Deuda, cuando la moral se convirtió en aritmética
La derecha es una gran creadora de mitos; de hecho, una inmensa y legendaria fábrica de relatos, en economía resulta un deleite de disimulo, el camuflaje y la desfiguración de la verdad. Para dar un ejemplo, en la Argentina actual, el nuevo ministro de economía ha puesto en funcionamiento una nueva iniciativa llamada “fábrica de dólares”, a mi entender de añeja existencia. El traslado de ahorros al exterior debe ser la principal exportación del país, pero para la matriz mediática es un nuevo relato con idéntico final. El problema argentino nunca fue la generación de dólares sino su permanencia en el país.
En lo que respecta a la tradición alternativa de cualquier sector político en el mundo, se le puede cargar la incapacidad de hallar una respuesta transformadora o imaginar relatos alternativos o mitos, como el trueque, la existencia natural de los mercados, o, para este artículo, el misterioso mito de ¿honrar las deudas? La deuda es el tema central de la política internacional ante cualquier modificación económica de las grandes potencias. Pero la mayoría de los mortales no sabemos exactamente qué es, menos aún su transformación en un mandato bíblico para respetarla, poco democrático para solicitarla, ya que nadie nos consultó para tomarla, esquiva en cuanto a la afectación social de su pago, y por ningún motivo defaulteable.
Nuevamente tomaremos al antropólogo David Graeber como guía, en este caso, su libro En deuda. Una historia alternativa de la economía. A este autor nos referimos en un texto anterior, por lo que tranquilamente este artículo pudo llamarse “Deudas de mierda”. Sin embargo, ahora no analizaremos su monografía, sino que tomaremos algunos disparadores que nos sugiere su lectura, y que fomentan una reflexión diferente a lo que tenemos a la vista. Y en el tema deuda, vaya si lo es.
David Graeber marca dos cosas interesantes en su libro que seguiremos tangencialmente. La primera, el hecho de que no sepamos qué es la deuda, la propia flexibilidad del concepto, nos propone, es la base de su poder. Si algo enseña la historia es que no hay mejor manera de justificar algunas relaciones que hacerlas parecer éticas, sobre todo hacer sentir que es la víctima la que ha hecho algo inadecuado, como llevar una falda muy corta, un vestido provocador o un estado con compulsión al gasto. Durante miles de años los imperios han sabido convencer a sus víctimas de que les deben algo, como mínimo “les deben sus vidas” por no haberlos matado. Esto se ve claro hoy, los agresores suelen exigirle al invadido el pago de una compensación por el costo de la agresión, el petróleo de Iraq, las reservas de Afganistán y, seguramente, dólares y oro ruso servirán para pagar los nuevos beneficios del aparato bélico americano y la infraestructura ucraniana.
Pero la deuda no es solo la justicia del vencedor, puede ser también una manera de castigar a ganadores que nadie suponía que debieran ganar, como veremos en el caso de Haití. El segundo punto se basa en la idea de que a largo de la historia ha habido maneras eficaces de que el prestamista sacudiera su vergüenza: trasladar la responsabilidad a una tercera persona o insistir en que el deudor es incluso peor que el acreedor. Esta idea, central en el relato, es la que se ha impuesto a los pueblos desde siempre, para entender, en el caso actual, el usurero FMI es igual de malo que el despilfarrador Estado deudor, que mantiene vagos, subsidia servicios, emite dinero y después no quiere afrontar sus obligaciones, por lo que garantizar el pago es una cuestión moral.
El mejor ejemplo de enviar la responsabilidad a terceros es el Mercader de Venecia de William Shakespeare. En la Europa medieval era común que los comerciantes utilizaran a empleados judíos como subordinados y prestamistas. Primero le negaban a los judíos la posibilidad de ganarse la vida con nada que no fuera la usura y periódicamente se volvían contra ellos, asegurando que eran criaturas detestables por cobrar intereses, aunque comerciantes y terratenientes se apropiaran de las ganancias. Muy parecido al sistema financiero o al Tesoro Americano actual, los endeudados del mundo están habilitados a insultar al judío FMI, aunque todo el establishment trabaje para la embajada americana y el sistema financiero se quede con las ganancias.
La Iglesia católica había prohibido los préstamos de dinero con intereses, pero las reglas a menudo caían en desuso, por eso la idea siempre fue ocultar al usurero. La iglesia enviaba frailes mendicantes de ciudad en ciudad advirtiendo a prestamistas que, a menos que se arrepintieran y restituyeran totalmente lo que habían sacado a sus víctimas, irían con toda seguridad al infierno. A diferencia del relato actual, los mitos por cobrar interés estaban llenos de terroríficas historias acerca del juicio divino a los usureros: terribles enfermedades, casas encantadas por los fantasmas o demonios que pronto devorarían su carne; la idea era infundir temor. Mismas ideas y tan aterradoras, como en la actualidad, si se nos ocurre solamente pensar en no pagar.
