OFICIOS

El último sastre de Coruña corta y cose en Os Mallos

Cesáreo García de Loza comenzó en el negocio hace más de cuarenta años, cuando sólo en la calle San Andrés había 22 sastrerías.

El último sastre de Coruña corta y cose en Os Mallos
García de Loza
García de Loza

¿Qué es el oficio? Son las manos, la pericia acumulada durante generaciones. Son los dedos perfeccionando gestos. Es el cuerpo forzado. Son la regla y el cartabón para interpretar el mundo y trabajar con la materia. Cualquier materia. Por eso un sastre con tienda de barrio cierra la conversación con una reprimenda a los arquitectos estrella. Y sostiene, sin pedantería, que los sastres son “un poco arquitecto, un poco pintor, un poco ingeniero, un poco poetas”. El oficio es orgullo de gremio, la letra de cualquier biografía. Hasta hace poco había oficios.

El último sastre de Coruña corta y cose en Os Mallos, en este barrio garboso. Y como el barrio, recuerda mejores épocas.

Cesáreo García de Loza, hermano del ex árbitro, se presenta escuadra en mano, la del gallego. “La llamaban así porque tiene todas las proporciones marcadas, no hace falta saber leer para utilizarla, en aquellas épocas había pocos que supieran leer, y menos por aquí. Es una herramienta que nos vino de América, como los libros de patrones, donde está todo, hasta el corte preciso de las piezas más difíciles como el chaqué”. Cesáreo aparta un patrón que está comenzando para hacer sitio al manual sobre el mostrador amplio de una tienda pequeña en la que conviven en armonía bizarra hilos, tijeras, cintas métricas de colores, un pisón, telas y recortes, muestrarios, cartones, reglas, gomas de borrar, perchas, maniquíes, agujas y espejos, una silenciosa trastienda que no muestra, como tampoco dice su edad. Discreción que es parte del oficio, lección aprendida en la Rilo, en San Andrés. Allí empezó el aprendizaje en los años sesenta. Pasó por el Comercio Losada. Los sesenta fueron años prósperos. “A la gente le gustaba vestir bien, a todos, los ricos siempre, pero también la clase media y los obreros. Había la ropa del trabajo y la ropa de fiesta. Los trajes para los caballeros. Y no eran sólo para el domingo. En san Andrés había 22 sastrerías. No había tiendas de confección. Se hacía todo aquí. Desde Reyes a marzo el negocio era más flojo, pero después empezaba ya la temporada de bodas”. El manual se titula Nuevo método de corte por medida directa, está editado en La Habana, el autor es Carlos M. Ayala, director de la Academia de Corte “Gentelman-Milady”.

“Hoy la gente se pone cualquier cosa. Ahora ves a muchos jóvenes, pero también a señores, que tienen el mismo vaquero todo el año. Será la crisis, sí; pero también que se ha perdido el gusto. Antes se hacía un pantalón para cada estación del año, según el grueso de la tela, y quien podía más. En los años que empecé, en los sesenta, un traje podía costar entre 6.000 y 8.000 pesetas, más que el sueldo base. A mí me lleva unas 55 horas completar el trabajo, me ayuda mi mujer, Luisa, con la costura. Todo a mano. Pero en una fábrica como las de Zara, por ejemplo, lo hacen con máquinas en 3 horas. No es la misma calidad, claro. Ni precio… Digamos que a mis clientes les puede salir un traje entre 1.200 y 2.000 euros. He hecho alguno a 4.200 euros, muy bueno, pero hoy no encuentro a quien vendérselo.”

Cesáreo García de Loza

55 horas

El negocio en la sastrería comienza enseñando el muestrario de telas. Las telas vienen de Sabadell. Antes había más visitadores, hasta veinte veces podían aparecer en un año. Hoy quedan un par de casas, alguna de ellas, como Vicuña, metida en eres. Los visitadores vienen dos o tres veces al año. Para el resto de pedidos está Internet. También estaban los almacenes. En Coruña, Pernas, el padre del modisto. Y los viajantes de fornituras para sastrería. Quedan muy pocas y tampoco visitan.

El sastre escucha al cliente, recomienda y eligen la tela. Hoy los clientes más fieles encargan un traje al año; antes, cuatro o cinco. Luego se toman las medidas. Apenas seis o siete minutos. Se trata de conseguir con las prendas la simetría del cuerpo: hombros equilibrados, mangas y bolsillos a la altura justa, aberturas para estilizar la figura. “Les pido una pose natural, pero todos tienden a estirarse. Las hechuras de la población han cambiado poco en este tiempo. Sigue habiendo barrigudos y mermados. Puede que la media de altura haya subido, antes andábamos por 1,72 y ahora lo habitual es entorno a 1,80; y también la talla de pecho, de una 48 a una 50”.

