Tapando agujeros: el mundo después de Ucrania
El «orden internacional basado en reglas» definido hace al menos tres siglos por las cañoneras euroamericanas, pero en especial por sus pueblos anglófonos, fue desafiado abiertamente por Rusia. Moscú decidió poner en discusión la idea que la potestad de las reglas solo le corresponde a Occidente, es decir, a Estados Unidos.
Con esta apuesta el mundo quedó divido en dos. Un lado occidental y un lado oriental. El lado occidental suele atribuirse hablar en nombre de la comunidad internacional, una ficción de los siete países que en su día fueron los más ricos y poderosos del mundo, el G7, y que en la actualidad representa al 9.8% de la población mundial y 50% de su PBI. Del lado oriental, en caso de que Rusia no sea derrotada, y lo más probable es que no lo sea, su simple acto de insubordinación contra el mandato impuesto después de 1991, inaugura un nuevo orden internacional, con la aparición de una potencia con capacidad y disposición, al parecer, para rivalizar con Occidente y sostener, con sus propias armas, sus intereses estratégicos, sus líneas rojas y su propio sistema de valores.
Sin embargo, esta guerra que se está librando entre Estados Unidos y Rusia, o se la pueden enmascarar como OTAN- Rusia, tiene un dilema con la paz. Es decir, se trata de dos guerras superpuestas, Ucrania-Rusia, OTAN–Rusia, pero la llave de la paz está, en ambos casos, en manos de Estados Unidos, el único país que puede tomar la vía diplomática de una negociación de paz. Y aquí es donde se encuentra el impasse actual: los rusos no pueden aceptar ser derrotados, y para los estadounidenses, cualquier negociación es vista como un signo inaceptable de debilidad, especialmente después de su desastrosa «retirada de Afganistán».
Algunos centros de estudios geopolíticos creen que existe una ventana para la paz que se puede consolidar con el avance de la crisis económica y social en los principales países que apoyan la resistencia militar del gobierno ucraniano y su mantenimiento, que la jefa del FMI estimó en subsidios mensuales para Kiev de al menos U$S 5 mil millones. No solo sería la conservación del armamento necesario para la guerra, el problema energético, el deterioro de la calidad de vida de la sociedad europea, sino del descontento social producido por las sanciones. La caída de la popularidad del presidente Biden en Estados Unidos, así como la alta probabilidad de perder el Congreso; las derrotas electorales de Macron en Francia, el advenimiento del fascismo en Italia; la caída de Boris Johnson en Inglaterra y el mamarracho neoliberal de Liz Truss, cuidadosamente invisibilizado por la prensa latina, la notoria fragilidad del gobierno de coalición de Scholz en Alemania, entre otros.
Este ataque económico ha fracasado en sus objetivos inmediatos, y lo que es peor, ha provocado una crisis económica de grandes proporciones en los países que protagonizaron las sanciones contra la economía rusa, en particular en los europeos, y aunque parezca paradójico, la reacción social podría ser la carta para la paz. Las expectativas iniciales de las sanciones era que el PIB ruso caería un 30%, la inflación alcanzaría el 50% y que la moneda rusa, el rublo, se depreciaría en torno al 100%. La realidad es que el PBI caerá un 2.5%, la inflación bajó al 13.5%, el rublo es la moneda que más se ha apreciado en el mundo en este periodo y las exportaciones ganaron de enero–septiembre U$S 198.400 millones, según el Banco Central Ruso.
El fracaso económico ha repercutido también en el plano diplomático, donde el deterioro del liderazgo norteamericano se ha ido haciendo cada vez más visible, como se puede ver en el improvisado viaje de Biden a Asia, en el fracaso de la «Cumbre de la Democracia» y de la «Cumbre de las Américas», en la poca receptividad de las posiciones norteamericanas y ucranianas entre los países árabes y africanos, el fracaso estadounidense en su intento de excluir a los rusos de la reunión del G20 en Bali, y la más reciente e incómoda visita del presidente norteamericano a Arabia Saudí.
Rusia rompe definitivamente cualquier tipo de acercamiento con la Unión Europea, y en particular con los países del G7, optando por una alianza geopolítica y una integración duradera con China e India, y aquí comienza lo interesante, porque tanto este bloque como el grupo BRICS+, con la probable inclusión de Argentina, Irán, Egipto, Turquía y la propia Arabia Saudí, se acercaría al 40% de la población mundial y un PIB casi igual al del G7. Ya no habrá una potencia hegemónica o región del mundo que defina unilateralmente sus reglas. Se podrá mostrar a este bloque como un conjunto de referencia mundial en franco proceso de expansión y con proyección global de poder.
