Estatua de Los Liberales, plaza de As Conchiñas

Un símbolo de la libertad

Nació en 1989 y fueron las manos del escultor José Castiñeiras quienes le dieron vida. La estatua de los liberales de la plaza de As Conchiñas es un símbolo, para el barrio del Agra del Orzán y para A Coruña, de la lucha de nuestra ciudad a favor de la libertad y en contra del absolutismo.
Un símbolo de la libertad
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Estatua Los Liberales, en la Plaza As Conchiñas

El conjunto escultórico de Castiñeiras que representa a personalidades tan relevantes para la urbe como Juana de Vega o el general Espoz y Mina, había sido retirado de su lugar original en la plaza de As Conchiñas en 2013. Por motivo de la remodelación del espacio, la obra artística había quedado olvidada en un almacén municipal donde descansaba acumulando polvo. Fueron los vecinos del Agra quienes protestaron y apretaron las tuercas del gobierno coruñés para que les devolviesen esa parte de su historia. 

En noviembre de 2020, siete años después de que fuese trasladada, comenzaron las obras de reinstalación del conjunto escultórico sobre el aparcamiento subterráneo de la plaza. La obra de José Castiñeiras volvió a lucir en las calles del Agra y los vecinos pudieron volver a enorgullecerse del pasado herculino. Fue el 4 de enero de este mismo año, cuando la alcaldesa Inés Rey inauguró la obra. En un acto en el que el creador también estuvo presente. “A Nosa ciudade foi a mecha que permitiu que prendese o movemento liberal noutras cidades españolas.” Señaló la regidora en esa ocasión.

Cabe preguntarse, en este sentido, por qué la estatua es tan importante, por qué el barrio exigió su regreso y por qué es un símbolo inconfundible de la libertad en A Coruña. Para ello debemos trasladarnos al convulso siglo XIX español, un contexto de cambios, guerras y revueltas.

El principio de esta historia se remonta a 1814. El 6 de Abril Napoleón firma su renuncia. Francia ha sido derrotada y las monarquías europeas quieren acabar con los focos revolucionarios y apuntalar de nuevo el absolutismo. Prusia, Austria, Rusia, Gran Bretaña y, más tarde, Francia forman la Santa Alianza con este propósito.

En el mismo año Fernando VII regresa a España. Un país que ha probado el regusto constitucional y, aunque se ha deshecho de los invasores franceses, se ha impregnado del aroma liberal. El monarca restaura el antiguo régimen, disuelve las cortes, anula la constitución de 1812 y comienza con la persecución y represión de afrancesados y opositores entregados a la causa de la libertad.

La oposición del absolutismo estaba muy presente en España, atizados por la experiencia y convencidos de la senda constitucional, formaron sociedades secretas y conspiraron contra el rey. Las estrategias para estas conspiraciones aunaban las fuerzas civiles y militares para dar respuesta a la inquietud de todos los sectores que habían llegado a la conclusión de que las monarquías absolutas eran cosas de otro tiempo y poco aptas para el momento que vivía España.

El intento del Marquesito

Las represalias del absolutismo se hacían notar en todos los rincones de España y se dirigían a cualquiera, sin que importase su posición social. Algunos de los que sufrieron la represión fueron incluso héroes de la guerra de la independencia contra el imperialismo francés. Este era el caso de Juan Díaz Porlier, un joven general de 26 años que se había destacado en la contienda contra Francia y que había posibilitado la vuelta de Fernando VII a su legítimo trono. Sin embargo, Porlier quedó profundamente decepcionado al darse cuenta de que el monarca no abrazaría la idea de la monarquía constitucional, sino que se proponía volver al absolutismo. Esta frustración con el régimen salido del Manifiesto de los Persas, le empuja a establecer comunicaciones con otros individuos que, como él, defienden a España, pero repudian a Fernando VII.

Porlier fue traicionado por su propio secretario y, acusado de conspiración, es condenado el 16 de Julio de 1814 a 4 años de cárcel. Al general lo trasladan al castillo de San Antón, en A Coruña, de donde saldrá en prisión atenuada para tomar baños medicinales. El Marquesito, nombre con el que se conocía a Porlier durante la guerra por su manía de hacerse pasar por sobrino del Marqués de la Romana para reclutar soldados, terminó por recibir el permiso para instalarse junto a su mujer en Pastoriza, en la casa de un amigo y correligionario, Andrés Rojo del Cañizal.

