Ucrania: un balance de cuatro días
Escribo estas líneas para ordenar mis ideas, pocas y nada claras, sobre lo que ocurre en Ucrania desde hace cuatro días.
28/feb/2022
Nuevo DESorden | 28/02/2022 | Carlos Taibo
Debo confesar con humildad que los conocimientos que creí acumular en el pasado en relación con la Europa central y oriental me sirven de poco para lidiar con un escenario por muchos conceptos inédito. Disculpen por ello las osadías en la interpretación y las imprecisiones que este texto a buen seguro incluye.
- Ninguno de los conflictos registrados en las tres últimas décadas en la Europa central y oriental –Chechenia, Transdnistria, Abjazia, Osetia de Sur, Nagorni-Karabaj, el Donbás, Crimea- arroja luz para interpretar lo que acarrea la invasión de un país de 600.000 km² y casi cincuenta millones de habitantes, aunque algo nos digan del sufrimiento ingente, e impresentable, de la población civil. Para conocer algo parecido en ese recinto geográfico habría que retrotraerse, con rendimientos muy limitados, a la agresión alemana de 1941 contra la Unión Soviética. En paralelo, todos los movimientos asumidos por Rusia desde el año 2000, con Putin como presidente, supusieron hasta antes de ayer riesgos limitados. Del de estas horas no parece que pueda decirse lo mismo.
- En virtud de lo anterior no es sencillo, o no está a mi alcance, ofrecer una explicación certera y creíble de las causas de la intervención rusa en Ucrania. Me limito a recoger algunas de las explicaciones que, con carácter más o menos imaginativo y conspiratorio, corren por ahí. Una de ellas sugiere que Rusia, a manera de lo que hicieron algunas grandes potencias al calor de las dos guerras mundiales libradas el siglo pasado, habría asumido una huida hacia adelante para escapar de sus agudos e intratables problemas internos. Una segunda identificaría los efectos de una pulsión imperial irrefrenable que habría aconsejado restaurar el control de Moscú sobre Ucrania sobre la base del recordatorio de la muy manida tesis que entiende que, sin Ucrania, Rusia no puede liderar un imperio creíble. Y sobre la base, por añadidura, de la certificación de lo que han supuesto tantas provocaciones occidentales. La tercera entiende que Rusia habría intervenido con el designio de controlar un país muy rico en materias primas como al cabo sería, conforme a una visión de los hechos, Ucrania. La cuarta de la que me hago eco concluye, en fin, que Rusia habría mordido el anzuelo que le habrían tendido las potencias occidentales con el propósito, bien es cierto que delicado, de poner fin a la era de Putin. Al respecto de esto último le estaríamos prestando poca atención a la política de un país, Estados Unidos, que queda muy lejos del escenario de conflicto, que no se ve mayormente tocado por los desencuentros energéticos que se hacen valer en la Europa central y oriental, que no vería con malos ojos dividir a la UE y que, con toda evidencia, desea liberarse de un competidor molesto. Comoquiera que estas explicaciones a duras penas clarifican el escenario y no despejan de forma convincente las numerosas incógnitas que rodean a la intervención militar rusa, no queda sino aguardar a que el tiempo afine nuestro conocimiento.
- Más allá de las causas de esa intervención, hay que preguntarse por sus objetivos de corto plazo. Parece descartado que el propósito de Rusia sea, sin más, apuntalar su dominio en la Ucrania oriental. Un movimiento militar que respondiese, sin más, a ese propósito habría entrado dentro de los códigos de la política putiniana de los últimos quince años. Salta a la vista, sin embargo, que las ofensivas sobre Kíev o sobre Odesa responden a otros objetivos. ¿Cuáles? La interpretación más extendida remite a la gestación de un gobierno títere en Ucrania –uno más- que, acaso sobre la base del modelo bielorruso, aceptaría las reglas del juego impuestas por Moscú. Y entre ellas, probablemente, dejar a Ucrania fuera de la UE y de la OTAN, y aceptar la anexión de Crimea por Rusia. No sé si el hecho de que, llamativamente, días atrás Moscú no haya pujado por anexionarse lo que controlaba del Donbás no será una suerte de guiño dirigido a un nuevo gobierno ucraniano.
Claro es que, si doy por bueno que ese es el objetivo principal de la ofensiva rusa, estoy en la obligación de recordar que su satisfacción depende, obviamente, de que la campaña militar dé los resultados apetecidos y de que, en paralelo, la reacción internacional no provoque dudas y eventuales marchas atrás del lado de Moscú. En este mismo orden de cosas, queda por dirimir qué hacen en estas horas muchos de los oligarcas rusos, probablemente atónitos ante lo que está ocurriendo, y cabe preguntarse si no empezará a asomar con fuerza en Rusia un movimiento contra la guerra. - Si mi capacidad de analizar el presente es muy limitada, la de escudriñar en el futuro es nula. Muchas de las apariencias invitan a concluir, sin embargo, que Putin puede pagar caro su decisión de haber roto con la prudencia, por relativa que esta fuese, del pasado. O, lo que es lo mismo, que va a tener que enfrentar un escenario interno muy delicado llamado a desdibujar las eventuales ventajas derivadas de un posible éxito militar en Ucrania. Tanto más si Rusia tiene que controlar un país muy grande con una población mayoritariamente hostil. La certificación de lo que acarrea esta última circunstancia bien puede provocar en Moscú, de nuevo, concesiones que no estaban en el guion.
- No hay duda, sin embargo, en lo que hace a la condición de un ganador seguro: la intervención militar rusa en Ucrania le ha venido como anillo al dedo a la OTAN y, con ella, a quienes apuestan con descaro, en este lado del tablero, por la militarización, la represión, la doble moral y las intervenciones ajustadas a los intereses de las potencias occidentales. También se aprestan a vivir con comodidad quienes, desde los medios, han preferido ocultar, con éxito más que razonable, el papel decisivo que a la Alianza Atlántica le ha correspondido, en las tres últimas décadas, en la gestación de un enemigo creíble y lamentable en Moscú. Ya sabíamos, aun así, que nos toca vivir tiempos sombríos.