Mi barrio, ¿mi comunidad?
A simple vista la respuesta a mi pregunta es un rotundo sí, pero rascando un poquito podemos ver con facilidad cómo los prejuicios y estereotipos hacen que nos alejemos de ser una comunidad para ser simplemente personas empadronadas en un barrio.
Y es que el concepto de barrio hace referencia principalmente al espacio físico o geográfico que se habita, mientras que cuando hablamos de comunidad debemos tomar en cuenta que implica sentimientos, percepciones, relación y vida en común. Cuando hablamos de comunidad también nos referimos vivencias compartidas, a la construcción de recuerdos… a un sentido de pertenencia.
Debe existir una relación de influencia mutua entre los que somos sus miembros, personas con las que construiremos lazos afectivos. Llegar a ser parte de una comunidad puede parecer una utopía ya que todas las transformaciones y cambios físicos, sociales o de cualquier otro tipo que se dan en el espacio en el que vivimos inciden radicalmente en cómo nos relacionamos con el otro y en nuestro sentido de comunidad y de pertenencia.
Compartiré con ustedes mi forma reduccionista de analizar la situación para poder entenderla e intentar revertirla. Desde mi punto de vista diría que en los barrios de A Coruña convergen dos comunidades: los de aquí, los de toda la vida y que en ocasiones desde la morriña hacen referencia a que el barrio ya no es lo que era. Por otro lado, está esa otra comunidad “los de fuera”, personas que a las que no se les reconocen muchos de sus derechos, incluso los más básicos al tiempo que se les exige cumplir con sus deberes con la excusa de que no se quieren integrar.
En nuestros barrios estos dos grupos se ven obligados a compartir espacio físico, pero cada uno desde su trinchera lo que limita su sentido de pertenencia. Ambas comunidades se miran con recelo, desconfían una de la otra y se niegan la posibilidad de crear lazos afectivos, en definitiva, se niegan la oportunidad de hacer vida de barrio.
Las familias autóctonas tienen miedo a los nuevos vecinos y sus costumbres, su forma de relacionarse, de organizarse y estos miedos injustificados se traducen en comportamientos discriminatorios. Las familias migradas sienten el rechazo, muchas veces inconsciente, de sus vecinos. En algunos casos algunas de estas personas intentan pasar todo lo desapercibidas que sea posible para evitar ser una presencia molesta.
De aquí que la gran diversidad cultural y étnico racial de nuestros barrios solo se aprecia en aquellos espacios en los que estamos obligados a coincidir, pero que en contadas ocasiones tenemos la oportunidad de hacerlo en condiciones de igualdad. Esos lugares a los que hago referencia podrían ser por ejemplo las puertas de los colegios, los servicios sociales, los centros de salud y dos veces al año en las rebajas.
Y mientras tanto nuestro barrio se queda sin vida, sin luces. Nadie lo quiere, nadie lo cuida, ambos grupos desconfían de sus calles, sus plazas y parques porque no se sienten parte ya que de alguna manera nos hicieron creer que no somos del mismo bando, que el otro es el enemigo… recuerdo siempre con cariño una frase que escuchaba de pequeña “los vecinos son más que familia”
Me pregunto si es posible erradicar esas trincheras, sentir ganas de conocernos un poquito y darnos la oportunidad de que nuestro barrio sea una gran comunidad de vecinos. ¡Un día!