Rusia fuerte, Rusia débil
Al respecto se invocan un eventual entrampamiento militar en Ucrania; la dificultad de controlar un país –la propia Ucrania-, muy grande, muy poblado y, por lógica, mayoritariamente hostil; los efectos de las sanciones occidentales sobre la economía y la sociedad rusas; una eventual reacción, en Moscú, de los oligarcas, visiblemente lesionados en sus intereses, o, en fin, y por dejarlo ahí, la posible aparición en Rusia de una contestación activa de la guerra.
Elementos como los mencionados podrían traducirse, claro, en una marcha atrás de Putin en su operación militar ucraniana o, lo que es lo mismo, en la apertura de una vía de negociación en la que Rusia procurase mostrarse magnánima. De no cobrar cuerpo este horizonte hay que preguntarse, claro, de qué manera, de producirse, estaría llamado a adquirir carta de naturaleza ese proceso de resquebrajamiento del poder putiniano. ¿Tiene sentido imaginar una dimisión del presidente y su sustitución por alguien afín, sobre el papel más presentable? ¿Escucharíamos ruido de sables? ¿Hablamos de un tránsito razonablemente pacífico o de convulsiones muy agudas que aconsejen no descartar un eventual proceso de implosión del país? Los riesgos correspondientes, en otro plano, ¿no provocarían que las potencias occidentales diesen también, en un grado u otro, marcha atrás y acabasen por apuntalar la posición del propio Putin o, al menos, apostasen por la preservación de buena parte de su aparato de poder?
Por detrás se barrunta una discusión rara vez abordada: a esas potencias que acabo de mencionar -o, lo que es lo mismo, al capitalismo occidental-, ¿qué les interesa más: una Rusia fuerte que ponga orden en su patio trasero –con los riesgos correspondientes- o, por el contrario, una Rusia débil que permita una activa rapiña, acaso en colaboración con los oligarcas locales? A buen seguro que para responder a esta pregunta necesitamos conocimientos que hoy por hoy nos faltan. Y habría que poner de acuerdo percepciones e intereses muy dispares. La respuesta, en cualquier caso, a duras penas puede ser tranquila. Tampoco lo son los hechos que se despliegan delante de nuestros ojos.