Memoria histórica

Revolución femenina: Las Cigarreras de A Palloza

Las coruñesas son combativas y lo han demostrado en multitud de ocasiones a lo largo de los años.

Revolución femenina: Las Cigarreras de A Palloza
cigarreras
Fábrica de tabacos

Cualquiera habrá leído en los libros de historia del instituto una mención a unas mujeres de la ciudad que fueron pioneras en los movimientos obreros de Galicia y un símbolo en los de España. Aquellas mujeres eran las cigarreras de A Coruña y organizaron una revuelta tremenda a mitad del siglo XIX para reivindicar sus derechos como trabajadoras.

Ahora es un juzgado. Las obras de remodelación han convertido al edificio de la fábrica de tabacos en algo muy distinto a lo que fue en tiempos. La ciudad también ha cambiado y la actividad de su interior nada tiene que ver con la de hace dos siglos. En 1804 venteaba de lo lindo en A Palloza. El mar poco menos que lamía la fachada de los almacenes del correo marítimo que Fernando Rodríguez Romay acababa de convertir en fábrica. Dos años antes la sede de los mensajeros de ultramar se había trasladado a Ferrol y el edificio había quedado sin uso. Ahora estaba a punto de abrir sus puertas convertido en la Real Fábrica de Tabacos de La Coruña, tal y como Carlos IV había dispuesto en una cédula real.

400 operarias traspasaron las puertas de la nueva fábrica en su inauguración, dispuestas a llenar las arcas del Estado a base del trabajo manufacturero de los puros. El tabaco, en aquel momento, era un negocio de los más rentables y parecía que crecería exponencialmente. Aquellas primeras cigarreras de A Coruña rondaban los 14 años. Todas eran mujeres porque, según el decreto de creación de la fábrica, eran más adecuadas para: “La delicada labor de la elaboración de los cigarros.” No obstante, había otro motivo que hacía a las cigarreras unas trabajadoras interesantes, además de su pericia manual: Eran consideradas empleadas a domicilio. Categoría con la cual los empleadores se ahorraban costes de salario y algunas otras cosas.

Pioneras en la sororidad

Pese a que el trabajo era duro, cobraban menos que los varones y no tenían un sueldo fijo sino que les pagaban según el número de cigarros fabricados; lo cierto es que no era ni de lejos el peor trabajo para mujeres del siglo XIX. Las modistas, costureras y cerilleras, por ejemplo, sufrían condiciones considerablemente peores. Las trabajadoras de la fábrica de tabaco contaban con la seguridad de pertenecer a una industria sin riesgo de quiebra, con unos beneficios que hacían que las directivas fueran benévolas y eran consideradas algo así como una aristocracia entre las obreras.

Otro de los beneficios que tuvo la fábrica para las cigarreras coruñesas, fue que les permitió una emancipación que, en aquellos años, era inusual... Por no decir que casi imposible. Su salario era un secreto para todos salvo para ellas y dependía directamente de su esfuerzo. Además, con el tiempo, fueron surgiendo otras ventajas que, si en un principio fueron invisibles, terminarían por ser su rasgo más definitorio.

Las jóvenes que entraban a trabajar en la fábrica lo hacían como aprendices. Al principio eran supervisadas y acompañadas, constantemente, por una maestra. Juntas pasaban 12 o 14 horas trabajando y tejiendo unos lazos que se parecían más a los familiares que a los laborales. Las redes de cuidados que se generaban eran poderosas y despertaban en ellas la importancia de la unión. Compartían preocupaciones, problemas y estilos de vida. Seguramente las cigarreras fueron de los primeros colectivos femeninos que llevaron a cabo ese concepto que hoy conocemos como sororidad. Fue esa conciencia colectiva la que las llevó a organizarse en redes de apoyo mutuo que ayudarían no solo a su calidad de vida, sino también a la efectividad de sus reivindicaciones.

Cuando los movimientos obreros comienzan, las cigarreras ya tenían una larga carrera en eso del asociacionismo. Estaban organizadas, aunque no lo supieran y eran una fuerza colectiva que tenía una capacidad de presión que pocos grupos podían ejercer. No en vano, a mediados del XIX en la fábrica de A Palloza trabajaban 4000 mujeres aproximadamente. Una cifra que destaca al ponerla en contraste con la población de A Coruña que no llegaba a los 30.000 habitantes. Es decir, casi todas las familias tenían a alguna mujer trabajando allí. Se entiende, por lo tanto, que la fábrica era un eje neurálgico en la economía de la ciudad y que los conflictos en el centro de trabajo eran conflictos en la ciudad. Juntas, las cigarreras coruñesas, conquistaron hitos y derechos revolucionarios para la época. Consiguieron, por ejemplo, que la fábrica flexibilizara los horarios para poder conciliar la vida familiar en la que seguían siendo amas de casa y madres.

“Son como el demonio, pero en el momento en el que tienen que defender al colectivo son aguerridas y están unidas”: Emilia Pardo Bazán

Corrían tiempos nuevos para la industria del tabaco en 1857. Los fumadores estaban descubriendo eso de los cigarrillos liados y la picadura de tabaco. Estas opciones eran mucho más baratas que los puros Habanos y Virginias tradicionales. Poco a poco el consumo de estas variantes de tabaco se iba popularizando y la arrendataria de tabacos debía modificar la producción de sus fábricas para ocuparse de esa demanda. En Alicante se hizo el primer experimento y pronto el nuevo proceso llegó también a la ciudad herculina.

