La gobernanza apropiada y desterrada
La situación política y económica mundial, desde hace décadas, ha experimentado un deterioro progresivo. La guerra de Ucrania, actuando como un catalizador, aceleró este proceso de degradación, y nos ha llevado a un estado de gobernanza ausente, donde la destrucción de la estructura internacional es evidente. Las instituciones, incluidas las grandes potencias y la ONU, han sido incapaces de frenar este proceso, o, incluso, resultan promotoras de escenarios marcados por la guerra, la incertidumbre y la desigualdad.
Las elecciones en Estados Unidos juegan un papel crucial en la especulación sobre el rumbo que tomará el país y, en conexión con él, el futuro del mundo. Además, el inevitable fin de la guerra en Ucrania y sus consecuencias ulteriores añaden más incertidumbre a las de por sí existentes. Sin embargo, estas elecciones, así como las futuras acciones de los ganadores se desarrollan en un contexto especial: nadie sabe con certeza hacia dónde se dirige el mundo. Venimos de un período –décadas– de un mundo unipolar liderado por Estados Unidos. Dado que esta situación ha durado tantos años y ha causado tantos daños, lo más natural o racional sería la formación de una coalición que busque compensar, balancear y, en última instancia, bloquear el poder de dicho aspirante.
Lo que está claro es que la arquitectura institucional, tanto dentro como fuera de los países, se ha vaciado. Antes, la visión de unilateralismo funcionaba: había gobernanza nacional y cooperación internacional. Hoy en día la transición a un mundo multipolar, con la transnacionalización de la producción y las cadenas de valor global, ha escapado del control de los políticos locales. Han perdido su capacidad para gestionar sus propias economías o para ser parte importante en la intermediación como lobistas de las grandes empresas, y mucho menos para ser rectores de los objetivos sobre sus relaciones internacionales. Es decir, ni interna ni externamente los países determinan sus políticas; son las corporaciones las que lo hacen, y esto ha trastocado al mundo. El equilibrio de poder, la disuasión o la contención parecen no intervenir, solo la generación de beneficios.
Lo que estamos viendo en estos últimos años, en la práctica, es la dificultad para sostener en el tiempo un orden unipolar. Un orden que, visto lo visto, a nivel teórico, no defiende nadie, ¡ni siquiera todo EE. UU!, ya sea por su inviabilidad a largo plazo, ya sea por su inconveniencia. Uno de los Cuadernos de Estrategia, el Nº 224 del Instituto Español de Estudios Estratégicos explica de manera clara la (re-)distribución del poder mundial:
Huntington apuntaba maneras al defender la tesis de que, más que unipolar, el mundo era unimultipolar. A ojos de Huntington, la situación era salvable para los EE.UU. porque detrás de cada rival geopolítico había un aliado de Washington, marcándolo (léase; Rusia, como rival y Ucrania, como «marcador del rival»; China, como rival y Japón, Taiwán y Corea del Sur, como «marcadores»; Irán, como rival y Arabia Saudita, como «marcador»; India, como rival y Pakistán, como «marcador»). Sin embargo, hoy observamos que en los dos últimos casos eso ya no es así, con Irán y Arabia dándose la mano, China de Celestina y Pakistán aferrada a la Organización de Cooperación de Shanghái y con ánimo de ingresar en los BRICS, mientras Ucrania está en el alambre.
Este es el vistazo externo, que ampliaremos. También está la mirada del fracaso en gestionar lo interno, que complementa lo externo. La CEOcracia, plutocracia o democracia corporativa ha sacado del juego a los políticos, cuyo papel en la actualidad es de cabilderos, definidos como chanchulleros, conspiradores, lobistas, etc. Es decir, generadores o facilitadores de negocios para la clase dirigente. Esta pérdida de la capacidad de ser intermediarios ha eliminado la habilidad de gestionar las desavenencias con los perdedores económicos del modelo en cada país y ha desterrado la democracia.
Ahora, en la configuración del Modelo de Orden Mundial, solo son relevantes las disputas que se entablan entre los actores con poder, es decir, Estados-nación poderosos o corporaciones que manejan esos Estados. En los últimos 30 años, la globalización económica fue impulsada por una tríada neoliberal de privatización, liberalización y financiarización. Las empresas transnacionales, y en el caso de Argentina, los grupos locales, no solo han cosechado enormes beneficios, sino que también se han colocado a la cabeza de un nuevo paradigma internacional de acumulación, trascendiendo al Estado-nación y sometiéndolo a sus necesidades de negocios y beneficios. Hoy en día, las empresas transnacionales, junto con las redes mundiales de valor en materia de producción, suministro, distribución y las ventas que controlan, representan el 80% del comercio internacional.
