Edificios históricos de A Coruña
Castillo de Santa Cruz: todo es culpa de Sir Drake
El culpable de esta historia fue Sir Drake, aquel corsario inglés que pretendía arrasar con A Coruña. La vida de esta joya de muestro haber histórico comienza allá: En una primavera de 1589.
Un año antes los británicos habían derrotado a la Armada Invencible de Felipe II, que tan invencible no debía de ser, y la reina Isabel de Inglaterra parecía no haberse quedado contenta con aquello… Puesto que dio la orden a su corsario para que tomase A Coruña. Era 4 de mayo y, pese a los bastiones defensivos de la ciudad, los ingleses tomaron tierra y comenzaron una matanza. No obstante, la resistencia de la ciudad herculina fue enconada. Los vecinos, María Pita a la cabeza, pusieron todos sus esfuerzos en devolver al mar a aquellos 20.000 soldados.
Aunque lo consiguieron y los ingleses no lograron finalmente tomar A Coruña, había quedado de manifiesto que la urbe herculina necesitaba más defensas. El mar, que suponía gran parte de la bonanza de la ciudad, era entonces un peligro palpable. El castillo de San Antón, que hasta entonces era el único baluarte defensivo de la urbe, no era suficiente para hacer frente a las incursiones marítimas de aquellos que querían tomarla a la fuerza.
La fortaleza del Barraco
El emplazamiento quedó elegido: El islote de Santa Cruz sería el lugar perfecto. Su posición privilegiada frente al puerto de A Coruña y a tan solo 5 quilómetros de San Antón, la convertían en un enclave estratégico de primer nivel. Así que a finales del siglo XVI el general Diego Das Mariñas pone en marcha la construcción del fuerte. El técnico encargado de los planos para la construcción fue Pedro Rodríguez Muñiz. La fortaleza quedó terminada en 1640.
El castillo de Santa Cruz protegería la ciudad con sus modernas piezas de artillería y sobre todo con el cañón denominado Barraco, conocido por su potencia y por la longitud de sus disparos que alcanzaban los 10 quilómetros.. Para entonces Oleiros era un pequeño pueblo cuyo principal motor económico era la pesca y aquel puerto de Santa Cruz era uno de sus principales enclaves. A partir de entonces aquellos marineros también quedarían protegidos por la sombra del imponente castillo.
Poco después las defensas de la ciudad se vieron completadas con el, ya desaparecido, castillo de San Diego. Entre los tres y la enorme cadena que les unía, servían de decisivo obstáculo para las invasiones marítimas. A Coruña, por fin, estaba protegida y no tenía que seguir temiendo a un nuevo Sir Drake.
Un escenario de novelas para Pardo Bazán
Para cuando llegó el siglo XVIII aquello de las intentonas de invasión con 120 barcos, 20.000 soldados y caras de corsarios ya había pasado de moda. Una alegría para los coruñeses y una tristeza para el castillo de Santa Cruz que ya no tenía uso y fue abandonado a su suerte, dejando que el olvido empolvase su islote, sus cañones y sus piedras.
Si algo suelen tener esta clase de piezas arquitectónicas es que casi siempre aparece algún romántico dispuesto a quitarle las telarañas, reformarlas y hacer de ellas sus personales escenarios de novela. En el siglo XIX le llegó el turno a Santa Cruz para volver a la vida de la mano de uno de los matrimonios más glamurosos e influyentes de la época: Emilia Pardo Bazán y Xosé Quiroga. Subasta pública mediante, el baluarte llegó a las manos de la familia de la condesa para convertirse en pazo.
El matrimonio utilizó el castillo como residencia estival en muchas ocasiones. Antes de hacerlo se ocuparon de reconvertirlo y de añadirle tres de sus encantos: Un jardín lleno de árboles foráneos que harían las delicias de cualquiera, una capilla cuyo artesonado se conserva y un palomar subterráneo para palomas mensajeras que hoy vuelven a llenarlo de plumas y arrullos.
“Yo ahora estoy en el castillo, para cuidar de Pepe, y que es una finca de lo más bonita y romántica que usted pueda figurarse: una isla en el mar, teniendo en frente y viendo La Coruña y la torre de Hércules.”: Así describía Emilia Pardo Bazán los 10.000 metros cuadrados con los que contaba y cuenta la propiedad del castillo.
La propiedad reconvertida en pazo se quedó en el seno de la familia Quiroga Pardo Bazán durante muchos años, hasta que la guerra civil golpeó nuestro país con extrema brutalidad. Santa Cruz, en aquel momento, era propiedad de Blanca Quiroga y su marido. En 1938, conmovida por el drama que sufrían los huérfanos de la guerra, la hija de la escritora decide donar la posesión. Lo hizo ante el notario Pascual de Lahoz de Val en A Coruña el 5 de agosto, pero con dos condiciones: Su uso se dedicaría a enclave de las colonias de veraneo de los huérfanos del Arma de Caballería, a la que había pertenecido su esposo, o a una función muy semejante y los pequeños deberían rezar por ella y sus familiares. A cambio de estos dos detalles, Blanca Quiroga se comprometía a restaurar el castillo y dejarlo apropiadamente preparado para que los niños pudiesen ocuparlo.
Hasta el año 1978 los veranos en el islote estuvieron decorados por las risas y los juegos de hasta 70 de aquellos pequeños que habían pasado por una dura prueba y que necesitaban recuperar su salud con urgencia. No obstante, el Patronato de los Huérfanos terminó por considerar exagerado el gasto en mantenimiento para hacer que el castillo pudiese seguir albergando a los niños. Así que Santa Cruz volvió a quedar vacío y el silencio volvió a reinar con su inmutable presencia en los pasillos y las estancias.
Cabía esperar que algunos intereses inmobiliarios y turísticos arqueasen una ceja al ver aquel paraíso deshabitado y criando polvo, pero el ayuntamiento de Oleiros se adelantó y en 1989. El objetivo de la compra era claro: Los vecinos tenían que poder gozar de aquella maravilla y, además, podría convertirse en el centro de la educación medioambiental de Galicia.
En 2001 pudo verse logrado este objetivo: la Xunta de Galicia, la Universidad de A Coruña y el ayuntamiento de Oleiros aunaron fuerzas para crear el actual Centro de Extensión Universitaria e Divulgación Ambiental de Galicia, cuyas oficinas se encuentran en el castillo.
Hoy en día cualquiera puede disfrutar del espectáculo que significa contemplar el atardecer desde los jardines del castillo. El edificio, además, tiene horas de visita para que los vecinos y turistas puedan verlo por dentro. Sea como sea, es un placer observar desde lejos o desde cerca este vetusto recuerdo de otros tiempos donde todavía se le temía a Sir Drake.