ESPECIAL DÍA DE LAS PERSONAS MIGRANTES: TERCERA PARTE
Josué Gutiérrez: “Nos interceptaron con dos autos, salimos corriendo y nos tirotearon”
Josué tiene sólo 25 años y ya le ha tocado vivir esa clase de cosas que nadie debería experimentar: Discriminación, violencia, agresiones, amenazas y persecución. Llegó a España hace un par de años escapando de Honduras para salvar su vida. Pese a todo lo sufrido confía en que el mundo puede cambiarse y está comprometido a participar de ello.
Josué Gutiérrez Madrid nació en Tegucigalpa, capital de Honduras. Este país centroamericano ha destacado en la última década por ser uno de los más violentos de todo el mundo. La inestabilidad política, las altas cotas de corrupción institucional, la impunidad provocada por una justicia selectiva y los problemas derivados del narcotráfico son algunos de los motivos por los que se explica la precaria situación del Estado y de sus garantías. Diferentes organismos internacionales vienen denunciando la emergencia social que se vive en Honduras. Sin ir más lejos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en su informe del 2019, habla de una situación de exclusión, desigualdad y pobreza estructural que afecta a la mayor parte de la población y de manera más grave si cabe, a grupos de especial riesgo. La constante violación de derechos humanos, la ausencia de acceso pleno a la justicia y la inseguridad ciudadana son el pan de cada día para personas que, como Josué, viven o han vivido en Honduras.
Josué es el tercero de 4 hermanos. Su madre es abogada y su padre tiene un taller mecánico. Pese a vivir en un país con una gran inestabilidad y con altas tasas de pobreza, recuerda su infancia como una etapa feliz: “Mi familia tenía sustento. Llevábamos una vida sin lujos, pero cómoda”. Desde pequeño fue consciente de que era diferente a los demás niños, algo destacaba en él. Este hondureño tuvo la suerte de crecer en el seno de una familia que siempre le ha aceptado tal y como es. Sus problemas comenzaron un poco más tarde, cuando pasó a cursar el segundo ciclo educativo: “En Honduras desde muy pequeños a los niños se les inculca el machismo. Si te ven afeminado o diferente te dicen cosas como maricón, perra o cosas ofensivas. Cuando comencé la segunda etapa, como la secundaria, ahí fue cuando empecé con problemas. No me sentía bien. Tenía miedo a que me juzgaran, me insultaran o me agredieran. Fue muy difícil.”
Josué vivió desde el colegio el constante aguijonazo de la discriminación. Tenía miedo a expresarse, todavía hoy se pone nervioso mientras lo cuenta. Pese a todo este terror que habían instalado en su cabeza y a los múltiples problemas de autoestima causados por el rechazo continuo, Josué supo que no estaba solo, que había más en su misma situación y muchos que lo estaban pasando incluso peor: “En primero de bachillerato empecé a formarme con una ONG. Me formé, haciendo unos cursos, como defensor de derechos humanos y me especialicé en derechos LGTB. Al principio no podía involucrarme demasiado porque era menor y necesitaba el consentimiento de mis padres.” La familia del chico conocía perfectamente los riesgos que entrañaba ser activista en Honduras. Según datos de la Comisión Interamericana de Derechos humanos, al menos 65 defensores y defensoras habrían sido asesinados entre 2014 y 2018. La cifra de ataques a estas personas, sus familiares o sus organizaciones superaría los 1232 reportes entre 2016 y 2017. Estos ataques van desde las amenazas, hasta las agresiones, el acoso en domicilio y trabajo y toda clase de hostigamientos. Las asociaciones civiles, además, señalan que la inmensa mayoría de estos crímenes quedan impunes y que las administraciones oficiales hacen oídos sordos.
“Nos interceptaron con dos autos, salimos corriendo y nos tirotearon”
Una vez terminado su bachillerato, con la mayoría de edad alcanzada y matriculado en la universidad Josué pudo involucrarse hasta el fondo en la lucha de la defensa de los derechos humanos de personas LGTB: “Trabajábamos también con trans, allí ellas no tienen derechos... No tienen derechos básicos, ni educación ni salud. Hay trata de blancas con ellas porque no tienen recursos y las obligan a prostituirse. Van las mafias y las amenazan con matarlas y así. Y el gobierno no las protege.” Sé que entramos en un terreno complicado en los recuerdos de Josué porque empieza a ponerse más nervioso. La ONG con la que trabajaba allí en Honduras, intentaba rescatar a mujeres transexuales que, rechazadas por sus familias e ignoradas por el estado, terminan cayendo en las trampas de las mafias que las explotan sexualmente en condiciones realmente precarias. Agredidas, vejadas, maltratadas y completamente solas son incapaces de escapar de sus captores. Organizaciones como la de Josué son las únicas que tratan de ayudar a estas personas y darles oportunidades para que puedan acceder a una vida digna.
“Recuerdo que era por la noche. Teníamos una reunión mi amigo y yo, íbamos con ellas por una calle... Nos interceptaron dos autos. Salimos corriendo, pero nos tirotearon, nos pegaron, nos violaron y nos dejaron allí... Yo ya me desperté en el hospital. Habían puesto un rótulo con amenazas.” El Ministerio Público de la República de Honduras registró un total de 92 tentativas o asesinatos contra personas LGTB entre el 2014 y el 2019. De estos sólo 65 han sido judicializados, con un total de 8 resoluciones condenatorias.
