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Córdoba: La ciudad del último Omeya

Imagina el vapor que llena el ambiente. Enero de 1024. Estamos en los baños árabes de Córdoba, una ciudad que todavía respira el esplendor del califato.
Córdoba: La ciudad del último Omeya
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Detalle de la sala templada en los baños de Córdoba. Foto: Ariana F.Palomo

Un año extraño, casi espectral. Las luces que una vez iluminaron el poder de los Omeyas están por apagarse. En una sala sombría, donde los mosaicos resplandecen bajo la humedad y el calor sofocante, Abd al-Rahmán V, el último de los Omeyas, es degollado. Es un momento trágico y definitivo. 

Hace exactamente mil años, una dinastía que sobrevivió a la masacre en Damasco —una matanza digna de lo que hoy podríamos llamar una “cena roja”— finalmente perece, cerrando un capítulo de la historia islámica en Al-Ándalus.

Los Omeyas, esta estirpe legendaria, habían logrado escapar hacia Occidente, fundando ciudades como Madrid, entonces conocida como Margerit, un asentamiento próspero gracias a sus aguas subterráneas. Otros se habían instalado en Toledo, antigua Toletum, expandiendo el dominio musulmán en la Península. Sin embargo, el filo de la espada siempre encuentra a quienes portan la corona, y Córdoba, que había sido un centro de poder y cultura, ahora se hundía en las sombras de la decadencia y la traición. 

Y es que nuestra aventura por Córdoba tomó un giro inesperado cuando conocimos a Antonio Magdaleno, un trabajador de los baños árabes. Con una habilidad narrativa digna de un literato y un profundo conocimiento de historiador, Antonio nos transportó a la vida del califato de Córdoba y la fascinante historia de los Omeyas. Su relato fue tan envolvente que, al terminar, nos invitó a compartir una cerveza Alhambra en un local cercano a la botica de G. Ruiz, poniendo el broche perfecto a un día repleto de historia y sabores.

 

Un viaje literario a La Docta

Mil años después, Córdoba sigue conservando su espíritu, aunque en otros registros. Jacinto y yo llegamos a la ciudad para presentar su novela Cicatrices en la Selva. La ocasión era especial: el 25 de septiembre, en el auditorio de Cajasol, justo al lado de El Corte Inglés, con un público de más de 75 personas, la mayoría profesionales del mundo de la medicina. La novela de Jacinto toca temas profundos, habla de cicatrices físicas y emocionales, y los asistentes parecían entender perfectamente esos ecos de heridas, tanto en el cuerpo como en el alma.

Córdoba, como siempre, nos recibió con su habitual mezcla de historia y modernidad. Pasear por sus calles es sentirse en dos mundos, a la vez. Las piedras bajo nuestros pies cuentan historias de hace siglos, y, sin embargo, hay algo atemporal en el aire que sigue atrayendo a escritores, artistas, y viajeros. A Jacinto y a mí nos cautivó la quietud que se respira en ciertos rincones de la ciudad, estuvimos alojados en un apartamento de la calle Pozancos, Los Patios de San Agustín, en pleno casco histórico, como si pudiéramos sentir ese mismo vapor de los baños árabes mil años atrás, las mismas sombras de traición que envolvían a los Omeyas, persiguiendo aún a los que se atrevieron a soñar con el poder.

La presentación fue todo un éxito. Juan Roldán,  médico que ejerció la otorrinolaringología en la ciudad de las campanas, y que, ya jubilado, convocó con eficacia a una legión de familiares, ex pacientes y amigos, hizo un documentado recorrido por la figura del doctor, Jorge Fernández en la ficción, Pablo Fernández Cartagena en la realidad, mientras Jacinto Ruiz, con su estilo apasionado y persuasivo, atrapó a público, entregado desde el primer minuto. Ambos hablaron de sus personajes, sus luchas internas y externas, y conectó esos temas con la realidad actual. Mientras lo escuchaba hablar en ese auditorio, pensé en cómo la historia de Córdoba, una ciudad con cicatrices visibles e invisibles, también era una gran novela, una jungla de intrigas y traiciones, pero también de resiliencia y renacimiento.

El día antes de la presentación, nos perdimos por las calles, explorando los patios llenos de flores, el aroma de azahar en el aire, y, por supuesto, la monumental Mezquita-Catedral. Fue como si las historias del pasado y del presente se entrelazaran en cada paso que dábamos.

