El nuevo consenso de Washington
La economía moderna del lado de la oferta es una de las patas del Nuevo Consenso de Washington, que no está diseñado, al igual que el anterior, para mejorar las economías y el medio ambiente en el mundo, sino que su nuevo diseño tiene una estructura poco novedosa basada en sostener el capitalismo estadounidense en casa y el imperialismo en el extranjero. El impacto y las connotaciones de este nuevo consenso intentarán asfixiar al sur global y América Latina en especial.
Para comprender lo que viene para el mundo, algo así como un remake o reedición del Consenso de Washington, hay dos discursos centrales que lo explican, ambos con connotaciones mundiales, uno interno, para la economía americana, acerca de las virtudes de “la economía moderna del lado de la oferta” de la actual Secretaria del Tesoro de EE.UU. y ex presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, en un discurso ante el Instituto de Investigación de Política Económica de Stanford. El segundo, la idea de una política económica más amplia, o la dirección que tomaría integrar más profundamente las política interna y la política exterior estadounidense, expuesta por el Asesor de la economía moderna del lado de la oferta Jake Sullivan, en su discurso sobre la Renovación del Liderazgo Económico Estadounidense en la Institución Brookings, donde explicó lo que se daría en llamar el Nuevo Consenso de Washington.
Comenzaremos por el segundo punto, que dará el marco y la visión de este nuevo consenso. La idea se expone conceptualmente con la siguiente lógica. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos lideró un mundo fragmentado para construir un nuevo orden económico internacional. Desde Washington se cree que este proceso ayudó a los Estados Unidos y a muchas otras naciones del mundo a alcanzar nuevos niveles de prosperidad. En las últimas décadas se revelaron grietas en esos cimientos. Una economía global cambiante dejó atrás a muchos trabajadores estadounidenses y sus comunidades. Aquí se marcan dos hitos o bisagras de este proceso: la crisis financiera que sacudió a la clase media (2008-2010) y la pandemia que expuso la fragilidad de las cadenas de suministro. La invasión rusa de Ucrania es la frutilla del postre.
Los Estados Unidos consideran que el mundo les exige que forjen un nuevo consenso, y las definiciones en las que se basa no disimulan sus intenciones. Esta estrategia construirá un orden económico global más justo y duradero, para nuestro beneficio y el de las personas de todo el mundo. Sullivan expone lo que están tratando de hacer. Y comienza definiendo cuatro desafíos que deben enfrentar, a saber:
- Primer desafío: la base industrial de Estados Unidos ha sido vaciada.
- Segundo desafío: un nuevo entorno definido por la competencia geopolítica y de seguridad, con importantes impactos económicos.
- El tercer desafío es una crisis climática acelerada y la necesidad urgente de una transición energética justa y eficiente.
- El cuarto, el desafío de la desigualdad y su daño a la democracia.
El primer desafío, el vaciamiento de la industria americana, se basa en la falta de inversión. Según el gobierno del presidente Biden, la visión de la inversión pública que había energizado el proyecto estadounidense en los años de la posguerra se desvaneció, y esto dio paso a un conjunto de ideas que defendían la reducción de impuestos y la desregulación, la privatización sobre la acción pública y la liberalización del comercio como un fin en sí mismo. Esta es, como veremos, el núcleo del antiguo Consenso de Washington, que en la Argentina actual está representado por la mayoría de los partidos políticos que contienden por la presidencia.
Sigamos la lógica del Asesor de Seguridad Nacional americano, porque su razonamiento es, letra por letra, el de la derecha argentina desde 1990. En el caso del Asesor de Seguridad se marcan los errores, o sea, la casa matriz expone su visión equivocada: se suponía que los mercados siempre asignan el capital de manera eficiente, sin importar lo que hicieran nuestros competidores. ”Pero en nombre de la eficiencia del mercado, lo simplificamos en exceso, cadenas de suministro completas de bienes estratégicos, junto con las industrias y los empleos que los producían, se trasladaron al extranjero. Y el postulado de que una profunda liberalización del comercio ayudaría a Estados Unidos a exportar bienes, no empleos ni capacidad, fue una promesa que se hizo pero no se cumplió. Es decir, el mercado prefería obtener beneficio mudando las empresas y el trabajo al extranjero. Y, aunque suene ridículo, el mercado optaba por los beneficios en la cadena de valores; está de más decir que no era el mercado, sino las multinacionales.
