Coruña en el recuerdo
Castillo de San Antón: testigo mudo de la historia herculina
Si los lugares hablasen, uno de los enclaves más charlatanes de la ciudad de A Coruña sería el Castillo de San Antón.
Contaría polvorientas historias sobre enfermos y dolor, sobre batallas y valientes, sobre presos e injusticia… Y nadie sabe cuántas cosas más. Las estampas históricas que el fuerte ha contemplado o contenido, desde su pedregoso silencio, son incontables y explican mucho acerca de nuestro pasado.
Pena Grande era el nombre del islote en el que en la Edad Media se construyó una ermita a San Antón. Situada en la entrada del puerto de A Coruña, los barcos que llegaban dejaban atrás sus estrechas costas. Los más desafortunados tripulantes terminarían allí poco después. Para aquel entonces el peñón era el refugio para los navegantes que sufrían la enfermedad conocida como Fuego de San Antón. Esta enfermedad, cuyo nombre científico es Ergotismo, es provocada por toxinas presentes en ciertos alimentos, sobre todo en el centeno. Los marineros enfermaban por la ingesta de los alimentos envenenados y la necrosis hacía su aparición, terminando en gangrena en los más de los casos. La isla tuvo que acoger el dolor más absoluto de los pacientes que en muy raros casos sobrevivían y cuando lo hacían, eran terriblemente mutilados.
Un poco más tarde, el destino de Pena Grande no fue más halagüeño. El islote se convirtió en lazareto y sirvió como lugar donde tratar a los enfermos de lepra que se mantenían alejados de la población. Una enfermedad común en la época y que causó numerosos estragos y dramas humanos sin parangón. En aquel peñón permanecía el dolor y el ostracismo, haciendo de él un lugar de mal agüero.
El Monarca Carlos I cambió el rumbo de la historia del peñón cuando concedió a A Coruña la Casa de Contratación de Especias. Aquello significaba un regalo en cuanto a negocio, pero también un peligro porque los piratas sedientos de su botín habían señalado a A Coruña en sus cartas de navegación. El Monarca, percibiendo la falta de estructuras defensivas en la ciudad que sería cuna de un negocio importantísimo para el reino, ordenó la construcción de tres baluartes defensivos. Uno de ellos sería el futuro Castillo de San Antón.
Los vecinos sacudieron los bolsillos y en 1538 comenzó su construcción. Algunos documentos cuentan que en ella se utilizaron restos de la escalera externa de la, ya para entonces en ruinas, antigua Torre de Hércules. Por si a San Antón no le llegasen sus historias propias, otro detalle más legendario todavía.
El encargado de diseñar el Castillo fue el alférez e ingeniero Pedro Rodríguez Muñiz que estaba en Galicia a las órdenes del Capitán General Marqués de Cerralbo.
Rodríguez Muñiz, que también era profesor de la Real Academia de Matemáticas, estaba al tanto de las novedades en cuanto a la construcción militar de los puestos defensivos. Una nueva manera de proyectar las fortalezas que había comenzado en Italia, se aplicaría en la bahía coruñesa. Al estilo del italiano Castillo de San Telmo, El fuerte de San Antón se proyectó como un modelo renacentista adaptado a la isla. Tiene una estructura alargada que aprovecha en su favor la forma del promontorio. La entrada se encuentra en el frente orientado hacia el puerto, formado por dos semi baluartes que la protegen.
Ya en el interior se construyó el patio de armas flanqueado por cortinas abovedadas laterales y la plataforma con forma de estrella como enclave de la artillería. Hay quienes han dicho que el conjunto final tiene una curiosa forma de barco, pez y castillo. El cuartel de su interior consistía en una edificación de dos plantas que tenía como curiosidad una gran cisterna abovedada. El aljibe subterráneo permitía almacenar agua de lluvia para que la guarnición siempre contara con ese recurso en caso de asedio. Al tratarse de una isla, las comunicaciones en tiempo de guerra podían ser complejas.
En la época era común que los enclaves militares como aquel contasen con su propia capilla, donde las guarniciones pudiesen recibir misa antes de la batalla. San Antón no era menos y contenía en su interior su propio templo sagrado. Este, sería el primer testigo de una anécdota histórica de talla mayor antes incluso de que las obras generales del castillo hubiesen terminado. Allí, los integrantes de la famosa armada invencible, rezaron antes de su partida hacia las islas británicas.