Sin embargo, a medio plazo, esta nueva configuración geopolítica todavía no representa una alternativa, debería ahondar en impulsar las divisiones internas de la Unión Europea. En principio, y como lo está haciendo China al comprar toda la energía que puede acumular, con el fin de eliminar a su principal competidor, Europa, y deshacer su exitoso modelo económico, tirado por las exportaciones y sostenido por la energía barata suministrada por Rusia. De ser posible, fomentar una nueva carrera armamentística entre sus Estados miembros, probablemente liderada por Alemania, que, tras 70 años de tutela militar estadounidense, está volviendo a su tradicional vía militarista.
Las potencias occidentales parecen ocupadas en tapar agujeros y rehacer las conexiones perdidas en todo el mundo, pero el juego central por la disputa de poder, las trampas y engaños por la hegemonía entre China y EE.UU. se basa, más allá del vector bélico, en las finanzas, chips y burbujas inmobiliarias. Para comenzar, el capital financiero desregulado y globalizado, la cara bélica del dinero internacional, se esconde detrás de dos sistemas internacionales de intercambio de información financiera y de pagos. El sistema SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication), que tiene su sede en Bruselas, pero que en realidad está controlada por los bancos centrales de solo diez naciones, los mismos que el G7 más Suecia, Suiza y Holanda, no ha tenido una respuesta competitiva del lado oriental, que tendrá que trabajar en ella.
Pero la disputa en los demás departamentos es definitivamente fascinante. A principios de octubre, la administración Biden hizo un movimiento definitivo contra China, decidió cortar el acceso de la nación asiática a los chips de computadora de alta gama, también conocidos como semiconductores. Los semiconductores son pequeños, omnipresentes y subestimados. Son el cerebro de todos los dispositivos modernos. Sin semiconductores, su teléfono, televisor y microondas se transformarían en simples ladrillos. Tu auto volverá a los años ochenta, los aviones no volarían, los sistemas de armas resultarían obsoletos, la bolsa de valores y las telecomunicaciones desbarrancarían.
Según la Asociación de la Industria de Semiconductores de EE.UU., en 2021, China tenía el 7% de la cuota de mercado mundial de semiconductores. A modo de comparación, EE.UU. tenía el 46%, Corea el 21%, Japón el 9%, la UE el 9% y Taiwán el 8%. La investigación del Centro de Seguridad y Tecnología Emergente de EE.UU. muestra que China depende de las empresas con sede en los Estados Unidos y de sus aliados para poder fabricarlos. La idea entonces es, primero, prohibir la exportación de chips de última generación a China y, en segundo lugar, limitar la exportación de software, equipos y componentes que China necesitaría para establecer una capacidad soberana de fabricación avanzada de semiconductores.
En agosto, EE.UU. aprobó la Ley CHIPS and Science, que incluía una inversión de 50.000 millones de dólares estadounidenses en la industria nacional de semiconductores que había quedado obsoleta en relación con Taiwán y Corea. El objetivo declarado de los nuevos controles americanos apuntan a limitar la capacidad de China para comprar y fabricar ciertos chips de alta gama utilizados en aplicaciones militares. Esto obstaculizará el desarrollo y el despliegue de inteligencia artificial en todo el país, obstaculizará el progreso chino en comercio electrónico, vehículos autónomos, ciberseguridad, imágenes médicas, descubrimiento de fármacos, modelado climático y mucho más.
En este tema hay un fuerte debate acerca de si la nación asiática, o el bloque oriental, puede innovar para diagramar su salida de estas sanciones. No está claro qué impacto inmediato tendrán los nuevos controles. Durante mucho tiempo se ha especulado que China ha estado almacenando chips y equipos, y sin duda intentará eludir los controles. Sí bien algunos fabricantes de chips argumentan que no podrá producir semiconductores avanzados sin el equipo y la experiencia de Estados Unidos, hay algunos atajos que el dinero puede comprar.
El gobierno alemán está examinando actualmente una adquisición de la producción de chips de la empresa Elmos de Dortmund por parte del competidor sueco Silex, una subsidiaria del grupo chino Sai Microelectronics. Las pruebas están actualmente en curso y aún no se han completado. Para tener una idea, esta disputa es diferente del desacuerdo por la entrada de la naviera estatal china Cosco a manejar una terminal del puerto de Hamburgo,.