El segundo desafío fue adaptarse a un nuevo entorno definido por la competencia geopolítica y de seguridad, con importantes impactos económicos. El orden global sería más pacífico y cooperativo, y llevaría a los países al orden “basado en reglas”, e incentivaría a que se adhieran a ellas, no que las cuestionaran. Lo cierto es que China, una gran economía sin mercado, se había integrado al orden económico internacional de una manera que planteaba desafíos considerables. La República Popular China continuó subsidiando a gran escala tanto los sectores industriales tradicionales, por ejemplo, el acero, como las industrias clave del futuro, la energía limpia, la infraestructura digital y las biotecnologías avanzadas. Estados Unidos no solo perdió la fabricación sino que erosionó su competitividad en tecnologías críticas que definirían el futuro.
El resultado, el ascenso de China con un gobierno y una economía que, después de 2010, amplió su participación mundial. Las cifras del Banco Mundial del cuadro hablan por sí solas. La participación de EE.UU. en el PIB mundial aumentó del 25% al 30% entre 1980 y 2000, pero en las dos primeras décadas del siglo XXI volvió a caer por debajo del 25%. En esos veinte años, la participación de China creció, de menos del 4% a más del 17%, es decir, se cuadruplicó. La participación de otros países del G7 (Japón, Italia, Reino Unido, Alemania, Francia, Canadá) cayó considerablemente, mientras que los países en desarrollo (excluida China) se han estancado como parte del PIB mundial, y su participación cambió con los precios de las materias primas y las crisis de deuda.
El tercer desafío que enfrentamos fue una crisis climática acelerada y la necesidad urgente de una transición energética justa y eficiente. Biden cree que construir una economía de energía limpia del siglo XXI es una de las oportunidades de crecimiento más importantes del siglo, pero que para aprovecharla, Estados Unidos necesita una estrategia de inversión práctica y deliberada para impulsar la innovación, reducir los costos y crear buenos empleos. La ley contra la inflación se encargará de aumentar la inversión y destruir la industrialización europea.
Finalmente, está el desafío de la desigualdad y su daño a la democracia, que ya no es un problema de la sociedad, es una idea de las élites. El crecimiento, facilitado por el comercio, suponía el gobierno estadounidense, tendría un crecimiento inclusivo, ya que las ganancias del intercambio terminarían siendo ampliamente compartidas dentro de las naciones. Pero el hecho es que esas ganancias no llegaron a muchos trabajadores. La clase media estadounidense perdió terreno mientras que a los ricos les fue mejor que nunca. Idéntica lectura se podría hacer para el modelo extraccionista argentino, el comercio exterior de granos no solucionó la apropiación de dólares ni la multiplicación de empleo y al parecer tampoco lo haría, o seguiría el ejemplo americano, en energía y minería.
La Secretaria del Tesoro de EE.UU., por su parte, explicó el término “economía moderna del lado de la oferta”, la cual describe la estrategia de crecimiento económico de la administración Biden: «Con lo que realmente estamos comparando nuestro nuevo enfoque es con la tradicional «economía del lado de la oferta», que también busca expandir la producción potencial de la economía, pero a través de una desregulación agresiva combinada con recortes de impuestos diseñados para promover la inversión de capital privado».
La economía tradicional del lado de la oferta fue ideada como expresión por Heber Stein en 1976. Y A.B. Laffer fue uno de sus principales teóricos y conceptualizador de la curva que lleva su nombre, y que propone que a menores impuestos se da un mayor crecimiento y mayor recaudación fiscal. Teoría que fracasó en todas partes, pero que apoyó la privatización y las medidas de desregulación, popularizándose durante la administración de Margaret Thatcher en el Reino Unido y la presidencia de Ronald Reagan. Este último usó dicha teoría como la base de su política económica (reagonomics) con lo que confrontó a los demócratas neokeynesianos.
Los economistas puros del lado de la oferta enfatizan la inversión en capital, menores impuestos y el comercio sin restricciones (desregulación y apertura comercial o globalización), como las mejores formas de promover el crecimiento económico, tomando como base la Ley de Say, “la oferta crea su propia demanda”, aspecto teórico en el que omiten que el dinero es neutro, es decir, todo lo que vendo está atado a la compra de otro bien que necesito. Contrasta con la visión keynesiana con énfasis en la demanda. Esta es la política neoclásica utilizada por Menem en Argentina, Cardozo en Brasil, el PRI en México, etc.
Por qué Yellen descarta el antiguo enfoque del consenso de Washington, que dejó la década perdida en los 80 para América Latina, o la venta del patrimonio nacional en los 90: “Nuestro nuevo enfoque es mucho más prometedor que la antigua economía del lado de la oferta, que considero una estrategia fallida para aumentar el crecimiento. Los importantes recortes de impuestos sobre el capital no han logrado las ganancias prometidas. Y la desregulación tiene un historial igualmente pobre en general y con respecto a las políticas ambientales, especialmente para la reducción de las emisiones de CO2«.
