Hacia una cultura de la no violencia
El mundo está enfermo de violencia. No parece que haya nadie, como afirmó Silo, fundador del Nuevo Humanismo en su primera intervención pública en 1969, que pueda detener “este afán de violencia enloquecida”.
Publicado originalmente en Diario16
Cuando hablamos de violencia, no nos referimos únicamente al hecho armado de la guerra, aunque la posibilidad de un conflicto nuclear vuelva a ocupar portadas por la escalada de amenazas entre Estados Unidos y Corea del Norte. Todos podemos sentir esa violencia cotidiana que se expresa en millones de personas excluídas y obligadas a vivir en la pobreza, en los ataques contra las mujeres, en la discriminación por motivos religiosos o étnicos, en la presión psicológica que se ejerce diariamente desde los ámbitos laborales o en la persecución a que son sometidos todos aquellos que no actúan siguiendo los preceptos marcados por los “guardianes de la moral”.
La violencia es la expresión de un sistema enfermo que coloca otros valores por encima del ser humano. Sistema que deberá ser superado si queremos dar un necesario salto evolutivo en nuestra especie. En esta atmósfera envenenada de crueldad, las relaciones personales se vuelven más crueles y el trato que nos damos a nosotros mismos es también más cruel. Somos violentos cuando vemos en el otro un para mí, que sirve a mis intereses o que utilizamos para descargar nuestras tensiones o frustraciones; y comenzamos a practicar la no violencia cuando reconocemos lo humano en el otro. Cuando vemos un ser con nuestros mismos miedos, esperanzas y contradicciones, pero capaz de superarlos para construir juntos.
En demasiadas ocasiones a quienes defienden esta práctica de la no violencia se le tacha de utopista, de soñador, de idealista. “Sea usted sensato” le dicen. Se le obvia o se le aísla. Se intentan derrumbar sus argumentos con datos, con la terca realidad, con lo “posibilitario”, y -en un gesto de desdeñosa clemencia- se le invita a sumarse al equipo de la resignación. A convertirse en palmero de lo que “puede ser” y olvidar lo que “tendría que ser”. Olvidan que lo “razonable” es mezquino.
El 15 de junio de 2007 la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el 2 de octubre (fecha del nacimiento del Mahatma Gandhi) como Día Internacional de la No Violencia. Una fecha que suele pasar despercibida para la mayoría (no hay mucho medio de comunicación entusiasta con esto de la no violencia), pero que debe ser celebrada e impulsada como un día reivindicativo. Porque hay que seguir exigiendo iguales derechos e iguales oportunidades para todos, reparto de la riqueza, no discriminación, convergencia en la diversidad, desaparición de las fronteras, respeto a la dignidad humana, salud y educación públicas, gratuitas y de calidad para todos, vivienda digna, cuidado del medio ambiente… Y para eso hay que olvidar lo “razonable” para ubicarnos en una dimensión moral. No puede haber nada por encima del ser humano ni ningún ser humano por encima de otro. Cualquier forma de gobierno, de organización social o económica que deje a un lado estas aspiraciones no puede considerarse verdaderamente humanista.
Este cambio hacia una necesaria cultura de la no violencia se producirá cuando la gente comience a entender que el individualismo es el gran cómplice de este sistema. Cuando los anhelos, las aspiraciones, los problemas y las preocupaciones de mi vecino sean también las mías. Cuando pueda mirarle a los ojos y comprenderle en profundidad. Para ello se requiere una elección existencial alejada de todo pragmatismo, y una búsqueda espiritual que permita conectar con lo mejor de uno y del otro. El cambio tiene que ser cálido y sincero.Y para eso hay que construir cada día, con acciones válidas y sentidas, en los barrios, en los centros de trabajo, en las escuelas… Sentir que el dolor y la alegría del otro son los míos. Que no habrá progreso si no es de todos y para todos.