Durante miles de años, la lucha entre ricos y pobres ha tomado en gran parte forma de conflictos entre acreedores y deudores. Las discusiones acerca de las ventajas e inconvenientes del pago de intereses, de la servidumbre por deudas, condonaciones, condicionalidades, confiscación, apropiaciones, privatizaciones y hasta venta de los hijos del deudor como esclavos. Términos como “ajuste de cuentas” o “redención” son los más obvios, dado que surgen directamente del lenguaje de las antiguas finanzas. Pero para conseguir gobernar incluso en un régimen basado en la violencia, se necesita establecer algún tipo de reglamento, sistema monetario mundial, SWIFT, BM, FMI. etc. Al fin y al cabo, para discutir con el rey hay que usar el lenguaje del rey, para discutir con el FMI no solo se necesita el inglés.
Lo interesante del tema es que no sabemos cómo, pero la moral estatal se convirtió en un asunto de impersonal aritmética, y al hacerlo, justificamos cosas que de otra manera nos parecerían un ultraje o una obscenidad. Esta idea supone que si uno debe cuarenta cuatro mil millones de dólares al 4.2% de interés, como es el caso de la deuda tomada por el gobierno argentino anterior, en realidad no importa quién la tomó ni quién es el acreedor. No es necesario calcular los efectos sociales, solo es necesario calcular el monto, los balances, las penalizaciones, los tipos de interés, el ajuste fiscal para llegar a pagar. Si las familia termina empeñando su casa, pasar frío en invierno y calor en verano, están desempleados, son pobres o recogen comida de un basurero…, bueno, es una lástima, pero para el acreedor es secundario. El dinero es el dinero, y un trato es un trato.
David Graeber entiende que no hay demasiada diferencia entre un gánster que desenfunda un arma y te exige mil dólares como “protección” y el mismo gánster desenfundando un arma y exigiendo que le des un “préstamo” de mil dólares. De cualquier manera, nunca habrá justicia para enjuiciar al gánster. Con esta lógica, ¿cuál sería el estatus de los bonos del Tesoro Americano cuando pueden congelar y apropiarse de las reservas, ya sea en bonos, dólares u oro? ¿Esto tendría que tomarse como una deuda o como simples tributos? La actualidad se parece demasiado a los códigos legales de la India medieval. En esa época no solo los préstamos con interés eran permitidos sino que se enfatizaba a menudo que un deudor que no pagara renacería en su siguiente vida como sirviente en la casa de su acreedor, algo parecido a lo que sucede hace décadas que renacemos en la casa del FMI como sirvientes.
Lo más interesante es determinar en qué momento la comunidad internacional percibe que hay algún problema moral del país deudor. Bueno, eso sucede solamente cuando se muestra lento en el pago de sus deudas. Si los ajustes son desmesurados, si la pobreza aumenta, no parecería haber un problema moral, ni siquiera político. Pero como dijimos, la deuda no es solo la justicia del vencedor, puede ser también una manera de castigar a ganadores que no se suponía que ganaran. No te atrevas a ganar o a no pagar.
El ejemplo más espectacular de esto es la historia de la República de Haití, el primer país pobre al que se colocó en un estado de esclavitud mediante deuda. Haití era una nación fundada por antiguos esclavos de plantaciones que cometieron la temeridad no solo de rebelarse, entre grandes declaraciones de derechos y libertades individuales, sino también de derrotar a los ejércitos que Napoleón envió para devolverlos a la esclavitud.
Francia clamó de inmediato que la nueva república le debía 150 millones de francos en daños por las plantaciones expropiadas, así como los gastos de las fallidas expediciones militares, y todas las demás naciones, incluido Estados Unidos, acordaron imponer un embargo al país hasta que pagase la deuda. La suma era deliberadamente imposible (equivalente a unos 25.000 millones de dólares actuales) y el posterior embargo consiguió que el nombre de Haití se convirtiera en sinónimo de deuda, pobreza y miseria humana desde entonces.
Cualquiera podría pensar que lo de Haití es historia del pasado, muy lejos de la realidad. Pero revisemos un ejemplo cercano. Emmanuel Macron decidió hacer una gira regional por tres antiguas colonias francesas de África tratando de proteger sus zonas estratégicas, y frenar la ofensiva rusa en el territorio, aunque esta última frase parezca absurda.
