Deuda de género

Como en la actualidad todavía encontramos personas que creen que la Tierra es plana o que las vacunas nos pueden magnetizar en cualquier bar por elementos de control elaborados con nanotecnología, lugar de trabajo o cena familiar; también encontramos a quienes dan por inexacta, falaz e inclusive mentirosa la realidad de la brecha económica segmentada en género.

El tábano economista, Por: Soledad E. E. Rivero, militante feminista @soldidomenico

Según datos del Instituto Nacional de Mujeres, la brecha de ingresos favorece al género masculino en un 28%.

Pero comencemos por el principio: una verdad que hoy por hoy no puede discutirse es que las mujeres tienen más carga de tareas de cuidado, más dificultad de inserción en el mercado laboral, sueldos más magros, y que por las mismas tareas de cuidado que recaen sobre ellas no son remunerados, se pierden premios laborales como presentismos y otros porque, lógicamente, faltan más. Eso también las hace menos elegibles laboralmente.

En el mundo ideal de eficiencia, un empleador ante iguales capacidades preferirá un hombre pues, principalmente “no quedará embarazado ni deberá cuidar a sus hijos cuando enferman”. En el mundo real deja de importar efectivamente si ese hombre está o no más capacitado, pero además hay un dato alarmante. En el 40% de la población, las jefas de hogares son mujeres y en su mayoría esos hogares son monoparentales, por lo que todas las tareas inherentes al funcionamiento familiar recaen exclusivamente en una sola persona. La subsistencia por sí misma de estos modelos de familia genera deuda. Las mujeres estamos siempre en deuda, con algo o con alguien.

No podemos hablar de deuda o economía doméstica sin entender la connotación patriarcal del término. Doméstico nos remite al ámbito privado, a lo que se oculta, a lo que no le interesa a nadie que no pertenezca al seno familiar. Sin embargo, también nos remite a domesticar, domar. La deuda doméstica pone a sus “culpables” en el rol de personas avergonzadas por no poder cumplir lo que se espera de ellos, un buen manejo económico y una subsistencia económica digna. Cuando la abstracción económica encuentra a la realidad, pasa al cuerpo de mujeres que ganan menos, gastan más porque sus compras son gravadas con muchos más intereses de financiación, precarizan sus ingresos y contraen más deuda “como expresión de encarecimiento y financiarización de los servicios básicos”.(1)

La deuda empuja a las deudoras en convertirse en mano de obra precarizada, anula la independencia perpetuando relaciones violentas, produce explotación doméstica, privada, familiar y laboral. Se vuelve un mecanismo de coacción para aceptar cualquier exceso que la tiraniza porque la culpabiliza, es culpable de su deuda que contrajo conscientemente y es el momento de sacrificarse para pagarla. En una situación de ajuste y contracción severa de ingresos y gastos, la posibilidad del acceso al préstamo tiene un poder expansivo que crea la ilusión de autonomía, capacidad, poder hacer, poder consumir, como solución casi mágica para responder a necesidades o deseos inmediatos.

Una vez usado o consumido, se transforma en deuda, que es la contracara asociada a la pérdida de autonomía, opresión, impotencia, restricción de gasto, postergación de necesidades. Y vergüenza y culpa si no se puede saldar.

En este laberinto moroso encontramos una estrecha relación entre los mandatos de género y la obligación financiera. El endeudamiento para vivir, para comer, para estar sanos ingresa en el mecanismo perverso de la violencia de género. La imposibilidad de alejarse de las conductas violentas y nocivas por imposibilidad económica. Esas mujeres encuentran el grillete de la economía atado a relaciones violentas que ponen en riesgo su vida. Las mujeres endeudadas dependen del ingreso de los hombres, y si deciden romper con esa cadena aceptan trabajos cada vez más precarizados y magros para la manutención de una familia. En este círculo de la precarización y de la violencia, encontramos el endeudamiento como una artimaña más en la guerra contra la autonomía de las mujeres. Atándolas a situaciones que ponen en riesgo su vida, ya sea por violencia o por la imposibilidad de mantener una familia monoparental femenina.

También es necesario hablar de la otra pandemia, la que aqueja al país desde el 2015. La pandemia del endeudamiento externo que llevó a un proceso de empobrecimiento generalizado, una retracción del Estado en la provisión de servicios públicos y que tuvo como consecuencia inmediata el endeudamiento privado. Inherente a la supervivencia de la economía doméstica.

La toma de créditos por sobre los subsidios otorgados por el Estado (con tasas de hasta el 40%), solo genera el endeudamiento de madres ya vulneradas por la situación económica imperante. Sin trabajo, sin ingresos, sus subsidios eran garantía de repago. Aquí comienza la bola de nieve. Los magros créditos consumen un gran porcentaje de sus ingresos, no pueden rehusarse a pagarlos y esas madres de sectores populares hacen cualquier cosa con tal de llevar un plato de comida a la mesa de sus hijos. El consumo de bienes no durables y baratos también es motor del endeudamiento, generando la ciudadanía por consumo. Solo se es parte de la sociedad si se consume sin importar el costo; generando la explotación bajo distintos dispositivos financieros en el nuevo paradigma inclusión/gasto/barrio periférico/deuda/sacrificio/pago a cualquier costo. Conseguir un préstamo se idealiza como condición de libertad y posibilidades; pagar la deuda significa dependencia y limitaciones.