La elección de la tela es un momento delicado en el proceso. García de Loza tiene sus preferencias. Gorina, nacional, una casa de 1835. Dormeuil, inglesa de 1842. “Ofrecen calidad. Lo notas enseguida en el tacto. No rascan. Cincuenta por ciento, lana; cincuenta por ciento, mohair. Alpacas o finas, de invierno o verano. En las americanas me gusta usar las de Gorina”.

En la primera visita se cierra el trato, el precio. Luego comienza el trabajo de diseño, corte y costura. “Aguja y dedal. Si empiezas joven, es fácil tener las manos ágiles. En nuestras piezas nada va pegado, todo es costura, cientos de puntadas. Hacer las cosas bien lleva su tiempo. Pasa lo mismo con un mueble. Apenas quedan carpinteros. Los que quedan son montadores. Los hacen máquinas, como los trajes. En China o en Bangladesh los trabajos manuales se pagan con salarios muy bajos, aquella gente ni tiene horario ni tiene festivos. Pero nos hemos acostumbrado a eso. Hoy la gente, sobre todo los jóvenes, gasta el poco dinero que hay de otra manera, prefieren un móvil a un pantalón. Y lo que pagan ni siquiera es la calidad, es la marca”.

Habrá dos pruebas más y en menos de un mes el traje puede estar listo. Un traje es para toda una vida. “Los míos sí. ¿Sabes que los tintoreros se ponen contentos cuando les viene un traje bien hecho? Saben que no se despegarán las prendas, que no tendrán problemas con su cliente. Es el día y la noche. Y da lo mismo que sea Prada que Armani, la mayoría de las marcas hacen todo igual y en el mismo sitio”.

García de Loza con la escuadra del gallego

Para toda la vida

Cesáreo García de Loza viste camisa de tenue raya rosa y cuello blanco, corbata roja, americana y chaleco azul oscuros con discretos cuadros verdes, pantalón azul oscuro y zapatos negros. Traje de trabajo. Elegante pañuelo en el bolsillo y broche en la solapa. Lleva gafas caídas de persona ocupada y una cinta métrica amarilla como el lápiz en la oreja del carpintero. García de Loza aprendió a leer y a manejar la escuadra del gallego en Coruña, pero su familia procede de una pequeña aldea de León. Vinieron después de la guerra. Escapando de la asfixia. Su madre había sido niña de la guerra embarcada en El Musel para salvarla del horror. Cesáreo tiene una hija, con estudios, pero sin trabajo. Ella no seguirá con la sastrería, un oficio sin gremio que desaparece. Hoy los sastres son diseñadores sentados delante de un ordenador.

Queda una revista, Sartorial, el legado de la Sociedad de Sastres de España que se llamó La Confianza en su fundación en 1862 en la calle del Gato, en Madrid. Hoy hasta la asociación ha tenido que mudar de nombre. Cesáreo recibe puntual la revista y la muestra para explicar que el oficio no muere, que la asociación sigue impartiendo cursos de sastrería a jóvenes seleccionados. “Vestir bien es una inversión, se paga al principio, pero las cosas duran toda la vida. Mire este abrigo, de pelo de camello. Lo hice yo mismo allá por el 74 o el 75. Ni recuerdo cuántas horas me costó. Mírelo, está impecable”.

Las prendas de Cesáreo guardan la memoria de un gremio que hizo de la discreción y el buen hacer la base de su reputación. Por eso no entiende que los arquitectos, algunos, hayan perdido ese norte. Y recrimina a Calatrava que no haya atendido lecciones aprendidas durante generaciones. “Como la del por si acaso. Ve esto [y enseña dos piezas con docenas de puntadas a un dedo de los bordes]. Será una chaqueta, y la tela que queda fuera de la costura es el por si acaso”. El por si acaso es lo que le permitirá realizar ajustes en la última prueba o más adelante si el cliente lo reclama. Es una salvaguarda ante cambios imprevistos en las condiciones. “Un arquitecto, como un sastre, debe pensar en lo que puede venir; por eso no entiendo que esos puentes tengan problemas, con la materia siempre hay que aplicar el por si acaso…”

Vestir bien no es caro, pero nos hemos olvidado, sostiene García de Loza, que seguirá mientras la salud lo acompañe al frente de la última sastrería de Coruña. Con justo orgullo de haber pertenecido a un gremio que construyó este mundo que sólo resiste en barrios gallardos como este. “¿Sabía usted que gracias al gremio de sastres tenemos aquí festivos los domingos?, ¿sabía que en Coruña les sacaron los volantes a las máquinas de vapor para que no pudieran trabajar los domingos?”.


 

El último sastre de Coruña corta y cose en Os Mallos