El mapa que está arriba coloreado muestra a los países que manejan una moneda común, que ahora significa “Comunidad Financiera Africana” (CFA), aunque en el momento de su creación significaban “Comunidad Francesa de África”. En sus orígenes, el franco CFA era una moneda colonial impuesta desde la metrópoli, y todavía hoy París retiene una gran influencia en los países que la utilizan ya que, aunque no lo crea, el 50% de las reservas de los Estados que usan el franco CFA deben ser depositadas en el Tesoro francés. Además, las transacciones de franco CFA a otras divisas pasan por París, y es el Banco Central francés el que se ocupa de la impresión de esta moneda. Realmente lo de Rusia es una completa desvergüenza.
Pero esta idea de no tener moneda, ya sea como CFA, o dólares, como Argentina con la convertibilidad, o Ecuador en la actualidad pasaron a ser simples tributos, pero en moneda externa. Esta narrativa se convirtió en un fuerte armamento mitológico. El propio John Maynard Keynes llegó a la conclusión, que adelantó en las primeras páginas de su Tratado del dinero, que era más o menos la única conclusión a la que se puede llegar si uno no parte de premisas previas, sino del meticuloso examen del registro histórico: que la minoría de lunáticos, básicamente, tenía razón. Fueran cuales fueran sus orígenes primitivos, durante los últimos cuatro mil años el dinero ha sido una criatura del Estado. Los individuos, observó, hacen tratos entre ellos. Asumen deudas y prometen pagos.
El Estado, por tanto, aparece ante todo como la autoridad legal que obliga al pago de la cosa que corresponde al nombre o descripción en el contrato, en el caso argentino flojo de papeles nacionales y para el FMI. Pero actúa doblemente cuando, además, se otorga el derecho a determinar qué cosa corresponde al nombre, y a variar su declaración cada cierto tiempo; cuando, por así decirlo, se arroga el derecho a reeditar el diccionario, como cuando ataca al idioma español con definiciones como reperfilar deuda.
No hay Estados sin dinero y no hay Estado sin tributo, porque los Estados usan los impuestos para crear dinero y son capaces de hacerlo porque se han convertido en los guardianes de la deuda que todos los ciudadanos tienen con todos los demás. Pero ahora son los guardianes de la deuda que todos los ciudadanos tienen con el exterior, en realidad, son los guardianes de la deuda externa.
Desde siempre se han pagado impuestos para que el gobierno nos proporcione servicios. En un comienzo servicios de seguridad: el ejército era, a menudo, casi el único servicio que el gobierno podía proporcionar, después se dedicó a dar golpes de Estado para servir a los poderosos, que endeudaron los países. Hoy, por supuesto, el gobierno proporciona todo tipo de cosas. Se dice que todo esto se retrotrae a un supuesto “contrato social” con el que de alguna manera todo el mundo estuvo de acuerdo, aunque nadie sabe exactamente entre quiénes, o cuándo ocurrió, o siquiera por qué deberíamos estar sujetos por decisiones de antepasados lejanos a este respecto, cuando no nos sentimos sujetos a decisiones de nuestros antepasados en ningún otro aspecto, menos al pago de deudas del pasado.
Lo cierto es que el mito de honrar las deuda se convirtió en un precepto y el conocido eslogan de Margaret Thatcher “There is not alternative” (“No hay alternativa”), pasó a ser la única solución. El establishment, para su conveniencia, la clase política, los medios, el progresismo, todos están realmente convencidos que no hay otra alternativa que pagar. Al igual que el contrato social, sería bueno saber quién piensa eso, los políticos en sus barrios cerrados, los simples administradores de las grandes fortunas o las grandes fortunas.
Contarle las costillas a la clase media con aumentos de la energía, quita de subsidios al transporte público, no parar la inflación, agudizar la caída del poder de compra, concentración la riqueza, ¿imaginan que es la solución de administrar una deuda con el extranjero empobreciendo los ciudadanos de la nación es la salida?
Hay un país con una economía bimonetaria, pero solo el 1% de las empresas compraron y fugaron U$S 41.124 millones, y en el caso de las personas solo el 1% de los compradores de dólares se llevó U$S 16.200 millones, según el BCRA, entre 2016 y 2019. Ellos ni siquiera fueron convocados a dar explicaciones de dónde sacaron sus fundos, porque no hay forma de justificarlos. Ellos, con su dinero a resguardo en el exterior, no participan de honrar la deuda. La idea de pagar las deudas, al igual que no prestarle a los países cuyas expectativas de devolución son desfavorables, Ucrania por ejemplo, son simples mitos.
Nos quedaría explicar el mito de por qué el 1% gana con la deuda y 99% la paga. Otro artilugio aritmético digno de una imaginativa narrativa.
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