En 1589, con los muros todavía inacabados, San Antón tuvo que demostrar por primera vez su eficacia. La armada inglesa, al mando de Sir Drake, respondió a la visita española y atacó con brutalidad a A Coruña. Dos compañías de soldados y algunos cañones protegieron la parte sur de la ciudad con éxito.
Las obras finalizaron en 1590 con alegría por parte de los que tenían un ojo preocupado puesto en el negocio que protegía A Coruña. El fuerte de San Antón demostró su eficacia repeliendo algunas intentonas, pero apenas dos siglos más tarde aparecerán los problemas que culminaron con su readaptación.
En el siglo XVIII los barcos de guerra habían cambiado su forma sustancialmente. Los buques modernos eran mucho más altos que los antiguos, tanto que sobrepasaba la altura de los muros de la fortaleza de la bahía coruñesa. Un detalle nada despreciable, que dejaba indefensas las plataformas del castillo y lo volvía un tanto obsoleto.
Las obras dieron comienzo en 1777 y durarían hasta los años finales del siglo. En las manos del ingeniero López Sopeña, la transformación del castillo pasaría por la necesaria ampliación de los muros exteriores, pero también por un nuevo cuartel. Este ingeniero militar fue el que diseñó el palacete de estilo neoclásico que se encuentra en el interior del fuerte y que se conoce como la Casa del Gobernador. Tiene dos plantas, la inferior destinada a los soldados y la superior a dos viviendas y la capilla. Años después, aquí vivieron personajes tan ilustres para la historia coruñesa como Juana de Vega.
Estos cambios en la fortaleza también incluyeron su unión definitiva con la ciudad. Se construyó, entonces, la plataforma que comunica el islote con la costa herculina. Anteriormente, el desplazamiento hasta el castillo debía hacerse por mar, amarrando los barcos en el conocido como Puerto das Ánimas.
El siglo XVIII trajo otros cambios para San Antón, además de las reformas, a partir de entonces serviría también como prisión. Por sus celdas pasarían presos tan conocidos como Alejandro Malaspina, un noble y marinero italiano a las órdenes de España que protagonizó una especial vuelta al mundo: la expedición Malaspina. El italiano, a la vuelta de su último y peculiar viaje, presentó un informe en el que declaraba la pertinencia de conceder más autonomía a las colonias españolas. Malaspina apostaba por una confederación de estados y criticaba duramente las instituciones españolas en el extranjero. Anteriormente había salido airoso de una acusación de herejía de La Inquisición. Sin embargo, no pudo librarse de la condena por conspirar contra Manuel Godoy.
Otro preso que pasó por San Antón y que recuerda la historia de España fue Macanaz, este pensador, escritor y político español que llegó a ser fiscal del Consejo de Castilla de Felipe V, cayó en desgracia por una acusación de La Inquisición. No obstante, una curiosidad acerca del caso fue que el propio Macanaz terminó sus días completamente convencido del valor de los juicios de esta institución religiosa.
San Antón fue prisión durante siglos hasta que en 1960 se cedió como propiedad al ayuntamiento de A Coruña. Incluso los represaliados del franquismo tuvieron la desgracia de conocer cómo se dormía en sus celdas.
Los años felices para Pena Grande y su castillo comienzan en 1968, cuando se inaugura el Museo Arqueológico de A Coruña. En este podemos disfrutar de piezas de diversos periodos de la prehistoria e historia antigua de Galicia. La mayoría de ellos proceden de excavaciones arqueológicas realizadas en la provincia. También, podemos contemplar recuerdos de algunos hitos históricos de la urbe herculina. Además el castillo fue declarado monumento histórico artístico en 1949 y en 1994 bien de interés cultural.
El Castillo de San Antón nos sucederá a todos nosotros y continuará almacenando pequeñas y grandes historias de A Coruña y los coruñeses. Hoy todos los vecinos tenemos la oportunidad de pasear por sus corredores y rodearnos del espíritu solemne que transmiten sus piedras.