Por lo tanto, a nivel local se destacan los actores concentrados del poder local, lo mismo a nivel mundial. En el ámbito nacional, para los países con poco peso internacional, se afirman varios sucesos, la plutocracia o CEOcracia junto con el advenimiento a nivel mundial de una democracia corporativa on line o virtual, por un lado, y la pérdida de soberanía por otro.
En la disciplina de las relaciones internacionales, la autonomía se considera como uno de los propósitos de la política exterior comunes a todos los estados contemporáneos. Históricamente, este objetivo ha tenido un valor mayor para los Estados que no integran el reducido grupo de las grandes potencias. ”Esta situación fue particularmente manifiesta en el caso de América Latina. La búsqueda de la autonomía o, dicho más simplemente, la defensa y ampliación de los espacios de libertad de nuestros países en el mundo, fue un propósito de alto valor que orientó la acción política de la mayoría de las fuerzas sociales latinoamericanas. Sin embargo, a partir del inicio de la década de los noventa, la autonomía perdió importancia en América Latina frente a otros propósitos de la política exterior, también comunes a todos los Estados, que fueron considerados como prioridades en competencia con ella, tales como el bienestar de los ciudadanos o la seguridad nacional” (De la autonomía antagónica a la autonomía relacional, Russel y Tokatlian, Perfiles latinoamericanos, 2002).
Los golpes de Estado, las crisis económicas, el endeudamiento externo, la fuga de capitales, entre otras cosas, abrieron la posibilidad de la concentración y la hegemonía corporativa, que año tras año tuvo más incidencia en los lineamentos de políticas económicas locales, eliminando gradualmente a sus representantes políticos como mediadores. El caso extremo, sería la Argentina actual, donde la sociedad votó por que las empresas sean quienes determinen los destinos del país en base a los negocios particulares, con una absurda participación de resistencia en redes sociales. La democracia corporativa virtual.
¿Por qué se pierde la autonomía? Juan Carlos Puig (abogado y diplomático argentino que se destacó como teórico de la relación entre la dependencia y la autonomía de los países periféricos) estableció las categorías de dependencia y autonomía, la paracolonial: las élites que conducen ese Estado periférico se consideran un apéndice político, económico e ideológico de la metrópoli. Por lo que no hay proyecto de país, ni integración regional para obtener poder. No sirve como estrategia la unión o potencializar los BRICS o el Mercosur si no son sujetos de beneficio.
Así, internamente se pueden estudiar múltiples relatos de la generación de la inflación, pero al momento de negociar programas de precios en la Argentina, los gobiernos tienen que sentar en la mesa a productores industriales y supermercadistas. Allí, sólo necesita tener representantes de 20 empresas, entre fabricantes y comerciantes, para armar el tablero de los alimentos que deberían llegar a las mesas argentinas. El 74% de la facturación de las góndolas de los supermercados está en manos de apenas esa cantidad de compañías.
Las tierras están en manos de 20 terratenientes. Entre los que más concentran hay empresarios y grupos que tienen entre 100 mil y más de un millón de hectáreas de todo tipo, como Benetton, Eduardo Elsztain o Eurnekian. Elsztain tiene 538.822 hectáreas y ahora administra la Agencia de Bienes del Estado, el inventor del presidente Eduardo Eurnekian tiene 105.397 hectáreas. La mayoría de los dueños de las tierras son también de las mineras, por ejemplo, Integra Lithium, conglomerado presidido por José Luis Manzano, tiene 573.000 hectáreas, además de su participación en empresas energéticas y medios de comunicación.
Ninguno de los complejos exportadores, donde el 42.1% de las ventas al extranjero son el sojero, maicero, triguero, girasolero y de la carne, son argentinos; el petroquímico o el automotriz están dominados por grandes grupos económicos o transnacionales, ninguno con ellos siquiera tiene una Dependencia racionalizada: donde las elites tienen un proyecto nacional pero dependiente del centro. Sólo extracción, liquidación y fuga de divisas y dependencia de materias primas y minerales.
De esta manera, es imposible que en Estados-nación que no funcionan como tal, la democracia sea una vía alternativa de elección para mejorar. Si los Estados juegan a acatar lo que dicen las empresas, ¿quién controla a las empresas más poderosas del mundo? No hay una respuesta absoluta a estas preguntas, pero sí hay una explicación muy cercana. Son dos empresas, dos gigantes del mundo financiero, que se esconden detrás de todas las Big Tech y de todas las grandes compañías del mundo. Dos fondos de inversión que gestionan un total de 17 billones de dólares. cifra similar al PIB de toda la Unión Europea.
