Conflicto de Ucrania
¿Ajedrez o parchís?
Pressenza | - Moscú, Rusia - Redacción Barcelona | Por Rafael Poch de Feliu
Un ejemplo, el Presidente Biden, el 20 de enero. Con su prestigio en horas bajas, la posibilidad de que su presidencia sea un “paréntesis entre dos Trumps”, a un año de aquellos insólitos sucesos del 6 de enero de 2021 en el Capitolio que tanto se parecieron a una intentona golpista y con la derrota, la víspera en el Senado, de su reforma electoral que tan malos augurios sugiere para las elecciones midterm de noviembre, comparecía ese día, el jueves pasado, ante la prensa. Y lo dijo: “espero que Putin sea consciente de que se encuentra no muy lejos de una guerra nuclear”. “Putin quiere probar a Occidente y pagará por ello un precio que le hará arrepentirse de lo que ha hecho”.
EL GRAN JUEGO
En Moscú, en el programa Bolshaya Igrá (El gran juego) del primer canal de televisión, su presentador, Viacheslav Tíjonov, nieto de Mólotov, el ministro de exteriores de Stalin, comenta el asunto diciendo: “es la primera vez en sesenta años que un presidente amenaza con una guerra nuclear”. Se refiere, claro está, a la URSS y al 1962 cubano. “En 1962 el arsenal nuclear de Estados Unidos era diecisiete veces mayor que el soviético, ahora tenemos paridad”, observa con jactancia. A su lado está el General Vladímir Shamanov, famoso por un par de sonadas matanzas en Chechenia. ¿Qué va a hacer militarmente Moscú?, se le pregunta. “La experiencia adquirida en Siria y otros lugares, y la tecnología que dispone, permite a Rusia realizar acciones militares múltiples sin meter en Ucrania ningún tanque, utilizando recursos de las fuerzas aéreas y espaciales que resuelvan la situación en profundidad”, dice. Una clara sugerencia de esos “golpes quirúrgicos” con misiles de precisión que los americanos practican con tanta frecuencia. “Vamos a actuar como los americanos”, anunció Putin no hace mucho.
En medio de toda esta insensatez nuclear, el puñetazo en la mesa de los rusos ha tenido ya alguna consecuencia. Biden ha dicho que está abierto a negociar el no despliegue de armas estratégicas en Ucrania y que la pertenencia de Ucrania a la OTAN no está en la orden del día. Eso quiere decir que quienes se retiraron unilateralmente del acuerdo antimisiles ABM de 1972 (en 2002), del relativo a las fuerzas nucleares tácticas INF de 1987 (en 2019), del “Open Sky” de 1992 sobre vuelos de observación en territorio del otro (en 2020), y del que regulaba las fuerzas militares convencionales en Europa, firmado en 1990, actualizado en 1999 y ratificado en 2004 por Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán, pero no por los países de la OTAN (entre 2004 y 2015), pues bien el jefe de esos ahora lanza alguna señal de diálogo, por débil que sea: esta semana habrá una respuesta por escrito al documento sobre “garantías de seguridad” de los rusos, exigido con puñetazo en la mesa precisamente porque su posición ha sido ignorada durante treinta años y precisamente ahora, porque perciben mucha inestabilidad en Occidente y creen que es un momento propicio para ser escuchados.
Hay espacio para la negociación, pero la “flexibilidad” es complicada en momentos de inestabilidad y de dilemas estratégicos. Y en el centro de esos dilemas, el siguiente: ¿qué hacer cuando el adversario real es China, pero entenderse con Rusia significa abrir la puerta de la soberanía a los vasallos europeos? Lo ideal sería mantener a los europeos del Este (Polonia, bálticos y otros) a cargo de la tensión con Rusia, mientras se embarca a los europeos del Oeste en la cruzada contra China, pero lo segundo no es fácil, porque resulta que China es el principal socio comercial de la UE…
SANCIONES Y RESPUESTAS XXL
En Europa Occidental, la clave es Alemania. Estados Unidos amenaza a Rusia con unas sanciones XXL, nunca vistas, demoledoras para Rusia y su economía: excluir a Rusia del sistema global de pagos SWIFT, cortar el gaseoducto “Nord Stream 2”, recién concluido, etc., etc. Putin responde diciendo que eso significaría la “completa ruptura de relaciones” con Estados Unidos. Desde Alemania, el presidente electo de la CDU, Friedrich Merz, dice que excluir a Rusia del SWIFT será, “una bomba nuclear para el mercado de capitales y también para las relaciones comerciales y los servicios”. Por ejemplo, no se podrá pagar por el gas, y por tanto no habrá suministro. En tal caso hay que esperar fuertes aumentos del precio del gas, dice Alexander Libman profesor de relaciones con Rusia y Europa del Este de la Universidad Libre de Berlín (FU). Los bancos occidentales tienen 56.000 millones de dólares en empresas rusas. Las empresas europeas tienen 310.000 millones de euros colocados en empresas rusas, estima The Economist. Esos millones se convertirían, automáticamente, en objeto de la respuesta rusa a las sanciones. Una venganza XXL. Además, eso aceleraría procesos ya en marcha, en Rusia y en China, para emanciparse del sistema americano de pagos financieros convertido en arma política. Los rusos ensayan su propio sistema (SPFS, se llama). El sistema de los chinos, mucho mejor dotado (se llama CIPS), ya conoce un volumen de alrededor una octava parte del que circula por el sistema SWIFT.
