Pazo de Meirás, un poco de Historia
Qué tendrá la piedra para que, con sólo verla, las personas pensemos que a pura fuerza debe albergar misterios, historias y un no sé qué de grandioso.
Sea la piedra o la constancia del paso del tiempo el motivo, lo cierto es que nada mejor que una construcción antigua para ejercer de símbolo. Simbología que puede ser personal, social, cultural o en sus múltiples formas, pero con algo propio que lo dota de importancia. Este es el caso del Pazo de Meirás que en sus años de existencia ha significado mucho para diversas personas y que hoy vuelve a ser terreno de batalla como lo fuera allá en 1809, aunque por motivos muy distintos.
Corría el siglo XIV en las tierras de la conocida comarca de As Mariñas. Era una etapa marcada por el sistema feudal y su lógica de señores y vasallos, de monarcas ungidos por la gracia de Dios. Don Ruy de Mondego era el señor de la zona, parte de su responsabilidad consistía en proteger a las personas que vivían en sus tierras y, podemos suponer, por eso mandó construir, en un privilegiado terreno elevado en una colina, una fortificación con capilla. Así nació la primera construcción, vestigio del que sería el futuro Pazo de Meirás.
Con el tiempo diferentes familias ocuparon las murallas del fuerte, que se mantenía erguido en su colina. Hasta que llegó la primera década del siglo XVII y con ella la guerra de independencia española contra los franceses. Las revueltas del 2 de Mayo de 1808 dieron comienzo a este conflicto, motivado por las intenciones de Napoleón Bonaparte de alzar a su primo José al trono de España, exiliando al rey legítimo Fernando VII. El que fuera en ese momento dueño de la fortificación de Meirás se mantuvo fiel a su corona y luchó junto a los patriotas contra los afrancesados. Motivo por el cual fue castigado con la condena patrimonial en primer lugar. Todas sus tierras fueron arrasadas. Junto a ellas, en el año 1809 cayeron esas primeras Torres de Meirás.
Vieja granja de Meirás –el lugar donde siento más de continuo la ligera fiebre que acompaña a la creación artística “.
Las ruinas del fortín volvieron a pasar de familia en familia, olvidadas en su colina. Al menos hasta llegar a ser propiedad de los Pardo de Lama y con ello hasta las manos de los condes de Pardo-Bazán: José María Pardo-Bazán y Mosquera y Amalia de la Rúa-Figueroa y Somoza. La condesa reconstruyó en el terreno de Meirás un edificio de estilo neorromántico en el año 1839 que se conoció como Granja de Meirás. Dotó a la propiedad del carácter francés y noble que era moda en la época y la convirtió en un lugar muy especial para ella y su familia. El matrimonio pasaba el año a caballo entre los inviernos en Madrid y las temporadas estivales en Sada.
Un gran acontecimiento ocurrió el 16 de Septiembre de 1851, cuando Amalia dio a luz a la pequeña Emilia. Todavía nadie podría haber presagiado que en aquel bebé residía una de las mentes más diestras de la historia literaria española, ni la revolución que la voz de la pequeña generaría en la posición social y cultural de las mujeres futuras y presentes.
La niña estudió en un colegio francés en Madrid. Desde muy pequeña y animada por su padre, mostró un irrefrenable interés por la literatura y las letras. Le encantaba la Granja de Meirás. En ella pasaba los veranos leyendo a Cervantes, Plutarco y Homero. Siempre fascinada por aquel rincón gallego, guardó un lugar especial para él en su vida. No es de extrañar por ese motivo que sus grandes obras, pioneras del naturalismo español, estuvieran inspiradas en sus tierras del norte. Pardo Bazán, en sus apuntes autobiográficos en “Los Pazos d Ulloa”, escribió: “… vieja granja de Meirás –el lugar donde siento más de continuo la ligera fiebre que acompaña a la creación artística “.
La granja atesoró durante toda la vida de la escritora recuerdos llenos de relevancia personal: Lecturas, vacaciones, grandes momentos de inspiración y nadie sabe cuántas cosas más. Sin ir mas lejos, Emilia se casó en la capilla de la propiedad en el año 1868, cuando contaba con 16 años de edad. El marido era José Quiroga y Pérez Deza, un joven de familia hidalga que tenía 19 años y estudiaba Derecho.