Sumada a esta realidad de por sí difícil de digerir, la pandemia mundial de Covid-19  produjo una restricción de ingreso generalizada que propició la acumulación de deudas; principalmente de las de carácter de primera necesidad: servicios, alquileres, conectividad, sin contar con la degradación del consumo en alimentos, vestimenta y demás necesidades básicas de la vida en sociedad. Luego de terminado el periodo de gracia, los desalojos de hogares con trabajos informales cercenados, principalmente a familias monoparentales llevados adelante por mujeres, fue catastrófico. Es necesario que comprendamos que las demandas del FMI se traducen en los ajustes en la vida cotidiana de la gente. Y la variable de ajuste más afectada siempre resultan los que menos tienen.

El terror financiero

En términos de bancarización y acceso al crédito, el BCRA nos informa que los varones acceden casi al doble de créditos que las mujeres en todos los tipos (prendarios, hipotecarios, personales, de consumo, etc.). La conclusión es que la diferencia entre el porcentaje de hombres y mujeres que acceden a un financiamiento favorece en todos los casos a los hombres, incluso, con proporciones muy notables.

La violencia contra las mujeres tienen lados más ocultos y la economía es uno de ellos. La lógica del endeudamiento se ha impuesto en nuestras vidas, en tanto uno de los dispositivos más eficaces del mercado, y cómo afecta a los sujetos más vulnerables, entre ellos las mujeres. Es decir, se trata de observar y reflexionar cómo la deuda impacta en la economía doméstica. Eso implica también pensar cómo el sistema financiero se ha encaminado hacia poblaciones que no acceden a las formas tradicionales, que son generalmente feminizadas, y que supone la creación de una arquitectura nueva: las casas de “créditos ya” o de préstamos a sola firma. Aquí comienza a jugar el juego las nuevas Fintech. Empresas de capitales privados que otorgan créditos a sola firma con tasas extraordinarias. La primer pregunta que nos hacemos es… ¿por qué el mercado o el ente regulador permite este tipo de comportamientos?

En principio, porque carecen de marco legal. Las Fintech no son entidades financieras por lo cual su tasa de interés máxima no está regulada por el BCRA. Por lo cual dicha tasa y el costo financiero total (que suele incluir un abultado costo de uso de plataforma) resulta del acuerdo voluntario de las partes expresadas al momento de contratar. Todos estos términos se encuentran detallados en el contrato de adhesión que se firma electrónicamente al momento de solicitar el servicio. Existe jurisprudencia encontrada respecto a la legalidad de dichas tasas, pero no se han logrado declarar nulas sino morigeradas en algunas ocasiones. En líneas generales, mientras se haya cumplido con los requisitos de información, el deber de la compañía se encuentra satisfecho, no importa cuáles sean los términos.

La cámara que nuclea a las Fintech, se informa que es una actividad que genera grandes beneficios, entre los que incluye el acceso a créditos a sectores de la sociedad que no cuentan con llegada a servicios financieros o sub bancarizados. Aquí encontramos nuevamente la trampa. Las Fintech otorgan créditos de poco capital, en poco tiempo de devolución y a tasas astronómicas, ya que la mitad de ellas percibe un costo financiero total por arriba del 400% anual. O dicho de otro modo; si María, que no tiene ingresos comprobables accede a un crédito de $10.000 devolverá en un año $50.000; cada cuota ascenderá prácticamente al valor de la mitad del crédito que solicito y le fue otorgado.

Según la autoridad monetaria, el 77% de las Fintechs de préstamos, empresas que brindan créditos a través de aplicaciones móviles o plataformas de internet, cobran a sus clientes costos financieros que superan, como mínimo, el 150% anual, mientras que más de la mitad de las Fintechs percibe un CFT por arriba de 400% anual. Estos datos surgieron del relevamiento que el BCRA realizó en la primera semana de junio, sobre una base de consultas a sitios web y aplicaciones móviles.

Es necesario comprender el entramado de las deudas domésticas en las que confluyen distintos mecanismos de coacción y que incluyen distintas variables como la refinanciación una sobre otra, tapando agujeros y siempre convergiendo en la más cara. La tasas de morosidad que se mantienen bajas hasta llegar a una situación insostenible que lleva a consumir los ingresos de toda la familia. La diferencia de intereses al crédito expresan diferencia de clases. La venta de los bienes comprados a precios irrisorios y que se continúa pagando después de la desaparición del bien. A los costos exorbitantes de recupero se le suman los métodos. El acoso psicológico al que se somete a los deudores mediante llamadas telefónicas, cartas y visitas a lugares de trabajo. En todos los casos se trata de pagar las deudas contraídas, pero cuando esto no es posible se enfrentan procesos de negociación muy asimétricos con los acreedores (más las jóvenes) o se produce el cese de pagos (más las mayores).

Es necesario que desde los colectivos revolucionarios feministas tomemos conciencia y universalicemos las deudas politizando y colectivizando el problema financiero. El endeudamiento no es motivo de vergüenza. La deuda usurera femenina también cobra sentido en una sociedad patriarcal que quiere vigilar y castigar mujeres y ejercer universalmente la violencia económica sistémica. Nos encontramos ante la necesidad de bogar por capacitación financiera autogestora, parametrizar las deudas, evitar la excesiva bancarización de las asignaciones y subsidios nacionales para la toma de decisiones conscientes e informadas antes del proceso de endeudamiento. Históricamente las  mujeres nos movemos con capacidad de endeudamiento y no poder adquisitivo. Llegó el momento de cambiarlo.

  • Una Lectura Feminista de la Deuda, Luci Cavallero y Veronica Gago, editado por Fundación Rosa de Luxemburgo

Bibliografía

  • Cavallero, Luci y Gagon Verónica. (2019). Una lectura feminista de la deuda. Fundación Rosa de Luxemburgo
  • Red de Género y Comercio. (2019). Mujeres ante la crisis: ¿endeudarse para vivir? Disponible en https://bit.ly/3lgHR0u
  • Estudio sobre Endeudamiento, sistema financiero y género. BCRA