Alemania ha vetado la entrega de armas de la antigua RDA (Alemania del Este) a Ucrania que pretendían algunas repúblicas bálticas. Los vuelos militares británicos que estos días están llevando armas a Ucrania eluden sobrevolar territorio alemán. Entre un montón de despropósitos se escuchan en el país algunas voces sensatas, no de “periodistas” y “expertos” sino de militares: “Los medios de comunicación están echando leña al fuego de un conflicto, tengo la impresión de que nadie se da cuenta de lo que una guerra significa en realidad”, dice el General Harald Kujat, ex inspector general del Bundeswehr. “No puede ser que solo hablemos de guerra en lugar de cómo impedir una guerra”. Pero, ¿y Rusia?
Rusia (3% del gasto militar global) está jugando a la ruleta rusa con la crisis de una OTAN en estado de “muerte cerebral” (Macron dixit), arriesgándose a que su jugada logre reanimar al enfermo. Es un país, no solo un estado, ni un régimen, sino también una sociedad, repleto de complejos, contradicciones y reflejos de imperio venido a menos. Necesita volver a ser temida y respetada, y necesita que se tengan en cuenta sus prioridades de seguridad en su entorno más inmediato. Esa es la diferencia con sus adversarios (56% del gasto militar global) que juegan bien lejos de su casa. No es el peor malo de la película. Como dice Oskar Lafontaine, “en el mundo hay muchas bandas de asesinos pero si contamos los muertos que causan, la cuadrilla criminal de Washington es la peor”.
A Rusia hay que dejarla tranquila. Cuanto más tranquila se la deje, antes se derretirá su autocracia. Una generación, treinta años, en estado de sosiego, sin sobresaltos ni amenazas militares, cambiaría por completo su fisonomía política y su psique imperial colectiva para mucho mejor. Con un estatuto de neutralidad para Ucrania, Georgia y otros países de su entorno, la soberanía de esos países no peligraría, si mediara un pacto, claro y escrito, como el que Moscú está pidiendo ahora. De paso Europa podría librarse de las armas nucleares. La “finlandización” no convirtió a Finlandia en un vasallo de la URSS en una época en la que Moscú y el Kremlin eran mucho más poderosos que hoy. Por todas sus características internas (sociales, religiosas, culturales), el mejor estatus para Ucrania es el de colchón intermedio entre Rusia y la UE, precisamente lo que ésta destruyó en 2014 de la mano de Estados Unidos y de la histeria de los polacos, aprovechando la oportunidad de un genuino movimiento popular que en su apuesta geopolítica no representaba, ni de lejos, al conjunto del país.
En la actual situación, Moscú tiene a su favor los precios del petróleo, su principal ingreso, que están al alza y seguirán estándolo parece que por bastante tiempo. Cuenta con unas reservas en divisas de más de 600.000 millones de dólares, la cuarta mayor del mundo. Todo eso jugaría claramente a su favor… si no fuera por la debilidad de su régimen.
Rusia es menos que una democracia de baja intensidad como las establecidas en Occidente (“baja intensidad”, por la contradicción esencial entre capitalismo y democracia). Su régimen es una coalición burocrático-oligárquica ni siquiera capaz de someterse a unas elecciones creíbles, algo que con todos los defectos sí ha sucedido en Ucrania en diversas ocasiones. A diferencia de China, donde el poder político manda sobre la economía de forma incontestable, controla las finanzas y la integración del país en la globalización, Rusia es extremadamente vulnerable. Esa fue la trampa en la que su elite se metió en los años noventa a cambio de llenarse los bolsillos mediante el saqueo del país. Sus oligarcas, que tienen intereses en Occidente y fortunas en paraísos fiscales, perderán mucho dinero con el actual desafío. Ellos están vinculados a Occidente vía el “internacionalismo de los ricos” y eso incrementa las posibilidades de un cisma en el interior de su poder. En esta jugada insensata, todo el mundo está expuesto, pero Rusia, la que más.
MAS ALLÁ DE UCRANIA
Por doquier se escuchan interpretaciones “inteligentes” sobre la habilidad de Putin, e incluso sobre el motivo de fondo del envío de la fragata española Blas de Lezo (¡Ay, si levantara la cabeza el heroico mutilado de Cartagena de Indias!), “¡Ajá, es por Marruecos!”, se dice para justificar el vasallaje. Mostrar buena aplicación servil ante el Gran Padre de Washington para que cuando Rabat amenace Ceuta y Melilla, Estados Unidos no se ponga de su parte. Pero, señores, esto no es una inteligente jugada de ajedrez: es una vulgar y cutre partida de parchís entre truhanes de la más baja categoría, con el riesgo de que alguno de ellos le de una patada al tablero y desenfunde el colt nuclear, de forma consciente, por accidente o para no perder la cara. Al carajo Washington, Moscú, Filadelfia, Krasnoyarsk, y, por supuesto, “Ceuta y Melilla” y el “gobierno de coalición” y el “procés”: todos “incinerados e incineradas” y resuelto el problema del calentamiento global.
No se trata de Ucrania, sino del mundo, del orden mundial: de la reacción occidental a la emergencia de nuevas potencias que antes no contaban para nada en el mundo. La tensión con Rusia es una mera bisagra de esa puerta. Pero una bisagra nuclear, lo que convierte el actual juego en una completa insensatez.