En 1893, con 41 años, ya separada y reconocida por todos como una de las mejores escritoras del país decidió llevar a cabo uno de sus sueños: remodelar la granja de Meirás hasta hacer de ella una construcción idílica, a la medida de sus ensoñaciones. Así fue como se construyó lo que hoy conocemos como Pazo de Meirás, pero que en su tiempo llamaron de nuevo Torres de Meirás. El terreno de 93.711 metros cuadrados alberga una construcción de 2.114 metros cuadrados. Impresiona su majestuosidad, de aspecto casi medieval debido sobre todo al gusto de Emilia por la arquitectura romántica. La construcción está formada por tres torres almenadas que se unen por estructuras bajas. Las tres fachadas acogen la capilla, el vestíbulo y las estancias para el servicio. Entre las tres torres destaca La Quimera, la más alta de todas y la preferida por la escritora. La Quimera debe su nombre a un libro homónimo de Emilia que, además, es una de sus novelas más autobiográficas. En ella se cuenta la vida de su protegido, el pintor Joaquín Bahamonde. En esta torre, Emilia situó su biblioteca y puede observarse el balcón de las musas, llamado así porque le sirvió a la escritora para inspirarse en muchas ocasiones. Las diferentes partes de la edificación están llenas de pequeños y grandes detalles escogidos con sumo gusto decorativo: desde las gárgolas y los ventanales con arcadas hasta cada uno de sus innumerables capiteles. Por su parte, la capilla cuenta con un retablo barroco a San Francisco traído desde el Pazo de Santa María de Sada cuando este sufrió un incendio.
Cuando el sueño proyectado ya era todo realidad y piedra, Emilia lo inauguró en 1910 para celebrar el matrimonio de Blanca Quiroga, su hija mayor, con el marqués de Cavalcanti. El país pudo volver a ver los múltiples talentos de la escritora a quien otra gran obra ideada se le había escapado por los márgenes del papel y ahora lucía grandiosa y noble en su colina. Esta boda, aunque no fue la única, fue la primera de las muchas fiestas que Emilia Pardo Bazán celebró en su renovada casa de verano. A partir de ese momento fueron muchas las veladas literarias que se organizaron en el pazo, recibiendo en él a personalidades como Benito Pérez Galdós o Miguel de Unamuno.
Como lugar de reunión, terreno inspirador o residencia veraniega funcionó el Pazo hasta que la escritora murió en 1921. Jaime Quiroga, uno de los hijos de Emilia, heredó la propiedad. Sin embargo 15 años después de la muerte de su madre, fue fusilado junto a su hijo a manos de un grupo anarquista. Por lo que Meirás pasó a manos de Blanca Quiroga, hija de Emilia, y Manuela Esteban Collantes y Sandoval, viuda de Jaime. Juntas trataron de vender la propiedad a la Compañía de Jesús, pero estos rechazaron la oferta.
“Y llega un momento determinado en que una vaca se queda sin leche, porque se acaba, y hay que comerse la vaca porque si no la vaca acaba con nosotros.”
En este limbo se encontraba el pazo que, cual patata caliente, parecía ir de mano en mano. Esta situación tocó a su fin en plena guerra civil, cuando el gobernador civil de A Coruña, Julio Muñoz Aguilar y el banquero, Pedro Barrié de la Maza encabezaron la Junta Provincial Para el Pazo del Caudillo. Mediante esta comisión en 1938 la propiedad de Meirás fue donada a Franco en un ejemplo de servidumbre al que sería futuro dictador y mediante un ejercicio jurídico de dudosa legitimidad: : “Acepto gustoso, especialmente porque se trata de un obsequio de mis queridos paisanos.” Dijo Francisco Franco Bahamonde tras estampar su firma en el documento de cesión del Pazo de Meirás como recoge el libro “ Familia Franco S.A.” del periodista Mariano Sánchez Soler. Tres años después las autoridades se dieron cuenta de que el dichoso papel que convertía a Franco en el propietario de Meirás estaba extraviado. La disyuntiva se atajó por el camino fácil: la propiedad fue comprada sus herederas por un precio irrisorio, meramente simbólico. Sin embargo a esta comisión todavía tenía un cometido, que no era otro que la recaudación de donativos para la restauración del edificio para el dictador y su mujer.