En A Palloza se instaló un taller de picadura y de elaboración de cigarros. El taller venía acompañado de máquinas que agilizaban el proceso, mejoraban la rentabilidad y hacían peligrar los puestos de trabajo de algunas cigarreras. Había máquinas, pero también nuevos métodos de elaboración y tareas distintas para las trabajadoras. Ellas, poco acostumbradas al proceso, no se adaptaron fácilmente al cambio. Al tardar más en la elaboración de cada cigarro, vieron como su salario se reducía hasta significar la tercera parte de su sueldo habitual.

El descontento no se hizo esperar: Había puestos de trabajo en peligro, cobraban un tercio de lo que debían y en la sección de puros los procesos se complicaban para mejorar la calidad. Por si fuera poco, llevaban tiempo mostrando su desacuerdo con el contratista de la fábrica que, según decían, no les daba el trato que merecían. Las sometían a una presión constante que aumentaba cada día y que no se veía reflejada en su salario. Así que las quejas fueron convirtiéndose en más y más acaloradas y la tensión crecía por momentos.

Era domingo, concretamente el 6 de diciembre de 1857, y algunas cigarreras pasaron a visitar a sus compañeras. Compartieron las quejas que casi todas sostenían y esas redes que habían tejido volvieron a reforzarse para defenderse mutuamente. Aquellas que habían ido buscando apoyo para protestar, encontraron un sí rotundo en las otras. Se haría lo que hubiera que hacer, pero serían escuchadas. Sabían que a veces les tocaba quejarse en voz alta, si querían que dentro y fuera de la fábrica se les prestase atención. Lo habían comprobado unos años antes. En 1831 la mayoría de las trabajadoras se habían negado a acudir a su trabajo. En aquella ocasión se quejaban de la falta de tabaco, lo que hacía que pasasen muchas horas sin poder elaborar cigarros y, en consecuencia, sin poder producir su sueldo. También por la actuación de un inspector de labores que por medio de altas exigencias, complicaba su actividad.

El lunes 7 de diciembre la fábrica de A Coruña contenía la respiración. El ambiente estaba cargado y las trabajadoras esperaban inquietas a que diera la hora. El momento señalado llegó a las 11 de la mañana y dio comienzo la primera huelga de mujeres en Galicia. Un motín que resonaría en todos los titulares de periódicos de la época y que pasaría a la historia como una de las mejores muestras de los movimientos ludistas en la comunidad gallega.

Alrededor de 4000 empleadas, hartas y dispuestas a todo, se lanzaron contra sus encargados y cargaron contra las máquinas que consideraban como su peor enemigo. Las destruyeron minuciosamente y, quedando poco más que astillas, tiraron los restos al mar, pero todavía no estaban satisfechas. En el fervor del “levantamiento” arremetieron contra el mobiliario, la caja fuerte y los documentos que se encontraron por el camino.

Tal fue el escándalo de la huelga que las noticias llegaron pronto hasta los oídos del gobernador civil y del capitán general. Ellos no dudaron en enviar de inmediato tropas de infantería y caballería para sofocar la revuelta, pero las cigarreras no se lo pusieron fácil. Algunas mujeres se subieron al tejado para recibir a los militares con una lluvia de tejas que les alejase del edificio y les impidiese entrar.

Al final las tropas consiguieron, no sin esfuerzo, abrirse paso entre las manifestantes para acabar con la protesta. Inmovilizaron a las trabajadoras y 20 de ellas fueron detenidas para ser llevadas a la cárcel del Parrote. Esa detención tampoco fue sencilla. Las tropas fueron apedreadas hasta que intervino la Guardia Civil y terminó de dispersar a los manifestantes.

Es cierto que las cigarreras no ganaron esa batalla. Las máquinas volvieron a llenar la fábrica y terminaron por imponerse como el método de trabajo. La mecanización era un proceso imparable que ni siquiera aquellas aguerridas mujeres que eran como el demonio podían evitar. No obstante hubo muchas otras ocasiones en las que las trabajadoras de la fábrica lograron sus objetivos. Con el tiempo, constituyeron uno de los colectivos laborales más cohesionados e impulsaron la implantación de mejoras en las condiciones del trabajo. En el contexto del nacimiento de los movimientos obreros, se convirtieron en un símbolo de lucha colectiva. Juntas crearon cajas de resistencia, vestigio de las mutualidades, que las aseguraban ante enfermedad o accidente y que les permitían llegar a la vejez con la tranquilidad de ser cuidadas. Además fueron las primeras en tener salas de lactancia o guarderías dentro de las fábricas. Fueron organizándose cada vez mejor para llevar a cabo sus reivindicaciones. Hacia finales del siglo XIX, constituyeron sus primeros sindicatos animadas por el socialista Severino Chacón. Unión Tabacalera y Nueva Aurora eran los nombres de aquellos dos primeros sindicatos que agruparon a casi todas las trabajadoras y trabajadores de la industria del tabaco. No fue poca la actividad de estas entidades entre 1880 y 1930. Sus quejas, reivindicaciones y conquistas fueron frecuentes durante esos años. Otra de sus creaciones más famosas fue la conocida como “Casa das cigarreiras”. Este edificio situado frente a la fábrica, era un centro social que hacía de refugio para estas trabajadoras, sobre todo en la vejez.

En 2002 la fuerza de estos movimientos volvieron a perderle la batalla a la inercia de los acontecimientos. La fábrica de tabaco de A Coruña cerraba sus puertas, pero lo hacía acompañada del sonido de las manifestaciones organizadas por sus trabajadores y secundadas por casi toda la ciudadanía herculina. Una despedida a la medida de su fuerza y con el recuerdo de Amparo, la cigarrera protagonista de la segunda novela de Pardo Bazán, como un eco sordo que hacía de símbolo de lucha laboral en la metrópolis.

Revolución femenina: Las Cigarreras de A Palloza