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Detalle de los apartamentos San Agustín. Foto: Ariana F.Palomo

Somos conscientes, durante nuestra visita a la ciudad, que los ecos de su pasado resuenan aún. Continuamos nuestra travesía con el “Free Tour Monumental de Córdoba”, organizado por “Córdoba a pie”. Acompañados por un guía local, Guillermo, recorrimos los rincones más históricos, comenzando en la Plaza de las Tendillas y pasando por monumentos como la estatua del Gran Capitán y el Alcázar cristiano. 

A través del recorrido, experimentamos la unión entre lo antiguo y lo contemporáneo, un contraste que define a Córdoba.

Detalle de los apartamentos San Agustín. Foto: Ariana F.Palomo
Detalle de los apartamentos San Agustín. Foto: Ariana F.Palomo

La ciudad honra a sus personajes más ilustres en cada esquina con estatuas, como las de Séneca y Averroes, dos filósofos que dejaron una huella profunda en la cultura de su tiempo. Frente a la Puerta de Almodóvar, la escultura de Séneca evoca su papel estoico, mientras que en la calle Cairuán, Averroes sostiene un libro, símbolo de su legado filosóf

Córdoba, 2024: Un viaje literario con la historia como testigo

Antes de la presentación de Cicatrices en la Selva, Jacinto Ruiz y yo tuvimos una comida en el encantador patio-jardín del Centro de Amigos (Casino). Allí,el arte parecía respirar entre sus paredes. Subimos por la escalinata principal, decorada con los primeros cuadros en gran formato de Julio Romero de Torres, quien creció bajo la tutela de su padre, director de la escuela de Bellas Artes de Córdoba.

Nuestra anfitriona, Elisina, nos reveló que en los años treinta, en uno de los elegantes salones del centro, se firmó el primer Estatuto de Autonomía de Andalucía. Este espacio no solo celebra el arte, sino también los momentos clave que definieron el futuro de la región. 

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El escritor J. Ruiz en la Mezquita-catedral de Córdoba

Con el peso de la historia sobre nosotros, nos preparamos para la presentación de la novela. El ambiente de Córdoba, impregnado de su legado cultural, proporcionó el contexto perfecto para hablar de historias, tanto personales como colectivas, en un lugar que ha sido testigo de tantas batallas, políticas y artísticas.

Detalle de los primeros cuadros pintados pr Julio Romero de Torres en el Centro de Amigos. Foto: Ariana F.Palomo
Detalle de los primeros cuadros pintados pr Julio Romero de Torres en el Centro de Amigos. Foto: Ariana F.Palomo
 

Imprescindibles de la gastronomía cordobesa: el rabo de toro el salmorejo y mucho más.

Nuestra experiencia gastronómica en Córdoba fue igualmente memorable. La primera comida, en la Posada del Sitio Andaluz, en la calle de los floridos patios cordobeses, disfrutamos de delicias locales como mazamorra, una crema fría similar al salmorejo, pero más antigua, elaborada con almendras, revuelto de morcilla y  berenjena frita con miel de caña, un placer dulce-salado inigualable. Al día siguiente, en el Casino, saboreamos un exquisito rabo de toro, un plato que considero el rey de la gastronomía cordobesa, junto con el salmorejo, que nunca deja de sorprenderme por su sencillez y profundidad de sabor.

Córdoba ofrece un abanico culinario irresistible, por lo que, a pesar de su contundencia, tampoco puedes perderte el flamenquín, un rollo de jamón y lomo empanado, qu es un clásico cordobés.

Para acompañar, los vinos de Montilla-Moriles, con su variedad de finos y amontillados, son imprescindibles, y el rebujito, una mezcla de vino fino con refresco de limón, que es perfecto para las ferias y celebraciones. 

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 1.- Revuelto de Morcilla, 2.-Berenjena frita con miel, 3.-Mazamorra, 4.-Patio interior de la Posada Andaluza
 Foto: Ariana F.Palomo

Volvimos a casa con la sensación de haber vivido no sólo un viaje literario, sino también una travesía a través del tiempo. Mil años separan la degollación del último Omeya y la presentación de Cicatrices en la Selva, pero, en Córdoba, esa distancia parece disolverse en el aire.

 

 

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