Facendo memoria
El colegio Los Mallos
Cuando hicieron a José Alejandro Salgado rompieron el molde. Salgado, como se hace llamar, pertenece a la generación que desarrolló el país tras la guerra. Su comportamiento íntegro, su escala de valores, su trabajo permanente por el barrio de Los Mallos no debe quedar en el olvido.
Hoy hemos querido hablar con él de su faceta de profesor, pero ya hablaremos de las otras...
Salgado. 1 El Colegio
Salgado, tú viniste a Los Mallos para abrir un colegio…
Yo vivía en Riazor. Entonces, como yo había estudiado Latín, Griego y esas cosas, un señor que tenía un colegio en un bajo donde daba pasantías, contactó conmigo: “¿Tú quieres subir a dar clases de Latín y Griego a unos chavales que tienen eso en el instituto?”. Pues bien, subí con un disgusto terrible de mi madre, “”¡Huy, Dios mío, los Mallos!” Los Mallos en aquel momento era el tercer mundo... Pero ya digo era un bajito en la calle San Luis y empecé a dar Latin y Griego a aquellos chicos. Era a principios de los 60. Este señor que era militar atendía a un grupo de niños pequeños. Pero yo, mientras atendía a los míos, le oía y me daba cuenta de que el Señor para eso no valía, para militar sí, pero para eso no. Entonces yo, cuando terminaba con mi Latín y con mi Griego, me pasaba para el otro lado y le ayudaba a él. Entonces llegó un momento en el que el buen hombre se dio cuenta de que lo que él estaba haciendo no tenían nada que ver con lo que yo hacía y me dijo: “Mira: ¿a ti te interesa quedarte con esto? Entonces tú pagas la renta, yo lo dejo (no me había pagado nada en el tiempo que había estado entonces) en vez de pagarte te dejo aquí”. Y yo dije “bueno, pues vale”.
Entonces, aquel grupito, yo les preguntaba, y muchos de ellos no iban a ningún colegio. Entonces, yo veía Vioño, que en aquel momento era una especie de aldea con casitas que tenían animales, tenían sus vaquitas, tenían sus cerditos... Y empecé a pasearme por Vioño y vi chavales. Entonces les fui diciendo “Mira, yo te doy un patacón (eran 10 céntimos) si vienes al colegio. Y poco a poco, empezaron a venir. Llegó un momento en que la clase aquella se llenó, tenía treinta y tantos niños. Y muy bien, unos aprendían a leer, a los otros les ayudaba con cosas del Instituto, porque ya iban al instituto... Todo un conglomerado, un totum revolutum.
Y yo empecé a darle vueltas a la cabeza: “Oye, aquí hay un montón de chavales que no tienen dónde ir a estudiar, pues vamos a ir a la Inspección y yo les digo lo que estoy haciendo y si me pueden ayudar”. Y, efectivamente, fui a la Inspección y en aquel momento estaba Doña Rosa, una maravillosa mujer que fue jefa de Inspección. Y entonces me atendió perfectamente y me dijo: “Bueno, y usted ¿qué estudios tiene? ¿Tiene Magisterio? No.” Y dijo “bueno, pero entonces si usted contrata gente, tiene que contratar maestros y usted tiene que tratar de hacer una convalidación”. Y así empezó el tema.