Es en ese hogar donde prepara la conspiración y el pronunciamiento a favor de la libertad que desarrollaría en 1815. El 19 de septiembre a la una de la madrugada llega a A Coruña. Con la ayuda de algunos oficiales que habían combatido a su lado en el pasado, hizo prisioneros al capitán general y a las autoridades militares de la ciudad. Tras hacerse con el control de la plaza en menos de dos horas, proclamó la constitución de 1812, reivindicó la convocación de cortes y exhortó a la burguesía y al trono a unirse bajo la forma de una monarquía constitucional que respetase la institución del rey y los derechos de la nación.

Porlier contó con el apoyo de las fuerzas militares de la zona y con el respaldo de importantes comerciantes como Juan de Vega. Junto a los hombres que se unieron, marchó hacia Santiago de Compostela para conseguir más efectivos y despertar el espíritu liberal en toda la nación. Sin embargo, durante la noche del 21 de septiembre Juan es traicionado por 39 de sus sargentos y detenido unas horas más tarde. Pasó sus últimos días encerrado en San Antón, hasta que el 3 de octubre fue conducido a lomos de un burro, vestido con una casaca verde, hasta la actual plaza de España. Allí fue ahorcado. El levantamiento había muerto con él, pero los vecinos herculinos mantuvieron las casas y las tiendas cerradas en señal de duelo.

Hércules por la libertad

La revolución liberal en A Coruña volvió a reinar en los salones, en las noches y en las cartas con lenguaje en clave. Muchos de los colaboradores de Porlier permanecían encarcelados y los restos del mismo Marquesito habían tenido que ser ocultados en la capilla de San Roque para evitar su profanación. La mujer de Porlier también permanecía encerrada en una pequeña celda del Colegio de las Huérfanas en Betanzos.

Había miedo en A Coruña, pero había resistencia también. Pocos años después de la muerte del joven general, en la ciudad volvía a haber un no sé qué inconfundible que presagiaba la revolución. Quizás fuera la influencia de prohombres tan destacados como Juan de Vega, el almirante Pedro Agar y Bustillo o el coronel Carlos Espinosa de los Monteros, pero algo se estaba cociendo en las calles de la urbe.

Este Hércules dormido que era A Coruña, despertó definitivamente en 1820. El 1 de enero de ese año un ejército permanecía acuartelado en Cabezas de San Juan (Sevilla), preparándose para partir hacia las Américas a sofocar las revueltas independentistas de las colonias. Entre los militares estaba un general de tufillo liberal llamado Rafael del Riego. Un nombre que, a partir de ese día, sería clave en la historia de España. El general Riego realiza un pronunciamiento y proclama la restauración de la constitución de Cádiz, el restablecimiento de las instituciones liberales y la convocatoria de elecciones. A diferencia de Porlier, Riego triunfa en su intento y no es detenido.

La noticia llega un poco tarde a la ciudad herculina, pero el 21 de febrero A Coruña secunda el pronunciamiento de Riego y comienza una oleada de levantamientos a lo largo y ancho del país. Aquel día, Francisco Xavier Venégas se presentaba a la oficialidad como el nuevo Capitán General. En ese mismo momento unos civiles comienzan a gritar: “Viva la constitución. Viva la nación.” Hércules había despertado y los oficiales miembros de la conspiración se pusieron manos a la obra para asegurar el contagio.

Así, de la mano de A Coruña, dio comienzo el trienio liberal. Fernando VII no tiene más remedio que aceptar que no podía competir con el ímpetu revolucionario de su pueblo que, cada vez que podía, se le escurría entre sus dedos absolutistas para gritarle en la cara que no se someterían. El 20 de Marzo se publica un manifiesto del monarca que dice: “Marchemos todos, yo el primero, por la senda constitucional”.

Pero si algo destaca en los reyes absolutistas, es su necia terquedad. Así que Fernando, en otro tiempo llamado El Deseado, acude al congreso de Verona de 1822 para suplicarle a la Santa Alianza que le ayude a devolver a las ovejas al redil. El monarca, traicionando de nuevo a los liberales que creyeron en su palabra, consiguió el apoyo de las potencias europeas y Francia envió a sus Cien Mil Hijos de San Luis para aplastar aquellos tres años de liberalismo.

Cayó la libertad de nuevo, el trono absoluto aplastó la revolución con los cañones del Duque de Angulema. En Galicia los triunfadores del trienio como Espoz y Mina, Juan de Vega, Juana de Vega... Tuvieron que huir con cajas destempladas hacia Gran Bretaña, desterrados y acusados de traer el nuevo régimen al país. Pese a todo, fueron Cádiz y A Coruña las últimas ciudades en caer, ambas fueron las que resistieron con más decisión ante el triunfo violento del absolutismo.

