Hacia una nueva modalidad de relación entre naciones: La diplomacia de la NoViolencia Activa
En su reciente participación en la Mesa de diálogos “Construcción de la Paz”, organizada por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana de Ecuador, Nelsy Lizarazo, presidenta de la agencia internacional de noticias Pressenza, expresó que “Ecuador podría darle una marca de identidad a su diplomacia, profundizando la orientación que ha desarrollado y avanzando hacia una diplomacia de la no violencia activa.”
La presente nota es un intento de esbozar aquel concepto con mayor detalle.
Pressenza | 24.07.2017 - Nelsy Lizarazo - Javier Tolcachier
La diplomacia es un instrumento de relación, una modalidad de relación con otras naciones. Por tanto, se debe pensar en primer término qué tipo de relación se quiere establecer.
La No Violencia propone no solamente tomar en consideración al otro, sino ir aún más allá, ponerse en su lugar. Pretende intentar tratar al otro como uno quisiera ser tratado. Es decir, invita a relaciones empáticas, no tan sólo corteses o tolerantes. Desde esa perspectiva ética, rechaza todo tipo de violencia, la violencia física, económica, racial, cultural, psicológica, moral, religiosa, por citar algunas formas en la que ésta se presenta.
Este rechazo a la violencia está basado justamente en su origen. ¿Cuál es el punto de partida de la violencia? La negación de la humanidad en otro. Por tanto, ninguna relación empática puede establecerse desde la violencia.
Del mismo modo, a nivel internacional, la violencia implica la negación de la entidad ajena, la enajenación del otro para propósitos propios, someterlo a yugo y dependencia, explotarlo, aniquilar su autodeterminación. Hay sobrados ejemplos históricos de ello, por lo que no es necesario sobreabundar.
La NoViolencia Activa es la actitud consecuente con el ser empático. Al solidarizarse íntimamente con el dolor y el sufrimiento del otro, se hace necesario actuar para remover las causas que generan ese sufrimiento. Por ello, La NoViolencia Activa impele a superarlas, a no colaborar con ninguna forma de violencia, a denunciarla, a boicotearla. En definitiva, a desarmar estructuras que posibilitan la violencia y al mismo tiempo, a construir situaciones en las que la violencia no pueda reproducirse con facilidad.
La traducción de esta actitud en el campo de las relaciones internacionales es manifestar claramente las discordancias entre los derechos sociales y personales declarados y los ejercidos, entre y en las mismas naciones. Y es actuar decididamente buscando la forma de achicar esta brecha que se expresa generalmente como hipocresía en los ámbitos multilaterales.
Principio, postura y programa
Para lograr relaciones armónicas entre naciones cuyo pasado y proyección son probablemente diversos, es preciso partir de una generalidad de meridiana universalidad, un principio inquebrantable y reconocible como verdad compartida.
Tal principio no puede ser otro que la común humanidad. No hay relación humana que pueda ser considerada como válida si se desconsidera la propia comunidad con la humanidad del otro.
De este principio general, se derivan postulados (o principios secundarios) como el derecho a la Diversidad, Igualdad, Solidaridad, Bien común, Autodeterminación, Democracia participativa y otros de igual tenor.
En la esfera internacional, la interrelación e interdependencia alcanzada en este momento de proceso de la humanidad, lleva a la necesidad del reconocimiento de estos postulados como imprescindibles para garantizar la co-existencia colectiva.
Los críticos podrán afirmar que se trata de una posición utópica, fuera de lugar o “u-crónica”, fuera de ésta o cualquier otra época.
Sin duda se trata de una Postura ética frente a posturas meramente estéticas – que bajo el cultivo de la formalidad, involucionan hacia la hipocresía, moneda corriente en las actuales relaciones intra- e internacionales.
La postura ética se plantea también como alternativa frente a la “postura cosmética”, que pretende obviar los factores estructurales que están a la raíz de los conflictos, postergando su resolución.
Y por supuesto, esta postura ética tiene que concretizarse para no ser calificada de hipotética.
La radicalidad de los términos éticos no debe ser comprendida como insana avidez de inmediatez, sino como visión de proceso con fines ciertos en dialéctica precisa frente a una visión estática y condicionada por situaciones previas.
Esta dialéctica afirma la posibilidad de elección humana frente al determinismo o al pragmatismo de coyuntura. ¿Acaso las distintas transformaciones que la política propone son menores o más sencillas?
Así como acabar con los paraísos fiscales, con la exclusión, con el analfabetismo, con la desigualdad de oportunidades, con la insalubridad, con la explotación, con el deterioro medioambiental, con la industria armamentista o con la discriminación son causas a las que la humanidad ha decidido dirigirse – con tropiezos, rezagos y retrocesos ciertamente – así también la violencia personal, social y entre conjuntos sociales, debe ser superada. Y todo lo descripto anteriormente, no son sino precisamente modalidades en las que la violencia se presenta. Por lo tanto, lejos de ser un objetivo lejano, creemos que, bajo distintas denominaciones, la superación de la violencia está en marcha. Y ya desde antaño como directriz mayor de la Historia.
Paz no es lo mismo que No Violencia
A fin de elaborar un programa que proponga imágenes de concreción de estos principios y postulados, es necesario hacer una última distinción:
El pacifismo tiene como objeto la superación de las guerras. Lograr un estado de ausencia de beligerancia, de conflicto armado. La NoViolencia Activa incluye esta aspiración, pero considera la posibilidad de superación de toda forma de violencia. Es más, explica que, sin esto, no será posible aquello.
