La rebelión de los pueblos latinoamericanos y el futuro
Más allá de la virulenta contra que desatará la oligarquía nacional e internacional para bloquear este nuevo intento emancipador, el triunfo del pueblo relegado pone paños fríos a la baza de restauración derechista que supuso la elección del banquero Lasso en Ecuador.
Mientras esto sucede en la superficie institucional, la movilización popular continúa creciendo en un despliegue imparable pese al contexto pandémico, alcanzando a los principales países defensores del modelo de acumulación sin concesiones ordenado por el capital.
La heroica resistencia del paro colombiano ante un gobierno criminal, la rotunda victoria del despertar chileno en las elecciones constituyentes, la avalancha de votos para un poco menos que desconocido maestro rural en el Perú y la gran marcha en curso para defender la voluntad expresada en las urnas; la movilización en más de 170 ciudades brasileñas exigiendo a viva voz la finalización de un gobierno militar apenas recubierto por una fachada payasesca, el regreso triunfal de los movimientos sociales campesino indígenas al gobierno en Bolivia, incluso – mal que nos pese su definición electoral desde el punto de vista geopolítico regional – el relevante papel de la asonada indígena en Ecuador, son todos fenómenos que se inscriben en esta rebelión masiva que hace temblar los corazones de los desalmados defensores del statu quo.
¿Qué significa el cuadro? ¿Entran la tendencia institucional y la política de las calles dentro de una misma ecuación? ¿Cuáles son las intersecciones, cuáles las disonancias? ¿Qué puede divisarse más adelante?
Lo circunstancial descorre el telón de lo estructural
La veloz, repetida y mortal expansión del Sars-CoV-2 en la región ha sido una muy dolorosa daga en un tejido social y sanitario desarticulado por el neoliberalismo y recompuesto solo de manera parcial por los gobiernos progresistas de la década ganada. Década en la que no hubo estas amortiguaciones sino profundizaciones del modelo donde la derecha administró la barbarie, como en Colombia, Perú o Chile.
A la preexistente miseria y precarización globalizada se agregaron millones de familias latinoamericanas sin contención social alguna, sin más presente que el de compartir ollas populares, sin más futuro que la penuria del sobrevivir día a día mediante trabajos indignos y azarosos.
Al mismo tiempo, la banca especulativa y sus controladas corporaciones multinacionales, en particular las del rubro digital y de tecnología avanzada, aumentaron sus ganancias de manera astronómica.
No fue la indignación ante estas contradicciones estructurales, sino la reacción a medidas derivadas de ella, la que hizo explotar la rebelión masiva callejera. La agudización coyuntural de la política neoliberal fue la gota que rebalsó el vaso. Pero el abuso reveló el uso y la chispa encendió el polvorín, reclamando transformaciones de fondo.
La componente generacional
Afectados particularmente por este panorama de desigualdad y falta de futuro, son las y los casi 160 millones de jóvenes que habitan la región. En el marco de una crisis sistémica de empleos formales, una marea juvenil inunda las calles con trabajos precarizados para conseguir sustento.
Más allá de esta amenaza existencial básica, los menores de 30 -nacidos todos en la era del capitalismo globalizado- sienten la aguda contradicción de percibir el mundo al alcance de su mano y a la vez, de estar enclaustrados en situaciones opresivas y no poder escapar a ningún lado. No creen en las salidas “razonables” tradicionales que les ofrece un mundo adulto cada vez más irracional y buscan alternativas, en pequeña y gran escala.
Los jóvenes son además las víctimas predilectas de la discriminación y la violencia institucional. Basta ser joven para ser sospechoso, hecho agravado y mortalmente peligroso si la piel es oscura y se habita en un barrio periférico.
De allí que no sea ninguna sorpresa que ellos sean quienes activan las primeras filas de la gran rebelión, haciéndole frente a lo único que el sistema decadente puede ofrecerles, una salvaje y brutal represión.
El alzamiento antipatriarcal
En este tiempo de movilización general, es muy relevante el accionar de las mujeres, en particular, de las más jóvenes. Y no es para menos. En todos los segmentos de la vida social, siguen siendo – aunque por poco tiempo más – las más relegadas, discriminadas y violentadas.
Perviven aún en Latinoamérica las lacerantes marcas de la imposición del credo de una iglesia colonial, persiste todavía la cosificación de la mujer como simple reproductora y su explotación como productora de cuidados, subsisten todavía arcaicas y múltiples violencias como la penalización del aborto, el feminicidio, el embarazo a edad infantil y adolescente, entre otras tantas.
