Un mundo arruinado disfrazado de oportunidades
La lógica es la misma, aunque esté oculta. Si uno abre una página de internet, cualquiera de las redes antisociales, o intentar informarse por cualquier medio, se encontrará con una avalancha casi abrumadora de malas noticias: decenas mueren en bombardeos en algún lugar del planeta, asesinatos en las calles, pobreza, desigualdad de ingresos, caída del producto bruto mundial, desempleo. La evidencia ante nuestros propios ojos nos indica que el mundo es cada vez más violento, más desigual, que todo está empeorando, pero no nos termina de convencer. Aun mal medido, y con grandes engaños en su exposición, este desastre de sistema al que hemos llegado está disfrazado de oportunidades, aunque no se sabe para quiénes.
Ante la pregunta “¿En verdad el mundo está peor ahora que antes?”, se recibe una respuesta unánime de parte del sistema occidental: ¡NO! El argumento que lo sustenta es una serie de datos que avalan que nunca antes había existido tanta riqueza, una esperanza de vida tan larga y democracia tan floreciente. Algunos incluso calculan que para 2030 será posible acabar con la pobreza extrema, aunque lo mismo se dijo a principios de este siglo.
Seis semanas después de la operación especial de Rusia en Ucrania, la Asamblea General de la ONU votó acerca de la suspensión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos. Veinticuatro países se opusieron a la medida y cincuenta y ocho países se abstuvieron. Las cifras son sorprendentes. Pero por más llamativas que sean, aún más notable es lo que representan. La oposición contaba con 2.100 millones de personas y 21,8 billones de dólares de PIB. Entre los abstencionistas se encontraban otros 3.600 millones de personas y 15,1 billones de dólares de PIB. Es decir, el 71.8% de la población mundial y el 42.7% del PBI se opusieron o se abstuvieron de votar.
La respuesta global fragmentada a la guerra en Ucrania muestra que, si bien Estados Unidos y sus aliados a menudo consideran que sus políticas están arraigadas en esfuerzos por preservar el orden internacional basado en reglas, muchos Estados en ascenso las ven de manera diferente. Estas naciones ven esas políticas como un esfuerzo de un pequeño número de países para preservar sus propias ventajas de décadas a expensas de una fracción cada vez más grande y trascendental de la población mundial. O sea, “creer que los problemas de Occidente son los problemas del mundo, pero los problemas del mundo no son los problemas de Occidente”.
En 1990, el conjunto de países desarrollados, conocido como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), tenía el 21% de la población mundial, pero representaba más del 80% de los ingresos mundiales. Para 2030, los países de la OCDE constituirán el 17% de la población mundial, pero su participación en la economía mundial se habrá desplomado a sólo el 40%. Ellos son los que deben demostrar que este es un mundo más seguro, más productivo, con menos pobreza y mayores expectativas de empleo e ingresos. Veremos si es cierto.
El Banco Mundial publicó en junio su última Perspectiva Económica Global en donde entienden que la economía mundial está ahora estancada, en lo que la jefa del FMI, Kristalina Georgieva, llamó los «tibios años veinte». Los economistas del Banco Mundial calculan que la economía global va camino de “su peor media década de crecimiento en 30 años”. Los aforismos son el pan nuestro de cada día de los organismos internacionales, por lo que el término «aterrizaje suave» es un tanto extraño y supongo que significa que la economía mundial no se ha estrellado contra la pista sino que se ha estabilizado.
En 2023 se produjo un crecimiento modesto, que pareció acelerarse en la segunda mitad del año. Sin embargo, hubo una desaceleración significativa en el primer trimestre de este año. La economía estadounidense se expandió a su ritmo más lento desde la recesión de principios de 2022 y, como muestra el cuadro, la eurozona en su conjunto sufrió una pérdida total en 2023. Japón es evidente que despistó y la economía británica es la de peor desempeño del G7. Y si analizamos en profundidad la propia eurozona, obtenemos el panorama completo del desastre de la economía alemana, que antes era la potencia manufacturera de Europa. Desde 2021 ha habido cinco trimestres de contracción de doce años y solo un trimestre superior al 1%.
