Música

Krónica de un viaje por las profundidades del Ser de Kreze

Una crónica no es más que el relato de un acontecimiento que se narra cronológicamente, respetando estrictamente el orden de los hechos. Viene siendo algo parecido a un cuaderno de bitácora. Permítanme que así lo interprete al menos por esta vez para, de esta manera, poder contar los sucesos cósmicos que transcurrieron durante la noche del pasado sábado en A Tobeira de Oza, cuando decían que se estrenaba con lleno absoluto el primer disco de Kreze.

 

Krónica de un viaje por las profundidades del Ser de Kreze
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Kreze

Escribo que eso decían porque lo ocurrido merece que transgreda los límites de la ortodoxia del género periodístico de este siglo y me deje llevar por la inercia artística que nos arrastró a los presentes en una noche que podría ser catalogada como histórica. Al menos por el fenómeno del encuentro sinérgico del talento que pasea por las calles de A Coruña. 

Se trata, pues, de un viaje o una travesía, pero no por los terrenos que acostumbramos a transitar los humanos comunes y corrientes que habitamos las ciudades del mundo; más bien por aquellos que nos están vedados… al menos por ahora. 

La puerta de la madriguera se convirtió en portal para alcanzar el transporte cósmico que nos llevaría a conocer la galaxia musical que esta miscelánea de seres artísticos han dado por conjugar en un disco compacto. 

Los motores de arranque no sonaron como cabría esperar de ellos; sino que despertaban una nostalgia de un no sé qué progresivo, Pinkfloydiano si se quiere, que emergía de las manos de Darío mientras acariciaba las cuerdas de su guitarra. Sin embargo, la ignición no pudo comenzar hasta que irrumpió el choque frontal del violoncelo de Ceci. Juntos: Planète Sauvage  o motor de arranque de la nave. Todo listo. 

Despegamos y en la oscuridad flotan las notas lisérgicas, abrazadas a los graves opiáceos. Los instrumentos encajan a la perfección. Hay un loop y las manos cambian de artefacto. Porque aquí todo el mundo toca todo, en un exhibicionismo frenético que no deja descanso a las manos, a los pies, a los tímpanos… Hasta que no sabes si es Ceci o Darío quien aporrea el piano, si es tu cerebro que lo recrea o si la chica sostiene a Excálibur con las manos o es que se ha trasmutado por un segundo el instrumento que tocase en ese momento.

Se ve la tierra por los ventanales de la nave. Kreze está en el escenario. Toca despedirse de ella con una carta de amor suicida, pero es que tenemos que alejarnos. Es “Romanticidio” y escuchamos ese engranaje sincrónico que, todos los que ya hayamos visto al grupo en acción, sabemos que va a conmocionarnos el alma. Empezando por las tripas, hasta sumergirse muy profundo y, solo con la música desnuda, apelarnos directamente con una pregunta tristísima que podría traducirse en un: ¿Por qué?

Quien viaja por el espacio, sabe que transita a través del tiempo. Por eso podemos conocer la respuesta, el porqué del adiós. Hemos matado a la tierra, ha muerto el amor y Kreze va a contarnos la tragedia con 11 rollos de pergamino escritos con la tinta intangible con la que trazan las melodías la guitarra de David, la viola de Andrea, el violonchelo de Ceci y el violín de Brais. Aunque siempre hay cambios, porque en esta tripulación nadie está quieto nunca. 

Esperen, disculpen… hablábamos de desentrañar el porqué, no puede olvidárseme el extremo central de esta velada. Una escena: hileras de personas caminan en la noche, escapan de las guerras. La primera palabra que nos permite atisbar entre los motivos de la muerte es esa: guerra. Aquellas personas Buscan refugio de la fría oscuridad que los intereses despiadados han cernido sobre sus pueblos, sus casas, sus países… No hace falta ponerles un nombre. Podría ser cualquier lugar de la geografía terrícola que hayan señalado como eje de operaciones de su tablero, pero del ajedrez hablaremos después. Ahora estamos con “Déjame ver”.

David tiene un mapa mental del viaje, nos lo cuenta mientras lo va desplegando y señala lo que vemos y oímos. Vamos en busca de un nuevo mundo donde podamos hacerlo diferente, pero la epopeya ha de empezar por fuerza en nosotros mismos. Quizás el ser humano no sólo se haya equivocado hacia fuera. Quizás el primer sacrificio fue el interno y, tras esclavizar nuestro destino propio, sólo nos quedaron cadenas y grilletes para repartir. Encerrados en las peceras, como en aquella metáfora hermosa de “La elegancia del erizo”, “El pez” de Kreze quiere romper el cristal para llegar al océano.

En el puente de mando, también llamado escenario, el grupo respira hondo. No es sencilla la siguiente escala, aunque el tema es un himno que te cierra la garganta y te eriza la piel. Sin letra, no la necesita, consigue evocar un mensaje de esperanza que no puede más que conmoverte cuando entiendes quienes son sus destinatarios. Porque la “Nana del colapso” se compuso  para Hadeel, antes de que Rafeef Ziadah le escribiese un poema de despedida. Ella no lo sabía, tenía 9 años y dormía en Gaza cada noche con el sonido de los fusiles y las bombas de fondo. ella no lo sabía, como digo, pero Kreze creó una nana para ella y para las otras. A lo largo y ancho del mundo y del tiempo, para todas las que se merecen seguir soñando. Por mucho que el afuera, por unas cosas u otras, se empeñe en sepultar sus infancias.

