Ya no hay tomates que sepan a tomates

A la cosmética se la considera la hermana pequeña de la biotecnología. Esa percepción tiene algo de verdad y mucho de complejo de frivolidad. Para muchos, mezclar la ciencia que “salva vidas” con la investigación del cuidado de la apariencia personal es una trivialidad.
BIOGA
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Soy farmacéutica, nací en el siglo pasado, no cuando Fleming descubrió la penicilina, ni cuando se sintetizó por primera vez una insulina, pero si fui testigo de cómo las úlceras se dejaron de diagnosticar con una endoscopia y se comenzaron a detectar con una prueba de aliento, o cuando se descubrió que los tumores de cuello de útero eran causados por el virus del papiloma y se podían prevenir con una vacuna.

Antes de dedicarme a tiempo completo a la formulación cosmética, he estado quince años, como boticaria, detrás de un mostrador.  No hay un mejor lugar para escuchar a la calle. Si se presta atención, una farmacia es una fuente de inspiración para inventar. La gente, cada día, te pide cosas para solucionar problemas y, a pesar de manejar más de 20.000 referencias, no siempre tenemos lo que buscan. Es una excelente oportunidad para crearlo.

El siglo XX, en el que nací, ha sido el de los grandes avances bio médicos y, sobre todo, farmacéuticos, y mientras, los tomates han ido perdiendo ese sabor de antaño, que quizá es nuestra “Magdalena de Proust”, la realidad es que todos, como en todos los tiempos, seguimos buscando el secreto de la eterna juventud, y nos llegan periódicamente noticias de América en las que los súper millonarios Elon Musk o Bezos, a golpe de talonario, están fichando a científicos relacionados con la longevidad. Es un “dejà vu” de otras épocas, porque históricamente, los poderosos, conscientes de que el tiempo no se puede comprar, se han obsesionado con ganarle la partida y hasta ahora, siempre han perdido.

Desde que el sapiens pintó bisontes en las cuevas nos consideramos humanos porque tenemos sentido de la trascendencia y somos conscientes de que moriremos.

Los días 12 y 13 de junio, en Vigo, organizado por BIOGA, se reúnen los mejores biotecnólogos de Europa. Allí se habla de fármacos, de biomateriales, de súper alimentos, de innovaciones para resolver los grandes retos del futuro.

Yo modero una mesa, la de Cosmética, un sector que ha facturado más de 10.000 millones de euros en 2023 y es el sector de mayor crecimiento en nuestra economía.

Es cierto que cosmética no es la respuesta a los grandes retos de nuestras vidas y que todavía no hemos encontrado la fórmula de la eterna juventud, aunque la buscamos constantemente, y hemos de reconocer que vivimos más y con mejor aspecto.

Cada día, cada uno de nosotros usamos unos siete productos de higiene y cuidado personal. Champú, gel, jabón, dentífrico, hidratante, productos para el afeitado o el maquillaje, desodorantes, etc.

Mientras nuestros compañeros de la farmacia y la biomedicina se plantean objetivos  prácticos como el de resolver las resistencias a las súper bacterias o la contaminación masiva de micro plásticos, los que nos dedicamos a la cosmética, conscientes de nuestra mortalidad, buscamos trascender con el arte que hay detrás de la elaboración de un perfume, o emulando el tacto de la seda en un cosmético y logrando, en un instante,  que retornemos al mejor recuerdo de nuestra infancia cuando el olor del jabón de manos invada nuestros sentidos. La sensorialidad de nuestro oficio es lo más cercano a percibir la eternidad.