El mejor regalo de la madre
Durante muchos años, mi madre me contó una anécdota de infancia que ella recordaba con especial ilusión.
Yo tenía 3 años, vivíamos en una aldea de Galicia, San Juan de Portas, muy próximos a Caldas de Reyes, donde mi padre ejercía como jefe de silo, para el SEMPA.
Todos los sábados ella me llevaba de la mano al mercado y nos hacíamos con una ecológica compra de huevos caseros, repollo, patatas y algunas semillas.
Su gran ilusión, a pesar de ejercer como funcionaria desde los 24 años, era tener un jardín y un huerto.
En la pequeña casa alquilada de Portas, la que lindaba con la de mi amiga Carmiña, mi padre había fresado un poquito de terreno y ya nos habían salido unos pimientos y unas fresas que me sirvieron de ofrenda a los vecinos, para establecer una amistad que aún perdura.
El jardín de flores era, todavía, un proyecto; y mi madre, cada sábado, se hacía con un botín de nuevas semillas: “ya verás Arianita -me decía- cuando salgan las clavelinas, las calas, las prímulas, esto se va a llenar de flores”.
Fue un domingo de octubre, quizá un lunes. Sé que fue un día después de haber comprado semillas de claveles. Llamé emocionada a mi madre: “¡mamá, mamá han salido las flores, mira! -tiré de su falda de vuelo, mostrándole la tierra llena de flores mal plantadas. Flores de los jardines vecinos, cortadas de manera apresurada y desigual, de distintas especies, tamaños y colores, silvestres y de invernadero, plantadas con mis pequeñas manos, con la voluntad de hacerla creer que todo su proyecto de jardín se había convertido en una realidad.
Mi madre recordaba esa anécdota cada vez que, muchos años después, el Día de la Madre, recibía nuestro regalo, esos collares de macarrones, cartulinas llenas de dibujos o ceniceros de pasta de miga que hacíamos en el cole por mayo con motivo de la efeméride.
Regalar es algo más que cumplir un trámite. Es buscar la felicidad absoluta de la persona amada, sin contraprestación, sin buscar el “win to win”.
Quise verla feliz, renunciando incluso a mi intervención, no se trataba de mí, sino de ella.
Mucho tiempo después comprendí que los padres hacían la misma renuncia, el mismo acto de amor desinteresado cada 6 de enero. Nos regalaban la magia, la esperanza, la ilusión. La creencia de que hay unas personas buenas en esta vida que se esfuerzan en cumplir nuestros deseos.
Si no sabes qué regalar a tu madre el próximo primer domingo de mayo es que no la ves, ni la escuchas últimamente y, sin lugar a dudas, tu tiempo y dedicación serán el mejor regalo.
En el 2005, unos meses antes de que a mi madre se la llevara un cáncer de páncreas, nos regalamos un viaje con motivo de la feria de los farmacéuticos, INFARMA.
Fuimos juntas a Barcelona, su primer destino tras ganar la oposición, paseamos por el barrio gótico, por el pueblo español, repetimos lugares y fotos del álbum de su juventud y la invité a una limpieza en un centro de belleza con un tratamiento beauty y un masaje.
Hace 4 años que soy la CEO de lp10 y he diseñado un tratamiento en cabina, la limpieza con punta de diamante, ultrasonidos y tratamiento beauty personalizado, que siempre recomiendo, para regalar a una persona a la que queremos agasajar de verdad. Este tratamiento, el que tan buena experiencia le proporcionó an ella, lo realiza magistralmente nuestra esteticien en Travesía da Gaiteira, 2 bajo, todavía más completo y personalizado. No llega a los 40 euros y los activos que le ponemos están elaborados en mi laboratorio farmacéutico especialmente para ella, después de un diagnóstico.
Regalar una experiencia, en una sociedad de extremo consumo, en la que tenemos de casi todo, es la mejor opción según el estudio sobre la felicidad de Harvard.
Lo que resulta inolvidable es que, durante su convalecencia, siempre me agradeció ese viaje y esa experiencia de cuidado. Falleció un año después, pero esa ya es otra historia.