Transcurre el tiempo, aunque en el espacio lo hace de otra manera. Nos hemos acostumbrado ya a esta “Nueva normalidad”. También a ver al grupo allí arriba. Son muy diferentes, cada uno y una de ellas despliegan una sensibilidad distinta que encaja por contraste con las otras. Hay momentos en los que se sumergen dentro de sus propios cuerpos para arrancarse de las profundidades de su ser, la esencia de lo que nos presentan. Después parecen volver al momento, al instante que comparten entre ellos y con nosotros. Se miran, se sonríen, son cómplices y nos invitan. También cuando llegan nuevos integrantes a la tripulación para atravesar las turbulencias.

Pablo, Saúl y Xoel, de Sangre de Muérdago, son los refuerzos para relatarnos la historia de un tablero. De eso habla “La partida”: del juego perverso en el que todos nos vemos obligados a participar sin apenas saberlo, sin elegir la posición o la estrategia y sin, tan siquiera, conocer las normas.

Nos vamos, tenemos que irnos de casa justo por cosas como esta, pero ¿quién podría evitar la nostalgia? Es imposible sustraerse a la añoranza de nuestro planeta azul, de nuestro mundo “Verde”, porque era verde. Han aumentado la velocidad, pisan el acelerador rabiosamente en este tema. Alrededor las galaxias, meteoros y otros cuerpos celestes desaparecen en un parpadeo. La nave cercena la materia oscura, somos un desgarro en el infinito.

Igual que es un desgarro la presencia escénica de David, que se deja partir en dos por las tramas que nos cuenta. Abierto, como una grieta entre las rocas de una cueva, deja pasar la luz y la lluvia. Hay una rabia comprometida en su voz y en su guitarra que tiene un  lenguaje propio y que se presenta en diálogo constante con el resto de los instrumentos. Cuerdas que se persiguen unas a otras en una carrera por llegar a la cumbre melódica. 

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Kreze destaca en la armonía del contraste y por eso Andrea es, en su exquisita dulzura, una toma de tierra perfecta. Al observarla parece desplegarse un cobijo natural en el que acoge a esa tormenta desatada que la rodea, conteniendo los truenos y relámpagos en un abrazo iridiscente de potentísima belleza.

Ceci está en trance, déjenla. Se comunica con la música que crea y con la que danza a su alrededor con las manos, con la cara, incluso con los pies descalzos. Atraviesa un laberinto de estados de ánimo, de emociones que se transparentan en sus gestos. Es una genia loca, inquieta y vibrante. Hace percusión a pisotones y parece estar a punto de explotar, para después dejarse mecer en la suavidad flotante de la ingravidez.

Brais ha sido el último integrante que se ha unido a la tripulación. Permanece escrupulosamente atento, con el oído felino presto y  las manos fusionadas con su violín. lleva unas 7 travesías con Kreze, pero esta es especial, es importante… es el estreno de “Ser” y por ser, es una noche clave para el devenir del universo de este grupo.

Algo sucede. Hemos acelerado demasiado y los motores no pueden más. De pronto todo está “Ardiendo”, pero no es triste ¡o sí? Me percato de que estoy llorando o eso creo. No sé si soy yo o es el violín de Marta Seco que ha regresado a la nave para un viaje tan fundamental. Es el suyo el que suena en el compacto, aunque en adelante los caminos se hayan bifurcado. Ahora está aquí, acompañando al grupo en el incendio y hace de la escena y la canción un evento más emotivo si cabe.

Nadie puede saber cómo terminará esta aventura, pero sospechamos que se aproxima el final. Entre los zarandeos de la nave, podemos intuir que nos acercamos a una órbita. Queda tiempo todavía para respirar. Somos varios los que dejamos de aguantar la respiración de golpe, con un suspiro de alivio al llegar a “La soledad”. Todo camino y todo viaje conlleva un rincón solitario que es el lugar desde el que observar cómo nos modificamos por dentro, cómo la experiencia de lo andado varía nuestro yo, haciéndolo crecer. Este es el tema del alivio, de la sonrisa que te dedicas a ti misma al decirte que todavía puedes avanzar, que veremos otra vez salir el sol… Todo estará bien.

Atravesamos la atmósfera como una flecha. No podemos olvidar que estamos aquí porque hemos enterrado a la Tierra. Queríamos volver a empezar, pero hay veces en las que para nacer de nuevo, hace falta morir en un proceso de catarsis liberador. Y en eso se convierte “Ser”: en el punto álgido, la colisión que decide el sino final de estos restos de humanidad.

Un grito, un silencio, el desgarro… ¿Qué ha pasado? Abrimos los ojos para tratar de descubrir si ya ha llegado el Armagedón o hemos aterrizado en un nuevo hogar. Es “El final” y nadie comprende nada. El aire es el mismo, las texturas, los colores, los sonidos son los mismos que dejamos atrás hace unos años luz. Hemos vuelto al principio, al lugar de donde partimos, pero deberíamos haberlo sabido. Quedaba tiempo todavía, podemos hacerlo mejor aquí mismo: en nuestro mundo verde. No ha terminado la partida. Por eso el final es el principio y Kreze nos deja ver la oportunidad tras el colapso.

El arte tiene un poder transformador inimaginable, genera nuevos universos. provoca revoluciones internas que pueden cambiar el mundo. El motor de un huracán puede ser el aleteo de una mariposa, no debemos olvidarlo. Quizás esta cita, que inaugura la carrera discográfica de un grupo local de A Coruña, sea el comienzo de un evento canónico para mover el engranaje. Quizás no y sea otra presentación de otro gran disco, en otra ciudad cualquiera, pero… suceda lo que suceda, la semilla está plantada. Ahora queda esperar a que lleguen las raíces, los brotes y las hojas; el verdecer de uno de los fenómenos musicales más genuinos de estas coordenadas. 

Krónica de un viaje por las profundidades del Ser de Kreze