El día del ataque sufrido por Josué, su compañero y las mujeres a las que pretendían ayudar fue el 7 de Junio del 2017. Una fecha que ninguno de ellos olvidará porque ese día no sólo fueron brutalmente agredidos sino que también comenzó un infierno si cabe más insoportable: “Tuve que renunciar a mi puesto en el registro civil porque llegaban amenazas. Me alejé de la ONG y empecé a viajar por todo el país... Mi familia tuvo que mudarse porque también les amenazaban.” La huida de Josué, intentando escapar del peligro y no poner en riesgo a su familia, le llevó incluso hasta una de las islas que forman parte del territorio hondureño. Estaba dispuesto a alejarse todo lo posible, pero allá donde iba terminaban por encontrarle. Las amenazas volvían, tarde o temprano. Lo que nadie, ni el mismo Josué, podía esperar era que todavía podía complicarse más la situación. En ese momento en Honduras se vivía una crisis postelectoral, que daría como resultado la reelección de Juan Orlando Hernández. Una vez más el país, siempre a caballo de la inestabilidad política, se vio inmerso en una escalada de protestas violentas y disturbios: “La gente iba a aprovechar para armar lío y yo sabía que se iba a poner más peligroso para mí. Estaba... más en peligro. Como mi madre trabajaba en migraciones fuimos a Acnur y allí les conté todo lo que me estaba pasando.”
Acnur es la agencia de la ONU para los refugiados. Tienen 65 años de experiencia y presencia en 135 países. Su labor es prestar ayuda, recursos y soluciones para las personas que tienen que huir de sus países por la guerra, la persecución o la violación de derechos humanos. Josué tuvo que escapar de su país: “Yo no quería irme, estaba estudiando, tenía allí a mi familia. Claro, yo no había hecho nada malo y no quería irme.” La elección fue complicada pero para Josué, igual que para miles de personas, no quedaba otra opción. Tenía que poner tierra de por medio, mucha tierra y un océano a poder ser, para salvar su vida: “Sabía que en Latinoamérica iba a ser lo mismo, tenía que irme más lejos.” Quien piense que partir de su hogar y dejar a tu familia atrás es fácil, lo piensa porque nunca ha conocido a alguien como este hondureño que cuenta con tristeza en la voz que ni siquiera pudo despedirse de su familia, tuvieron que dejarle corriendo en el aeropuerto después de hacer varios intercambios de coche.
“No es nada fácil empezar de cero. Se sufre mucho.”
Con Honduras al otro lado del atlántico, Josué llega a España el 29 de Enero de 2018. Aterriza en Madrid, previa escalada en Francia, y le toca vivir el periplo burocrático que viven todos aquellos que piden protección internacional: “Llegué y tuve que ir a la Policía Nacional. Fue difícil porque tenía que contarles todo y demostrar que era verdad porque si no tienes pruebas no te creen. Fue como revivir lo que me había pasado.” Por una vez en largo tiempo Josué fue afortunado. En esta ocasión de la mano de Accem fue protegido y traído a Galicia. “Me trajeron para Lugo... Me daban techo, comida y eso... Las necesidades básicas.” En esta ONG acogieron con cariño a Josué y consiguieron hacerle más fácil el comienzo de su nueva vida. El joven confiesa que lo que más necesitaba era apoyo psicológico profesional. Le parecía imposible asimilar lo que le había pasado y los cambios que tenía que afrontar.
Una vez asentado en Galicia, más tranquilo y a salvo, a Josué se le vuelven a despertar las ansias por ayudar: “Como yo tenía interés en esto, en lo social, buscamos dónde podía estudiarlo porque en Lugo no había integración ni nada así.” Eligieron el lugar: Coruña, concretamente el centro Tomás Barros donde el chico dice estar muy contento. Se muestra ilusionado con los estudios e impaciente por empezar a trabajar. Sobre todo ahora que ha conseguido regular permanentemente su situación legal en el país y ya puede pensar en construir su vida en esta, su tierra de adopción.
Josué tiene, casi por primera vez en la vida, una oportunidad para vivir en libertad, expresarse tal y como es sin miedo a las agresiones e imaginar un futuro que no esté empañado por el vaho de la violencia. Le pregunto si se ha encontrado con homofobia aquí, a lo que me responde risueño: “Siempre hay alguien que te mira mal, pero claro... Con lo otro no tiene nada que ver.” Tampoco le ha tocado sufrir xenofobia. Es consciente de que existe, pero advierte que esa clase de violencia se dirige más a otros grupos como los migrantes africanos. “Tienen que entender que no venimos a hacer mal, muchos venimos escapando y queremos trabajar para mejorar el país. No es nada fácil empezar de cero, nada fácil... Se sufre mucho.”
Ahora Josué tiene una vida que le permite ser feliz. Está alejado de su familia, pero construye la suya día a día a base de los amigos que va atesorando. María, compañera y amiga de Josué se confiesa inseparable del Hondureño: “Está un poco loco, pero se hace querer.” Marina, otra amiga que más que amiga es su familia del corazón le define como un luchador capaz de superarlo todo y de esa rara clase de persona que te aporta seguridad en todo momento: “Ha estado a mi lado en los peores momentos. Es una persona muy noble, capaz de empatizar y aconsejarte desde un punto de vista muy humano. Josué tiene un corazón que despierta lealtades, canta canciones de Rebelde cuando está feliz y quiere dedicar su vida a ayudar a personas vulnerables.
Le hice una última pregunta: “¿Qué les dirías a los dirigentes de Honduras que tendrían que hacer para mejorar el país?” Él lo tenía muy claro y me contestó con toda la seguridad que da la esperanza: “Hacer valer la ley y los derechos humanos. Todos somos iguales, aunque somos diferentes, todos tenemos que tener los mismos derechos.”