Memoria histórica
El Kiosco Alfonso
Los primeros años del siglo XX fueron para Europa un tiempo feliz y próspero. Una Belle Époque que también llegó a A Coruña y que nos dejó, como testigo mudo y vestigio de su esplendor, un edificio reconocido por todos los que paseamos por la urbe herculina: el Kiosco Alfonso.
Desde que en 1871 terminase la guerra franco-prusiana, en Europa se vivía una larga etapa de paz. Situación que permitió la expansión económica, social y cultural de las potencias del continente. Se trató de una etapa de la historia marcada por la II Revolución Industrial y una confianza absoluta en la ciencia. Los europeos veían el futuro con ojos optimistas y disfrutaban de un presente de bonanza que era sinónimo de progreso en todos los campos de la existencia humana.
Junto a los avances técnicos, tecnológicos y científicos; se produjeron importantes mejoras en el campo social. Nació entonces una clase media acomodada y que compartía intereses y gustos con la aristocracia. Incluso el proletariado, gracias al apogeo de los movimientos sindicales, pudo ver mejorada su situación. Es decir, este progreso afectaba a todas las capas de la sociedad y tenía influencia y consecuencias en toda clase de personas.
La Belle Époque tiene muchos símbolos, casi todos relacionados con el arte, la ciencia, la moda o el ocio. Las exposiciones universales de París, el tranvía, los cabarets... Son ejemplos que todos reconocemos y que permanecen en nuestro imaginario para representar estos años previos a la I Guerra Mundial.
La Belle Époque Herculina
En A Coruña a principios del siglo pasado vivían alrededor de 45.000 habitantes. Los éxodos de población que migraban desde el campo hacia la urbe en busca de un futuro más próspero, nutrían a la ciudad de constantes llegadas de nuevos vecinos que favorecerían su expansión. Estos primeros años fueron los años del modernismo en los edificios, de ampliaciones geográficas, de mejoras en el puerto, el nacimiento de la Estrella Galicia, el estreno de alcantarillado o los movimientos obreros organizados en los primeros sindicatos.
El crecimiento demográfico de la ciudad y la necesidad de mejorar el puerto como principal motor económico que era para la ciudad, obligaron a comenzar con los procesos de relleno, para ganarle espacio al mar. Así sucedió con la ampliación que proyectó el ingeniero Celedonio de Uribe para mejorar el puerto. Finalmente, las obras y los cambios dejaron un espacio libre que el arquitecto municipal, José María Noya, propuso convertir en jardín. Esta es alameda pública que todos conocemos como los jardines de Méndez Núñez y que diseñó Narciso García De la Torre.
El jardín se dio por terminado en 1868, pero a lo largo de los años los ciudadanos, los empresarios y otros personajes ilustres fueron mejorándolo mediante sus donaciones. Poco a poco se convirtieron no solo en un lugar de paseo, sino en un núcleo del ocio urbano público y al aire libre: Bailes, ferias, cafés... Eran lo cotidiano para los jardines.
Kiosco Alfonso
Otra de las modas importadas desde Europa y su modelo de ocio para toda clase de personas, fueron los quioscos. Estos eran unos establecimientos donde se servían refrescos y que con el tiempo iban creciendo y derivando en terrazas, cines o galerías de arte. A los ciudadanos les gustaba invertir su tiempo de esparcimiento en opciones que implicasen disfrutar al aire libre, en familia y en sociedad.
En 1906 los jardines coruñeses bullían de actividad y Alfonso Vázquez pensó que podría ser buena idea pedir permiso al ayuntamiento para ampliar su “aguaducho” (Chiringuito). Así nació el primer rastro de lo que ahora conocemos como Kuiosco Alfonso, aunque todavía le quedaba camino para convertirse en lo que fue y en lo que es hoy. Para entonces se trataba solo de unos 50 metros cuadrados de toldo que unos años más tarde pudo su dueño cerrar con vidrieras.
Tuvo que llegar el 1912 para que comenzase a construirse el edificio que hoy conocemos. Alfonso Vázquez quería llevar su establecimiento a otro nivel, ir un pasó más allá. Para ello contó con un joven arquitecto de 25 años que había terminado sus estudios el año anterior siendo el primero de su promoción: Rafael González Villar. El chico todavía no había llevado a cabo ningún proyecto de relevancia, pero había algo en él que resultaba prometedor. Seguramente no lo suficiente como para presagiar que unos años más tarde sería el presidente de la asociación de arquitectos de Galicia, que diseñaría el edificio Castromil, que recibiría una mención honorífica por su remodelación de la sede del Chicago Tribune, ni que sería nombrado miembro honorario de la Real Academia Galega.
Rafael y Alfonso se pusieron de inmediato manos a la obra. El resultado fue un edificio modernista que llamaba la atención por su belleza. De forma rectangular, originalmente medía 5 metros de ancho por 46 de largo y, en un principio, su misión seguía siendo la de servir como cafetería y restaurante. Aunque, a la vez que iba ampliando su tamaño y añadiendo nuevos espacios, fueron surgiendo también otras funciones: Exposiciones, bailes, banquetes...
La gran revolución del Kiosco Alfonso y su cambio más duradero fue la que se inauguró en el año 1934: A partir de ese momento el quiosco se convertiría en sala de cine también. Este uso fue el más conocido del edificio, muchos coruñeses lo recuerdan, para muchos ha sido parte de su historia. La sala estaba en la planta superior del establecimiento, que hacía pocos años que se había cubierto para transformar una terraza al aire libre en un salón cerrado. La pantalla estaba en el medio y había dos formas distintas de ver las películas. Al derecho o al revés. Esta peculiaridad de la pantalla central lo hizo muy conocido porque, además de resultar curioso, los que veían los filmes con los títulos y al revés, pagaban menos.
El Kiosco Alfonso es único en su especie, es el último vestigio arquitectónico que nos queda de esa Belle Époque. Con el paso del tiempo fue sufriendo un severo deterioro y contuvo en su interior múltiples organismos locales. Al final la situación se volvió insostenible y el edificio tuvo que pasar por una seria chapa y pintura. Respetando en todo momento la forma original, se puso al día y, a partir de entonces, sirve a la ciudad como galería de exposiciones.
Este edificio singular y emblemático de A Coruña es arte en si mismo y contiene arte cada día. Otro paseo, otro recuerdo, otra historia herculina que debemos conocer.