Sin embargo, en el agotamiento general del sistema, en su falta de respuestas, las mujeres han encontrado también una grieta para asumir de manera definitiva la contienda antipatriarcal. La progresiva y a la vez veloz conquista de espacios marca una línea histórica sin regreso: las revoluciones serán feministas, igualitarias, ya sin trazo alguno de discriminación de género, o no serán.
La crisis sistémica
Mediante el avance de las telecomunicaciones, la humanidad se ha constituido en una civilización planetaria única. La “aldea global”, al decir del sociólogo canadiense Marshall Mc Luhan, es ya una realidad palpable. En un sistema plenamente conectado, pequeñas variaciones pueden ocasionar importantes modificaciones, tal como sugirió el metereólogo Edward Lorenz, quien aludió a los efectos distantes del “vuelo de una mariposa” en sus explicaciones sobre el comportamiento caótico de sistemas inestables.
Por su parte, el humanista argentino Silo (seudónimo literario de Mario Luis Rodríguez Cobos), señala en sus Cartas a mis amigos: “en un sistema cerrado no puede esperarse otra cosa que la mecánica del desorden general. La paradoja de sistema nos informa que al pretender ordenar el desorden creciente se habrá de acelerar el desorden. No hay otra salida que revolucionar el sistema, abriéndolo a la diversidad de las necesidades y aspiraciones humanas.”
Así las cosas, el mundo comienza a ser comprendido como un todo. Los pueblos buscan producir sus propios efectos demostración locales desde sus necesidades urgentes, pero intuyendo que el impacto obtenido irá más allá, influyendo positivamente en el devenir histórico general.
Las actuales rebeliones latinoamericanas, emparentadas con las de otros lugares del mundo se encuadran en esta búsqueda de nuevos y múltiples modelos para la humanidad en su conjunto.
La rebelión mítica
Bajo la orografía social contingente emerge un potente sustrato cultural que busca expresarse. Antiguos mitos, que una y otra vez animaron la lucha contra la vejación colectiva, atizan hoy el fuego interno de los pueblos.
Aún bajo el avatar de una demografía mestizada y encorsetada en matrices eurocéntricas, la memoria histórica pugna por desplazar quinientos años de régimen colonial, doscientos de un republicanismo importado y excluyente y más de una centuria de imperialismo supremacista.
La raíz indoamericana y afrodescendiente que la avidez y la crueldad pretendieron sepultar, brota hoy con energía indomable reclamando la justicia negada, libertad, reconocimiento, reparación y autodeterminación efectiva para elegir su propio destino. Exige, sobre todo, el necesario espacio para tomar su lugar en el entretejido multicultural mundial que ya comienza a perfilarse.
Retiemblan en la actual rebelión los fundamentos violentos de fronteras ficticias y estamentos impuestos, para abrir paso a un nuevo diálogo intercultural encaminado al sueño de una futura Nación humana universal.
El fin de la incertidumbre
Ya es posible abandonar el tiempo de la incertidumbre. El futuro, aunque en sus trazos más elementales, deja ver ya algunos de sus más prominentes contornos.
La firme instalación de nuevos valores fundantes comienza a producirse en la conciencia de amplios sectores sociales.
La democracia participativa en reemplazo de una viciada representatividad, la paridad entre los géneros, la necesidad de una renta básica universal que garantice la existencia junto a una nueva y justa redistribución del producido social;
La plurinacionalidad en sustitución del supremacismo y el racismo, el cuidado del hogar común por sobre el absurdo del consumismo desmedido, la libertad de elección y la diversidad en vez del rígido monolitismo, la descentralización y la disolución de los monopolios forman parte de este nuevo sentido común.
La utilización de la ciencia y la técnica para exclusivo beneficio de toda la humanidad sin restricción alguna, el desarme nuclear, la irrestricta vigencia de los derechos humanos, el respeto a la autodeterminación de los pueblos, la solidaridad y cooperación como principio rector de las relaciones entre las naciones, el repudio a la violencia y la discriminación como máxima de vida, son algunos de los principales componentes de este nuevo contrato moral humanista en ciernes.
Contrato que pondrá a la especie en un nuevo ciclo de crecimiento evolutivo. Ajustar la acción transformadora a esa sensibilidad en marcha es la tarea.