En un primer momento la junta fracasó en su misión y, al no obtener donativos voluntarios, decidieron recurrir a los forzosos. Todos los meses se recortaba una parte de los sueldos de funcionarios y trabajadores, sin explicación ni motivo aparente. Por su parte, el Concello de A Coruña se vio obligado a aportar el 5% de su recaudación por las contribuciones. Además la comisión se encargó de intimidar a los alcaldes del área coruñesa, carta mediante, para que fuesen puerta por puerta reclamando dinero a los vecinos. Por último y por si no fuera suficiente, la familia Franco expropió forzosamente multitud de terrenos cercanos para ampliar la ya vastísima finca de la propiedad. Todo esto para poder llevar a cabo la reforma que, según dicen algunos, la misma Carmen Polo realizó en Meirás.
El matrimonio Franco utilizó, hasta la muerte del dictador, el Pazo como residencia veraniega. Todos los años el séquito del dictador disfrutaba del mes de agosto en el suave clima de la costa gallega, mucho más benigno que el de la capital del régimen. Una de sus primeras aportaciones fue la construcción de una pista de tenis, pero lo más llamativo son los frutos de los diferentes expolios más o menos forzosos que el caudillo fue acumulando en el edificio. Estos van desde escudos, blasones, cruceros... hasta las esculturas de Isaac y Abraham del Maestro Mateo que pertenecían al Pórtico de la Gloria.
Aunque la recolecta de los diferentes trofeos acumulados en Meirás y arrebatados de cualquier zona de la geografía gallega, es una muestra evidente de la falta de escrúpulos de los Franco para robar a los ciudadanos, no fue la única. Muy al contrario, Meirás era altamente rentable para el dictador. Gallinas ponedoras y vacas holandesas importadas y pagadas por medio del erario público, eran bien aprovechadas para enriquecer las cuentas del gobernante. Dos guardias civiles se ocupaban del mantenimiento de la granja de la propiedad e incluso el abono de las tierras provenía del cuartel que se había situado en Sada para la protección del caudillo. Meirás fue para Franco una inversión ridícula que le ofrecía unas rentas nada desdeñables.
A la muerte del dictador, el Pazo de Meirás pasó a manos de sus hijos y nietos. Allí han celebrado bodas, han disfrutado de vacaciones y han realizado reuniones familiares. En 1978 se produjo un incendio que destruyó la techumbre y parte del castillo, motivo por el que el yerno del caudillo, Cristóbal Martínez Bordiú y Ortega, hizo un primer intento de venta. La primera oferta llegó por parte de Joaquín López Menéndez, alcalde de A Coruña por la UCD, que en 1982 ofreció 180 millones por el Pazo. Su intención era convertir las torres en la sede de la Xunta de Galicia. Sin embargo, finalmente la capital del gobierno autónomo se ubicó en Santiago de Compostela, por lo que la oferta quedó en agua de borrajas. Aunque esta tentativa fracasó, la cadena COPE recogió en 1988 las siguientes palabras del Marqués de Villaverde acerca de la posible venta del Pazo de Meirás: “Y llega un momento determinado en que una vaca se queda sin leche, porque se acaba, y hay que comerse la vaca porque si no la vaca acaba con nosotros.” Pese al evidente desinterés y falta de cariño que los Franco demostraban por la propiedad, desestimaron en ese mismo año una oferta de la Diputación Provincial de A Coruña por un valor de 500 millones de pesetas.
“Franquismo nunca máis”
La batalla institucional contra los Franco por la recuperación del Pazo de Meirás volvió a estar en el ojo público en 2008, cuando la Xunta de Galicia aprobó un decreto por medio del cual la propiedad era declarada Bien de Interés Cultural. Esta declaración obligaba a la familia del dictador a abrir al público las puertas de la casa soñada por Emilia Pardo Bazán. Los herederos tardaron casi cuatro años en cumplir la exigencia. Las jornadas de visita se inauguraron el 24 de Marzo de 2011. El diario El País realizó una crónica un tanto lúgubre de esta primera visita: “Lo más espeluznante es un lateral a las escaleras principales del pazo, presididas por una vidriera que representa el escudo de la condesa: está absolutamente repleto de pequeños cráneos de un animal con cuernos. "Son los trofeos de caza de los nietos de la familia Franco", explica el guía. ”Estas visitas deberían haberse repetido todos los viernes. Sin embargo, una vez más, las intenciones de la familia no pasaban por cumplir al pie de la letra los requerimientos oficiales. Así que, habiéndose saltado varias veces el horario previsto, fueron denunciados por la Administración.