Sin embargo, una vez más, quedaba resistencia y se extendió por el mundo. Haciendo del siglo XIX un camino lleno de minas revolucionarias. Portugal, Nápoles, Piamonte, Grecia... Se sublevarían contra sus reyes exigiendo libertad.

Francisco Espoz y Mina

1781-1836

Espoz y Mina, al igual que Porlier, fue un héroe de la guerra de la independencia contra los franceses. En la contienda destacó como uno de los militares que más lejos llevó y más triunfos obtuvo mediante las guerrillas. Sin embargo, cuando Fernando VII regresa al trono y borra de un plumazo las expectativas liberales y constitucionalistas de muchos, el general Espoz y Mina se niega a disolver su guerrilla y la pone al servicio de la causa.

También al igual que Porlier, pero antes, realiza su propio pronunciamiento. Lo hace en septiembre de 1914 en Navarra, de donde era natural y donde se le conocía como el “Pequeño rey de Navarra”. Fracasó en su intento de proclamar la constitución y tuvo que huir a Francia.

Espoz y Mina fue un militar de carrera toda su vida. Regresó a España con el triunfo de Rafael del Riego y fue nombrado capitán general de Cataluña, Navarra y posteriormente Galicia. Se casó con Juana de Vega y con ella compartiría toda una vida de entrega liberal. Su esposa fue su aliada, cómplice y confidente desde entonces y hasta el final de sus días e incluso después.

Luchó contra los absolutistas durante el trienio liberal, oponiendo una cruenta resistencia al Duque de Angulema. Cuando cayó el nuevo régimen escapó a Francia y después a Gran Bretaña, donde permanecería junto a su esposa y su suegro hasta que la amnistía de la regente María Cristina de Borbón le permitió volver a España.

A su regreso combatió a los Carlistas para defender el trono de Isabel II, pero Espoz y Mina ya no era el militar que habría sido antaño. Fracaso tras fracaso terminó por dimitir de los puestos que le eran otorgados, hasta fallecer al lado de su amada esposa en 1836 en Barcelona, mientras preparaba su huida voluntaria a Francia.

Juana de Vega

1805-1872

Juana de Vega nació en A Coruña en el seno de la familia acomodada del comerciante liberal Juan de Vega. Fue educada con sumo esmero en disciplinas que eran revolucionarias para el momento en las mujeres. Su padre estaba convencido de que la ilustración debía iluminar también la vida de su hija. Así que Juana creció en un hogar donde la palabra libertad era sacrosanta.

Junto a su padre, Juana vio triunfar su sueño cuando el pronunciamiento de Riego hizo a Fernando VII jurar la constitución. Por fin lo habían logrado y el futuro era liberal.

Al menos eso pensaría ella cuando se casó con el general Espoz y Mina, un hombre que le sacaba 20 años de edad, pero por el cual sintió una devoción absoluta durante toda su vida. Juana fue la aliada, cómplice, enfermera, consejera y secretaria de su marido. Juntos, trataron de mantener viva la llama de la revolución contra el absolutismo.

A la muerte de su marido, fue contratada por el regente Espartero para ser la cuidadora de la reina Isabel II. Se tomó a modo de reto personal el inculcar en la niña las ideas liberales, para que en el futuro fuera una digna monarca constitucional.

Los cambios políticos internos de la corte produjeron su destitución, pero lo de Juana de Vega no era la inactividad. Regresó a A Coruña y, desde su casa, organizó las conexiones entre liberales de la urbe, del país e internacionales. Su Salón era el espacio de reunión de la más alta élite liberal de la época y Juana era su nexo.

Parte de su tiempo lo dedicó también a la ayuda a los demás. Estaba convencido de que socorrer a los menos favorecidos era su deber y destacó enormemente en sus actos de beneficencia. El Hospital de la Caridad, las Cárceles, la reinserción de mujeres... Muchos fueron los ámbitos en los que Juana participó y que le hicieron ganarse multitud de reconocimientos públicos.

Juana de Vega es considerada una de las mujeres más brillantes de su época. Fue activista, política y escritora. En sus libros hace un fiel retrato de la vida del siglo a través de sus ojos liberales. Narró la vida e historia de su marido y sus experiencias en palacio. Fue, a todas luces, una adelantada a su tiempo y una mujer digna de admirar.

Un símbolo de la libertad