Qué pasarían, cuatro o cinco años y aquellos 30 chavales se convirtieron en 200. Cogí otro local en los Mallos 60. Como tampoco me iba muy bien empecé a hablar con los padres. Los padres estaban contentos. Había cogido unas maestras muy buenas, tengo un recuerdo fabuloso de ellas. Entonces hablé con los padres y les propuse comprar una gran entreplanta que había enfrente para hacer los ocho cursos de EGB. Y, efectivamente, los padres ayudaron a comprar el sitio. Por cierto, el sitio sigue estando ahí, ahora son trasteros. Y de esa manera nació lo que en principio se llamó Colegio Atenea, por mis historias de Griego. Y luego, un poco más adelante, cuando empezaron las subvenciones fuertes, dos colegios pequeños que había en la plaza del Padre Rubinos, uno se llamaba Salamanca y el otro Santa Teresa, vinieron las señoras y me dijeron: “Mira, Salgado, si nos unimos, podemos acceder, haciendo un solo colegio, a la subvención de dos cursos de la EGB. Nosotros estábamos ofreciendo locales, bajos, que no tenían nada de nada. El otro día un alumno que ahora es doctor en no sé cuántas cosas y sale mucho por la tele, decía “Yo me he criado y me he educado en un colegio donde su alta tecnología era una tiza y un encerado negro. José Ramón Pan, se llama. Un alumno extraordinario y un inteligentísimo chico. Cuando iba al colegio yo le llamaba de broma “el Señor Obispo”, porque era bajito y gordito. Y hablaba con mucha calma, era un tío muy inteligente. Y ahora es una gran personalidad, tiene varias licenciaturas, doctorados...
Cuando nos unimos los tres colegios en vez de Atenea, se llamó Colegio Los Mallos y estuvimos trabajando durante mucho tiempo. El colegio Los Mallos fue teniendo una filosofía distinta a la que tenía el colegio Atenea. Era ya más en serio, eran muchos maestros. Yo pasé más bien a labores de burocracia. Y eso fue, a grandes rasgos, el colegio Los Mallos.
En todo ese trayecto cambiaron mucho las cosas, porque empezaste en los años 60...
Claro primero era la primaria, luego eran parvulitos y la EGB. Al principio yo preparaba a los chavales para primero de Bachillerato. Y luego, con un cochecito que yo tenía, los bajaba al instituto para que los examinaran. Yo los preparaba, pero yo no les aprobaba, los aprobaban en el instituto. Tenía que hacer tres o cuatro viajes en el cochecito, si me cogen ahora me ponen una multa, porque iban un montón de críos. Era un cuatro latas, que la capota se quitaba, iban todos de pie, como si fueran en un camión. Pero iban contentísimos, con un poco de miedo porque iban a examinarse. Pero muy bien, fue una etapa muy buena.
Yo tuve la gran suerte de trabajar con unos profesionales fabulosos, buenísimos, no puedo decir nada malo, y creo que el trabajo que hizo el colegio fue realmente interesante. Ahora sigo en contacto con muchísimos alumnos, que me siguen llamando "Dire", y yo lo que observo, es que son chavalas y chavales que se han posicionado muy bien en la vida, que tienen la cabeza bastante clara y, sobre todo, que recuerdan aquel colegio con cariño, a pesar de lo pobrísimo que era, porque aquello era super pobre.
Para tener octavo, exigían tener un laboratorio; en un cuartucho de cinco por tres, yo había puesto en el medio una mesa con una chapa blanca y ahí poníamos unas cuantas piquetas y aquello era el laboratorio. Cuando venía Doña Rosa, de la Inspección, y veía aquello, sonreía y hacía como que no lo veía. Pero bueno, los chavales salían bien preparados. Cuando los llevábamos a examinar al Instituto era muy difícil que un chaval del colegio Los Mallos suspendiera.
En total ¿cuántos años estuviste con el colegio?
Hasta hace veinticuatro años. Unos treinta y seis años, entre el colegio Atenea, el colegio Los Mallos, y luego, cuando el colegio Los Mallos empezó a decaer un poco, enfrente había una academia que se llamaba Teyva que también me metí allí. Una cosa muy curiosa, antes de poner el colegio como oficial, yo entraba en el colegio sobre las ocho de la mañana y salía de allí más o menos sobre las diez de la noche. Y venía uno con Latín, otro con Matemáticas, otro con Historia… claro, en aquél momento tenía veintitantos años, si lo hago ahora me da un síncope. Gracias a aquellos colegios tan pobres ha habido mucha gente que ha hecho sus carreras, porque en aquella época había cantidad de gente que no accedía a la Enseñanza porque no había sitio para todos.