Las compañías navieras chinas ya son copropietarias en muchos puertos de Europa. Cosco actualmente posee acciones en al menos diez terminales navieras europeas: Róterdam, Zeebrugge, Amberes, Valencia, Bilbao, Génova, El Pireo, Las Palmas, Nápoles, Marsella. China Merchants, otra empresa naviera estatal, tiene intereses en al menos ocho puertos europeos, lo que muestra que la compra de empresas y el dinero pueden fluir como el agua en las grietas y facilitar la apropiación de innovaciones.
El mundo ya está experimentando una escasez global de chips, particularmente del tipo de los menos sofisticados, producidos en China. China también domina el 80% de la cadena de suministro global de elementos de tierras raras que son esenciales para la mayoría de los componentes de alta tecnología. El juego se libra de ambos bandos. El Congreso del Partido Comunista, una semana después de que se anunciaran los controles estadounidenses, reafirmó el objetivo de su país de unirse a las filas de las naciones más innovadoras del mundo, con gran autosuficiencia y fortaleza en ciencia y tecnología, dentro de cinco años.
Si bien quien enfrentó de manera abierta al poder americano fue Rusia, el motor económico de oriente es China, y debido a los ataques que describimos por parte de Occidente, es importante que justamente el Congreso del Partido Comunista de China determine que bajo la presidencia de Xi la política económica de China enfatizará el control estatal, y que se resiste a ser contenida como principal rival en comercio, tecnología e influencia global. La idea que la locomotora oriental pudiera alcanzar a EE.UU. en 2030 se esfumó y con una tasa de crecimiento del 3.2%, no lo haría ni en el 2060.
La última parte del ataque, el sector inmobiliario, puede terminar de frenar la idea embrionaria de un Oriente como alternativa de elección, al interponerse en el modelo de crecimiento. Occidente está convencido de que China solo puede tener éxito como el G7, si su economía depende de inversiones rentables de empresas privadas en un mercado libre. Y, sin embargo, la evidencia de los últimos 40, e incluso 70 años, es que un modelo económico de planificación dirigido por el estado como el de China ha tenido mucho más éxito que sus pares de economía de mercado como India, Brasil o Rusia, e incluso el G7. La verdadera cuestión es si esa inversión produce valor nuevo o se desperdicia en un consumo improductivo, por ejemplo, propiedad y especulación financiera o gasto militar.
El verdadero problema es que en los últimos diez años los líderes chinos han permitido una expansión masiva de inversiones improductivas y especulativas por parte del sector capitalista de la economía. En el impulso por construir suficientes casas e infraestructura para la población urbana en rápido aumento, el gobierno central y local dejó el trabajo a los desarrolladores privados. En lugar de construir casas para alquilar, optaron por la solución de mercado libre de constructores privados que construyen para la venta. Por supuesto, era necesario construir casas, pero como dijo con retraso el presidente Xi, “las casas son para vivir, no para especular”.
El resultado fue un enorme aumento de los precios de la vivienda en las principales ciudades y una expansión masiva de la deuda. De hecho, el sector inmobiliario ahora ha alcanzado más del 20% del PIB de China. El sector de la propiedad privada de China ahora está compuesto por empresas zombis. Los gobiernos locales están tratando de garantizar que las viviendas prometidas por empresas como Evergrande a 1,8 millones de chinos se construyan haciéndose cargo de los proyectos, mientras que muchos promotores inmobiliarios serán liquidados. La acumulación de activos financieros e inmobiliarios basada en un enorme endeudamiento resta potencial de crecimiento y la expansión de un consumo interno que sustituya al externo no se puede lograr con endeudamiento. Aquí Occidente se anotó un gran triunfo.
El estancamiento al estilo japonés de la economía china es la incapacidad de expandir el consumo personal y continuar expandiendo la inversión a través del aumento de la deuda, y eso no funciona. Cuando la inversión en el sector capitalista se ralentiza, como lo hace cuando el crecimiento de las ganancias aminora o cae, en China el sector estatal puede intervenir. No todo consumo tiene que ser personal; más importante es el “consumo social”, que América Latina debería comenzar a mirar, es decir, servicios públicos como salud, educación, transporte, comunicación y vivienda, no solo automóviles y aparatos.
La planificación económica, la defensa de una sustitución de importaciones desconectada de un Occidente beligerante y una mayor intervención estatal, parecen ser las opciones que Oriente podría brindar al sur profundo. Hoy las rivalidades siguen siendo asimétricas, pero alentadoras, mientras uno intenta construir, el otro desacierta, falla y se repliega, pero con un gran poder de exterminio.