Como dice Michael Roberts,, “Lo que revelan los últimos datos es que las principales economías permanecen en lo que he llamado una Depresión Larga, es decir, donde después de cada crisis o contracción (2008-2009 y 2020), sigue una trayectoria más baja de crecimiento del PIB real restaurado. No se vuelve a la tasa de crecimiento tendencial anterior a la crisis financiera mundial y la Gran Recesión, y la trayectoria de crecimiento cayó aún más después de la crisis pandémica de 2020. Canadá todavía está un 9% por debajo de la tendencia anterior; la Eurozona está un 15% por debajo; el Reino Unido está un 17% por debajo e incluso Estados Unidos sigue un 9% por debajo.
Por lo tanto, no es para nada extraño que la Organización Internacional de Trabajo (OIT) crea que la tasa de desempleo mundial aumentará en 2024. En el informe Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo: Tendencias 2024 prevé que tanto las perspectivas del mercado laboral como el desempleo mundial empeoren. O sea, hay trabajadores peor pagos con un desempleo en aumento, por eso no es de extrañar que los salarios reales de los trabajadores alemanes se hayan desplomado en los últimos cuatro años: un asombroso 6% desde el final de la pandemia en 2020. En Argentina se perdió el 12.5% en sólo 5 meses del gobierno libertario.
Los salarios reales disminuyeron en la mayoría de los países del G20, porque las subidas salariales no lograron contrarrestar el aumento de la inflación, según la OIT. En 2023, el número de trabajadores que vivían en una situación de pobreza extrema en el mundo, es decir, con ingresos inferiores a 2,15 dólares (antes U$S 1.90) de los Estados Unidos al día por persona aumentó en casi un millón. Aquí comienza una interesante línea demarcatoria de la pobreza en base a cuánto ingreso se necesita para no ser pobre. El mundo tiene hoy 165 millones más de personas pobres que hace tres años. De ellos, 75 millones se encuentran en extrema pobreza. Así lo indica la ONU en el informe «El costo humano de la inacción: pobreza, protección social y servicio de la deuda (2020-2023)».
El preocupante panorama significa que más del 20% de la población global, alrededor de 1.650 millones de ciudadanos, actualmente viven con menos de 3,65 dólares por día, por lo que luchan por conseguir alimentos a diario. Y aquellos en extrema pobreza, intentan sobrevivir con un promedio de 2,15 dólares diarios, indicó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Sin embargo, otros creen que la mitad de la población mundial se encuentra en situación de pobreza.
En la décimo cuarta edición del Informe de Riqueza Global de Credit Suisse, de 2023, destaca que en 2022 se registró la primera caída de la riqueza neta de los hogares a nivel mundial y en 2023 se produjo la segunda disminución desde la crisis del 2008. Aun así, según el informe de Credit Suisse (ver cuadro), el 1,1% de la población tiene más de un millón de dólares de riqueza. En su mano están 208,3 billones de dólares, o el 45,8% de la riqueza de las familias de todo el mundo.
El otro lado de la moneda es que una de cada 10 personas del mundo vive en extrema pobreza. Según el cálculo de Naciones Unidas, un individuo está sumido en esta situación cuando subsiste con menos de 2.15 dólares diarios. Sin embargo, también hay pobres en los países más ricos del mundo. El investigador y fundador de Our World in Data, Max Roser, da la vuelta a las cifras poniendo sobre la mesa un cálculo distinto para la pobreza, pero real, que arroja una perspectiva más completa de la cuestión: el 85% de la población mundial también puede considerarse pobre.