Me llama la atención que comenzaste ofreciendo un “patacón” para que los niños acudieran a clase. Aquello no sería mucho negocio…
¿Negocio? No, mira, vamos a ver. Yo seré cantidad de cosas… menos empresario. Como empresario soy un desastre, no tengo mentalidad de empresario. Me enorgullezco de no tener dinero y el que tengo, intento emplearlo en cosas que sean para el bien de los demás, no solamente para bien mío, porque eso me parece muy mal. A mí me sienta fatal esa gente que acumula dinero… pero ¿para qué? si no se lo van a llevar al otro sitio, lo van a dejar aquí. Ahora, el que hace dinero y crea trabajo, pues eso me parece muy bien.
Imagino que cuando llega la democracia, la educación se hace obligatoria… impactaría mucho en la forma de trabajar del colegio…
Impacto en que llegó un momento en que la Inspección nos dijo: “Señores, ustedes ya no son necesarios”. Fue un “palo” gordo, porque en aquel momento nosotros teníamos diecinueve maestros trabajando. Ahí se hizo muy buena labor, y ahí estuvo Doña Gloria y gente de la Inspección de Trabajo y de Educación, y conseguimos que nuestros maestros fueran recolocados en colegios como los Jesuítas, los Maristas, las Salesianas. Claro, el colegio desapareció de la noche a la mañana, que fue cuando aproveché para hacer el aparcamiento, que era la otra necesidad grande que tenía el barrio. Yo recuerdo que la Ronda de Outeiro era un aparcamiento de coches, no tenía ni salida, estaba tapada. El otro día me mandaron una foto, que debía haber como quinientos coches aparcados en la Ronda.
Claro, porque este barrio se construyó un poco desordenadamente…
El Vioño era un pueblo. Y mientras el colegio empezó a funcionar, empezaron a salir casas por ahí. La mayoría de los que estaban haciendo casas era gente que se dedicaba a otra cosa. Por ejemplo el que hizo las galerías, me parece que era guardia. Construía cada uno como podía, una casa más alta, otra más baja… y así fue la cosa, fue surgiendo casi sin darte cuenta, fue una cosa muy poquito a poco, pero sin parar. Y cuando te diste cuenta Los Mallos ya no eran lo que eran. Aún queda, donde está el Centro de Salud, alguna casita de aquellas.
¿Cuál ha sido tu mejor experiencia como profesor?
Quien te mencionaba antes, José Ramón Amor Pan. Sigo hablando con él, a pesar de ser ahora una lumbrera, si me ve, sigue hablando conmigo, que al lado de él soy un tonto. De los que yo voy siguiendo creo que es el que llegó más arriba intelectualmente. No creo que sea una persona que se preocupe por el dinero, se preocupa más bien por los demás, se preocupa por la ética, es Doctor en Bioética… ha sido una de las satisfacciones más grandes.
Y luego, te puedo decir de uno que tenía en su piso una plantación de marihuana y ves que ha cambiado, se ha metido en la sociedad… También al contrario, aún hoy me encuentro con algún antiguo alumno al que destrozó la droga. Ahí no funcionó, pero en muchos sí. Por ejemplo, ves lo de Cenjumal, pues ahí hay por lo menos dos matrimonios, y algunos de ellos son funcionarios y gente que ha hecho una vida y ha hecho una familia… y alguno ya es abuelo.
¿Alguna cosa más que se nos quede en el tintero?
El haber dado todo lo que uno puede es lo mejor que te puede pasar. Mi mayor satisfacción es estar convencido de que, a sabiendas, no has hecho nunca daño a nadie; a sabiendas, nunca. Seguro que a alguno le lastimé, le ofendí… pero a sabiendas, no. Y aún dedicándose tanto a los demás, poder tener una familia, dos hijas estupendas con sus familias y hasta un bisnieto. Muchos pueden decir, “es que el trabajo te quita…” No, no, puedes tener un trabajo y precisamente ese trabajo es el que te llena la vida. Si trabajas solamente por el dinero entonces, sí, te fastidia, porque lo único que tienes es una cuenta en el banco.