos destinaron a cuestiones de defensa son Grecia, EE.UU., Polonia, Lituania y Estonia, aunque el que más dinero aporta sigue siendo son los Estados Unidos.
Una de las críticas que enfrentan países como Francia y Alemania es que no aportan el mínimo del 2% de su PIB a la industria militar, lo que deja cualquier tema de seguridad en manos de la OTAN. A cambio de la protección estadounidense, ellos guiarán todas las políticas, no sólo la de defensa. Europa esta desprotegida y completamente vulnerable, a grado tal de callarse cuando Australia le informó a Francia que rescindiría su contrato para construir 12 de los submarinos convencionales, y ahora le comprará cinco submarinos de propulsión nuclear a Estados Unidos, en el marco de un ambicioso plan para fortalecer a Occidente en la región Asia-Pacífico, el nuevo giro pensado por EE.UU.
Se entiende entonces que el concepto de autonomía estratégica se amplió desde que Macron dio un debate en la Sorbona seis años atrás, no sólo la defensa está en juego sino la energía, la industrialización, la economía, la tecnología y el comercio. Pero como vimos en el concepto de autonomía estratégica, primó su dimensión de seguridad que condicionó a los demás vectores de decisión, a pesar de que se pensó en establecer una fuerza conjunta de intervención, así como un presupuesto común de defensa, después la invasión rusa a Ucrania, pero tarde para revivir la idea de la soberanía europea.
Antes que EE.UU. impusiera su fuerza era crucial lograr algún tipo de autonomía decisoria que, como vimos, fue superada por la dimensión de seguridad. Los últimos tres años han expuesto la vulnerabilidad de Europa. La crisis de Covid-19 puso de relieve la falta de equipos de protección personal esenciales, que ya no producían sino que importaban de China; como consecuencia, la interrupción de las cadenas de suministro provocó una escasez de semiconductores, especialmente en la industria automotriz, lo que obstaculizó la recuperación económica. La guerra, la energía y la inflación, más las sanciones, lo único que hicieron fue perjudicar a Europa y beneficiar a los Estados Unidos. El dinero se dirigía a pagar exorbitantes sumas de energía alternativa a la rusa o subsidiar las facturas de gas de Estados Unidos. Alemania aumenta en 200.000 millones de euros su paquete de ayudas energéticas tratando de amortiguar el impacto en la economía y los hogares.
Aún y cuando las mayores empresas alemanas movían sus plantas a China o Estados Unidos, ya sea por necesidad energética, como BASF, o por la ley de reducción de la inflación, como Volkswagen, a las políticas proteccionistas americanas a la UE les falta un enfoque europeo integral, acompañado de un impulso de financiación adecuada. Como Bruselas fue cooptado por el temor a Estados Unidos, los países, de manera individual, como Alemania o Francia, avanzan de forma independiente, aumenta la asignación de fondos públicos por sobre los estados europeos endeudados que no podían reducir el impacto inflacionario, lo que dificulta las soluciones conjuntas que benefician a todos.
Alemania enfrenta problemas de sustitución energética. Francia, que en la actualidad cuenta con un 70% de su energía generada por reactores nucleares, depende del uranio importado a precio de baratija de Níger, que se rebeló y ahora pone en duda su 16% de importación francesa a precios de la espuria moneda CFA. La crisis energética es particularmente aguda para sectores como el vidrio, los productos químicos, los metales, los fertilizantes, la pulpa y el papel, la cerámica y el cemento, que requieren la mayor cantidad de energía para impulsar su producción industrial y que emplean en conjunto a 8 millones de personas.
Destatis, la oficina alemana de estadística, revisó a la baja las cifras y saltó la sorpresa: el PIB se contrajo un 0,3%. Lo suficiente, eso sí, para tratarse de una recesión técnica al ser el segundo trimestre de caída, tras el -0,5% de finales de 2022. Los motores de la contracción son la debilidad del consumo privado a causa de la inflación y la atonía de la actividad industrial, los altos precios de la energía y la incertidumbre. El Banco Central Europeo sigue la lógica americana y no puede quedarse muy alejado de la FED por la diferencia de tasas, a cada aumento de la reserva federal le sigue uno del Banco Central Europeo. La política monetaria tiene como objetivo amortiguar la demanda para bajar la inflación.
Estados Unidos se dotó en agosto de 2022 de dos instrumentos para relocalizar dentro de sus fronteras industrias clave en la doble transición digital y verde. En primer lugar, aprobó la ley de chips y ciencia, dotada de 280.000 millones de dólares para reforzar el ecosistema de semiconductores, crear centros regionales de I+D en tecnología digital emergente y desarrollar el capital humano stem (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). En segundo lugar, adoptó la ley de reducción de la inflación, con presupuesto de 370.000 millones para inversión pública en tecnologías de energía limpia. Ambas iniciativas destruyeron la industria europea.
Europa se ha esforzado por emular al socio trasatlántico alumbrando dos herramientas gemelas, el reglamento de refuerzo del ecosistema europeo de semiconductores (ley de chips UE) y reglamento para refuerzo del ecosistema europeo de fabricación de productos de tecnología emisiones cero (ley Net-Zero). La diferencia central respecto de las normativas estadounidenses es la ausencia de un presupuesto propio en los dos instrumentos comunitarios. La consecuencia es una pérdida de coherencia europea sobre actuaciones de relocalización industrial, con la descentralización del esfuerzo y decisión hacia los Estados miembros. Además, estos han de financiar con sus presupuestos nacionales los proyectos, dando lugar a una competencia desigual entre ellos.
Europa perdió con la seguridad y todas las acciones están diseñadas para no molestar a su guardaespaldas, que avanza con la sepultura europea a pasos agigantados. Europa ya no es un competidor, ahora es solo un comprador de armas a los Estados Unidos por lo que sustituye seguridad social o desarrollo industrial por presupuesto militar. El objetivo europeo impuesto por Estados Unidos es lidiar con la guerra de Ucrania y contener a los arribistas polacos que ya se apuntan con quedarse con una parte de lo que deje Rusia de Ucrania. Y encima deberán financiar y poner hombres y armamento en la nueva iniciativa americana: Taiwán.