La pobreza global es uno de los problemas más apremiantes que enfrenta el mundo hoy. Los más pobres del mundo suelen estar desnutridos y sin acceso a servicios básicos como electricidad y agua potable; tienen menos acceso a la educación y sufren de una salud mucho peor. La pobreza no depende de la persona individual, de quién es, sino de dónde ha nacido. En particular, los países más ricos y más pobres establecen líneas de pobreza muy diferentes para medir la pobreza de una manera que sea informativa y relevante para el nivel de ingresos de sus ciudadanos.
Por ejemplo, mientras que en Estados Unidos se considera que una persona está en la pobreza si vive con menos de aproximadamente 24,55 dólares al día, en Etiopía el umbral de pobreza se fija más de 10 veces por debajo: 2,04 dólares al día y en Argentina casi cuatro veces más bajo U$S 6.5; entonces, qué hacemos con Luxemburgo, donde un ciudadano estándar vive con 86 dólares al día. Este es el objetivo de la Línea Internacional de Pobreza de 2,15 dólares por día que establece el Banco Mundial y utiliza la ONU para monitorear la pobreza extrema en todo el mundo.
Si únicamente se tienen en cuenta a las personas que habitan en una situación de extrema pobreza, es decir U$S 2.15, sólo podremos tener en cuenta a un 10% de la población. Es decir, la mayoría de la población es invisible cuando se trata de medir la pobreza mundial. Por este motivo, investigadores como Lant Pritchett abogan por introducir un listón diferente que describa lo que es ser pobre en los países ricos, que Roser califica como “pobreza moderada”.
Los investigadores tuvieron en cuenta lo que en cada país se consideraba vivir en pobreza. Así llegó a la cifra mágica de 30 dólares al día, el paraguas bajo el que quedan los pobres en Europa y EEUU. Si tomamos esta cifra como referencia para identificar las carencias de la población en el mundo, entonces un 85% de las personas están estancadas en esta pobreza moderada a la que aluden los investigadores. Podemos bajar y subir este listón a otros números: el 92% subsiste con menos de 45 dólares diarios, y el 78% con menos de 20 dólares. En Argentina los pobres serían más del 85%.
En cuanto a la seguridad, hay algo peculiar, la naturaleza de los conflictos y la violencia ha cambiado mucho desde que se fundaron las Naciones Unidas hace 75 años. Los conflictos perecían ser menos mortíferos, y con mayor frecuencia liberados entre grupos nacionales en lugar de entre Estados. Los homicidios son cada vez más frecuentes en algunas partes del mundo, y también está aumentando el número de ataques por razones de género.
En 2016, la cantidad de países que se vieron afectados por conflictos violentos alcanzó el nivel más alto registrado en casi 30 años. En 2017, hubo casi medio millón de víctimas de homicidio. Si estas tasas siguen aumentando al ritmo actual, que es de un 4%, no se alcanzará la meta 16.1 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de reducir significativamente todas las formas de violencia y las correspondientes tasas de mortalidad en todo el mundo para 2030.
Pero según el estudio del Instituto de Investigación para la Paz de Oslo, el año pasado, se contabilizados 59 conflictos bélicos en todo el planeta. El nivel de violencia mundial no ha sido tan alto desde la Guerra Fría, según Siri Aas Rustad, investigadora de Prio y redactora principal del estudio que evalúa las tendencias bélicas entre 1946 y 2023. “Las cifras sugieren que el tablero de conflictos es muchas más complejo, con un mayor número de actores beligerantes activos dentro de un mismo país”. Si el número de muertos en combate se redujo el año pasado, contabilizando mal los decesos en Ucrania y Rusia, el total de los últimos tres años es el más alto de las tres últimas décadas.
Nada parece estar bien, el mundo explota una mayor riqueza, pero la distribuye mal; la desigualdad es cada vez mayor, por lo que la pobreza aumenta; la producción no necesita trabajadores y los sueldos son bajos y el mundo no es más seguro. Las oportunidades parece que son siempre para los mismos.