A lo largo de estos años de prolongado aferrar de la familia del dictador a la propiedad que por derecho pertenece a los vecinos que sufragaron sus costes, han surgido diferentes movimientos ciudadanos para reclamar dicho derecho. Las voces que más se hicieron oír, con justa claridad, fueron las del grupo conocido como Los 19 de Meirás. El 30 de Agosto de 2017, 19 vecinos de Sada, miembros del BNG y activistas por la memoria histórica aprovecharon el horario de visitas al Pazo para realizar una okupación simbólica. Su reivindicación era exigir la propiedad popular de la finca “Que nos devolvan o roubado. Franquismo nunca máis". Esas fueron sus palabras. Con este acto pretendían denunciar la pasividad del gobierno de la autonomía y el expolio, rapiña y extorsión franquistas. El grupo, que fue identificado in situ por la Guardia Civil, ha tenido que librar con los Franco una injusta batalla legal que si ya carecía de sentido en aquel momento, ahora lo ha perdido del todo.
Los esfuerzos, el sacrificio y las angustias que han llevado a cuestas los 19 de Meirás y todos los ciudadanos que han querido defender la memoria histórica mediante la reivindicación del Pazo de Meirás, no han caído en saco roto por suerte. En el año 2019 y debido al consenso social alrededor del tema, el gobierno de Pedro Sánchez interpuso una demanda contra los nietos del dictador para reclamar la propiedad de Meirás. La jueza Marta Canales estimó en su totalidad la misma, en la que participaron los ayuntamientos de Sada y A Coruña, la Xunta y la Diputación Provincial para secundar a la Abogacía del Estado. La sentencia declara nulas tanto la donación del año 1938, como la venta en el 41 y condenó a los herederos de Franco a entregar la propiedad.
El 10 de Diciembre del año 2020 fueron recibidas por Patrimonio las llaves del Pazo de Emilia, ahora propiedad del Estado. La pretensión de la Administración es hacer de ella un monumento a la escritora y que todos los ciudadanos podamos disfrutar de una pieza arquitectónica cargada de valor artístico, cultural y sentimental. Este último sobre todo para los vecinos de la comarca que podrán hacer uso de lo que sus padres o abuelos construyeron a base de los frutos de su trabajo en una época nada fácil.
Esta larga historia todavía no tiene final. En primer lugar el Pazo se encuentra en una situación precaria y deberá ser restaurado antes de que nadie pueda visitarlo. En segundo término, los Franco han decidido recurrir la sentencia contra la decisión de la jueza Canales que concede al Estado el depósito de los bienes que alberga la el Pazo. Por último, lo que cobra más relevancia, la recuperación de Meirás es solo una batalla en la guerra por lograr restituir en parte los robos que el dictador perpetró contra los ciudadanos. No tenemos que irnos muy lejos para encontrar otra de esas propiedades que con muy dudosa legitimidad pertenece a la familia Franco: La casa Cornide. Los coruñeses tienen la esperanza de que Meirás siente un precedente para que ellos también puedan recuperar esa propiedad. Mientras tanto, los herederos del dictador se apuran intentando preservar algún símbolo de una vieja gloria que nunca fue tal, como alertó el BNG en los últimos días.
Si las piedras del Pazo de Meirás hablasen, podrían contarnos muchas historias. Cuentos que transitarían desde las intrigas feudales, hasta la decadencia del despotismo. Pasando por los sueños e ilusiones de una de las personas más relevantes para Galicia, como lo fue Emilia Pardo Bazán. Seguramente estos relatos serían de una envidiable calidad, si es que las piedras hablasen y aprendiesen de sus dueños. Las otras, las historias sobre consejos de ministros de un dictador que sacudió los bolsillos de los vecinos para darse un capricho, esas mejor dejarlas encerradas en la piedra y sólo airearlas para recordarnos hacia dónde no queremos virar.