¿Cómo se hace esto? Básicamente, mediante subsidios gubernamentales a la industria, no mediante la propiedad y el control de sectores clave del lado de la oferta. Según la Secretaria del Tesoro: “la estrategia económica de la administración Biden adopta, en lugar de rechazar, la colaboración con el sector privado a través de una combinación de incentivos mejorados basados en el mercado y gasto directo basado en estrategias comprobadas empíricamente. Por ejemplo, un paquete de incentivos y reembolsos para energía limpia, vehículos eléctricos y descarbonización incentivará a las empresas a realizar estas inversiones críticas”. Y gravando a las corporaciones, tanto a nivel nacional como a través de acuerdos internacionales, para detener la evasión en paraísos fiscales y otros trucos de ocultación de impuestos corporativos.
La economía de la oferta moderna y el Nuevo Consenso de Washington combinan la política económica nacional e internacional para las principales economías capitalistas en una alianza de los dispuestos. Pero este nuevo modelo económico no ofrece nada a aquellos países que enfrentan niveles de deuda crecientes y costos de servicio que están llevando a muchos a la mora y la depresión.
Con crisis de deuda que está en puerta, los gobiernos se tienen que endeudar más para subsidiar a las empresas privadas, gravarlas y asociarse, cuando sea el caso, para producir, transportar y garantizar los recursos necesarios para la transformación energética del primer mundo. El problema es que durante los últimos 270 años, Europa y América del Norte han contribuido con más del 70% del stock de gases de efecto invernadero. Esto también ha agotado casi todo el presupuesto de carbono del planeta, como si existiera un techo de deuda de carbono. Pero hoy en día, según Martin Wolf, del Financial Times, los países emergentes y en desarrollo generan alrededor del 63% de las emisiones, si se incluye China, si se la saca, América Latina no tiene incidencia, pero es una proporción que está destinada a crecer.
De ello se deduce mágicamente que no solo debe haber grandes recortes en las emisiones, sino que una gran parte de esos recortes, particularmente en relación con la tendencia, deben ser realizados por países emergentes y en desarrollo. Para lograr esto, la inversión en la transición verde en estos países (aparte de China) debe alcanzar unos 2,4 billones de dólares al año (6,5% del producto interno bruto) para 2030.
Es decir, los países ricos, que se volvieron potencias a costa de la explotación de recursos naturales, explotación de trabajadores y degradación del medio ambiente, deben ayudar a los pobres del tercer mundo a no contaminar con créditos o algún tipo de látigo verde que nos discipline, ¿¿a cambio de qué??
A pesar de la claridad y de la transparencia con la que se expresan, difunden y comentan sus pensamientos fracasados de décadas atrás, estos han vuelto a resurgir. ¿Por qué los mismos creadores de la desigualdad le pondrían ahora remedios? ¿Por qué, como dice el filósofo Byung–Chul Han, no se puede hacer una revolución con semejante desigualdad? Han entiende que el poder neoliberal es tan estable y no tiene resistencia y gana adeptos en el mundo, por varios motivos que aclararemos. Pero creo que hay dos niveles, el primer mundo, para el que habla Han, y un tercer mundo, como lo demuestra los casos de Jujuy en Argentina, Ecuador o Perú donde la represión para estabilizar el sistema todavía se necesita.
Hay una parte de la sociedad que ya no es más representativa de la clase trabajadora, son señores y siervos al mismo tiempo, no hay lucha de clases en el primer mundo, no se distingue el rival, no se sabe quién es el malvado y quien el explotado o quien el cándido trabajador abusado. La lucha de clases es contra uno mismo, por no ser lo suficientemente emprendedor, por no trabajar más horas, por no adaptarse al nuevo futuro, etc.; el fracaso es de uno, la sociedad, las leyes, las acciones políticas de exclusión nada tienen que ver. En América, todavía se puede protestar contra la sociedad que nos excluyó, contra las políticas de marginalidad, contra la explotación y en favor de derechos. Pero sería luchar contra lo que Adam Tooze denomina policrisis: deuda, energía, economía, y sobre todo democracia, que ha quedado excluida de los votantes, es sólo un problema de las elites.
El nuevo consenso es tan absurdo, excluyente y concentrador, como el anterior. La diferencia en este caso es quién pagará los platos rotos. Sin duda, será la clase media.