Algunos puntos para una diplomacia de NoViolencia Activa
En un primer nivel de superficie, deben ser consideradas todas las medidas que impidan la violencia más grosera y directa, la eliminación de la vida humana, o sea la guerra.
No hay guerras buenas ni justificadas. No puede haber aval alguno para el conflicto armado. Por tanto, tampoco puede justificarse el armamentismo de ninguna clase, sobre todo porque la carrera armamentista lleva a un grado de letalidad tal, que constituye una amenaza para la supervivencia de toda la especie, sin distinguir nacionalidad ni ideología. Es imprescindible parar esa locura.
Por tanto, desarme nuclear total, progresivo desarme multilateral convencional, establecimiento de zonas de paz, constitucionalización del principio de no participación en conflictos bélicos, acuerdos de no agresión entre países, promoción de resolución de conflictos por el camino del diálogo, son inherentes a este programa.
Para efectivizar y consolidar este primer escalón de paz hacia la No Violencia es preciso proceder con profundos programas de reconciliación. Dicha reconciliación no se refiere solamente al aspecto más superficial de recuperar cierta civilidad entre bandos anteriormente enfrentados, sino de intentar una reconciliación superior, promocionando al interior de los conjuntos humanos la idea de superar todo tipo de venganza expresa o encubierta.
En segundo término, la diplomacia de la NoViolencia implica describir con exactitud las estructuras que generan otras formas de violencia en el campo social. Dichas estructuras, dicen relación en primera instancia con un proceso de concentración de poder que impide la libre elección de conjuntos y personas. Esto es verificable no sólo en el nivel internacional, sino también dentro de cada sociedad y hasta en las relaciones interpersonales.
Por tanto, el programa diplomático debe concentrarse en la desconcentración. Así, la globalización – mal entendida como la apropiación del espacio global por unas pocas compañías de negocios – debe dar paso a la mundialización – momento de contacto intercultural planetario (o primera civilización planetaria), con espacio para el aporte solidario de todas y todos, con la consiguiente democratización y ampliación de los espacios de concertación internacional, sin tutores ni jefes.
Al mismo tiempo, habida cuenta de la persistente desigualdad, se deben implementar medidas de efectiva redistribución financiera y tecnológica. Dicha redistribución se justifica a sí misma no tan sólo por su carácter moral presente y futuro, sino como un intento de reconciliación sincera y reparación de los horrores cometidos en procesos colonialistas precedentes.
Ningún ser humano por encima de otro y ninguna nación por debajo de otras es la premisa guía de este programa de desconcentración.
En el campo de la institucionalidad global, es necesario reconocer que la política exterior de cada estado es expresión de su facción gobernante, una temporalidad fugaz que no siempre representa cabalmente el interés de las mayorías. Dicha representatividad real se agrava si se reconoce que es apenas legitimada en la actualidad por formas democráticas con crecientes dificultades. Por tanto, no debe perderse de vista que los gobiernos y los mismos Estados, hoy actores de primer nivel en el escenario de las relaciones internacionales, son siempre mediaciones entre los pueblos y de ningún modo la vida social misma.
En ese sentido, un principio rector de cualquier programa de humanización de la diplomacia es colocar la participación popular en un rango de prioridad, creando instancias y modelos novedosos tanto al interior de la organización estatal como en el sistema de alianzas internacional. Deben perimirse crecientemente los remanentes de plutocracia, revestida hoy de tecnocracia y burocracia, que continúan actuando en la intergobernanza mundial.
Por otra parte, la genuina participación de las poblaciones, en especial de las representaciones populares, resulta un contrapeso a los llamados “actores multilaterales” o de la “sociedad civil”, eufemismo para introducir la injerencia corporativa en proyectos de alcance multilateral o mundial.
La vida de los conjuntos crece cuando crece su autorregulación, la conciencia sobre sus posibilidades, su autonomía. Numerosos fenómenos políticamente creativos pueden surgir desde esta autonomía creciente. La uniformidad, la unipolaridad van en contra de ese fenómeno multiplicativo. La monopolización cultural, comercial, religiosa atenta contra el libre derecho a elegir el propio desarrollo. Son formas extendidas de violencia.
Por esto es que el desarrollo de una diplomacia no violenta, actúa en defensa de la decisión soberana, de la inequívoca libre determinación de las naciones.
Así mismo, la NoViolencia Activa reconoce la imperiosa necesidad de entretejidos internacionales cooperativos basados en la complementariedad y en el impulso solidario. En este campo, hay países que dan muestras claras de dicho quehacer y no sólo en tiempos de catástrofe, yendo allende sus fronteras con campañas que benefician de modo directo e inequívoco a los pobladores de otras naciones.
El mismo tipo de relación cooperativa y autodeterminada, se produce al interior de algunas instancias de integración regional (como ALBA, CELAC, UNASUR en la región latinoamericana) y otras de características multilaterales, signos asociativos que además de sus logros sociales o económicos, van creando conciencia y relación de hermanamiento.
No hay duda en la mayor parte de las naciones sobre la necesidad de dar un vuelco a las actuales relaciones internacionales. Nos parece hora de formalizar los avances como parte de una concepción que ilumine el camino y sobre todo, de implementarlo con total decisión.