Vanguard y BlackRock, los dueños del mundo. Estos dos gestores de fondos son el poder en la sombra de las principales empresas del mundo. Tal es así, que son los primeros accionista de Apple, Google, Amazon y el resto de Big Tech, también de Coca Cola, Disney y las principales empresas de nuestro país. BlackRock compró Global Infrastructure Partners por $12.5 mil millones, lo que la convertirá en la segunda mayor firma de infraestructura del mundo, y junto con Vanguard son el primer y la tercer inversor en empresas armamentísticas a nivel mundial (Las bombas evaporan la austeridad), o sea, pueden destruir Ucrania y reconstruirlo, todo en el mismo negocio entre Demócratas o Republicanos.
¿Por qué esta división del mundo no hizo realidad antes? La Doctrina Primakov, estratégica para la política exterior rusa, formulada por Yevgeny Primakov, un destacado diplomático y político ruso, se centra en la Multipolaridad: reemplazar el orden unipolar liderado por Estados Unidos con un sistema multipolar donde múltiples potencias, incluidas Rusia, China, la India, la Unión Europea y otros actores importantes, tengan una influencia equilibrada. Y se propone realizar alianzas estratégicas con el objetivo de fortalecer las relaciones con países clave como China y la India, así como con otras naciones que compartieran intereses similares para contrarrestar la influencia occidental. Y rechazo a la expansión de la OTAN.
Esta idea no germinó antes porque el poder de los EE.UU. y sus trasnacionales era demasiado grande y el de sus alternativas demasiado débil. Pero, notoriamente, las cosas están cambiando. En todo caso, el plan es el mismo. Lo nuevo, que no lo es tanto, es que ahora comienzan a destacar organizaciones internacionales que, hasta la guerra de Ucrania, han tenido una existencia letárgica, como la Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS), creada en 2001, con la mirada puesta en evitar cualquier tendencia unipolar estadounidense. Ahí estaban, desde el principio, China y Rusia, así como India, y la mayoría de las exrepúblicas soviéticas de Asia Central, con Kazajistán a la cabeza. Pero se han ido sumando otros Estados, como Irán o Pakistán. Aunque también se debería pensar en los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), cuyo acrónimo se ha quedado muy corto, ante el aluvión de nuevas peticiones de ingreso, incluyendo Argelia, Túnez, o… ¡Turquía!
De hecho, la coincidencia de Rusia, China e India en las dos instituciones debería hacer reflexionar a EEUU acerca de la pérdida de su centralidad geopolítica, así como retirarse por un tiempo de ser el gendarme mundial. La Casa Blanca han tomado nota de la existencia de al menos dos potencias revisionistas: Rusia y China, pero insertar ahí a la India, descompone la ecuación. Uno de los cambios provocados por la guerra de Ucrania se refiere a la creciente distancia que separa a la India, parte de la OCS y de los BRICS desde hace años, de los EE.UU. Pero la geometría variable a la que aspiraban en la Casa Blanca se ha hecho trizas en favor del realineamiento de India con las potencias díscolas del sistema político mundial.
Según el cuaderno de estrategia hay más problemas: llama especialmente la atención la presencia india en Chabahar (Irán), dado que su puerto ya fue financiado, desde 1990, por India. Pero eso va a más, con nuevas inversiones y la mirada puesta en conectar India e Irán con Azerbaiyán, vía ferrocarril. Con Irán como aliado preferente de India, no cabe duda de que la ecuación temida por Brzezinski da un resultado todavía peor que la pesadilla. Los hechos se precipitan, pero la buena relación entre India e Irán viene de largo, por motivos hasta comprensibles, económicos y no económicos: Irán es el segundo mayor proveedor de hidrocarburos a India. Además, India contiene la segunda población chiita más grande del mundo.
También hay que tener en cuenta que la estrategia china ya es planetaria, de modo que ha penetrado en África, por tres puntos (Argelia-Marruecos; Yibuti-Etiopía-Kenia; y Angola), para converger hacia el resto del continente. Algo similar viene sucediendo en Latinoamérica, esta vez a partir de dos ejes principales (Brasil-Argentina-MERCOSUR, y Perú), si bien el gran proyecto continental (en marcha) consistente en conectar Brasil y Perú, también satisface los intereses de Pekín. Aunque, probablemente, el proyecto más llamativo, tratándose del «patio trasero» de los EE.UU., sea la construcción del canal de Nicaragua, como alternativa al de Panamá.
Nada será fácil para las elites americanas, sin importar quien llegue al poder. Lo cierto es que, si ellas mandan con negocios, un mundo más sensato y multipolar será realmente difícil.